Trabajar en el terreno es enormemente gratificante en muchos casos, pero muy duro en otros. Todos nosotros, trabajadores humanitarios, tenemos que enfrentarnos, cada día, a situaciones muy duras que muchas personas no se pueden ni imaginar. Safi lleva su estatus de mujer divorciada con una clase y un coraje excepcionales, en una sociedad en la que no tener marido es considerado una auténtica desgracia. Siempre dice: "No quiero casarme otra vez, ya tuve bastante con un marido, sólo quiero poder trabajar, y educar a mis hijos". Tiene tres.
Conflicto
Safiatou Diatta, de etnia diola, 40 años, ha vivido y sufrido en sus carnes momentos muy duros: El conflicto de la Casamance se llevó a dos de sus hermanos y ella rompió con su marido cuando los niños eran todavía muy pequeños. Cuando Safi estaba embarazada de su hija Roda, para poder comer, recogía leña en el bosque. Su marido nunca contribuyó al mantenimiento de la familia. Al divorciarse desafió a su sociedad quedándose con sus hijos, que en realidad son propiedad de la familia del padre, y decidiendo no casarse de nuevo.
"Los niños en casa de su padre no comían, si estaban enfermos, nadie les atendía, yo no podía soportarlo, así que los recuperé" me cuenta Safi con pena. "Sé que todo el mundo dice que los hijos, cuando hay divorcio, pertenecen al padre, pero a él le dan igual, a mí no", añade.
Hace unos meses sufrió lo que nosotros llamamos violencia de género. Una noche, su ex marido llegó a su casa e intentó romper la puerta. Ella, aun sabiendo las consecuencias sociales que este hecho le podía acarrear, le denunció a la policía. Las habladurías en el pueblo fueron monumentales, la gente pensaba que en realidad ella lo invitaba a su casa, que se había quedado a vivir cerca de él a propósito...
No era la primera vez que esto ocurría, meses atrás, le había pasado algo similar. En aquella ocasión, su segundo hijo, como respuesta al ataque, amenazó al padre con un palo y éste se dio por vencido y abandonó la casa. Nunca la he visto quejarse, ni lamentarse por nada, siempre útil, siempre discreta, con una capacidad y una voluntad de aprender que pocas veces he visto en un ser humano. A veces me olvidó de que no sabe ni leer ni escribir y le digo: Apunta... Luego me doy cuenta de que no puede hacerlo, y me pregunto, ¿por qué una mujer tan inteligente, no tiene ninguna oportunidad?
La semana pasada, al llegar a casa después de otro viaje, la encontré rara y le pregunté: ¿Qué pasa Safi? "Tengo un dolor muy fuerte en la espalda", respondió. Me contó que el otro día, bajando desde su cabeza un cubo lleno de agua, (vive en una casa de adobe alquilada, sin agua ni letrina, y tiene que ir a recoger el preciado líquido a un pozo situado a más de 100 metros de distancia), le empezó a doler muchísimo la espalda. Un porcentaje altísimo de las casas de esta zona no tiene agua corriente, ni saneamiento básico y la electricidad es un lujo que sólo unos pocos afortunados se pueden permitir. Los pozos están lejos y acarrear agua es una tarea casi exclusivamente femenina. Le digo que su hijo mayor tiene que ocuparse de hacerlo a partir de ahora, para que ella se pueda curar. Me mira con incredulidad. Sé que no está bien visto, pero alguna vez las cosas tendrán que cambiar, le digo.
Pesadilla
Ir al médico es una pesadilla en esta zona del mundo, no hay suficientes profesionales, muchas veces no están, y la mayoría de los pacientes no pueden pagar los medicamentos más básicos. Nadie puede costearse las visitas médicas y si hay que operar, por ejemplo, o hacer una radiografía en caso de accidente, hay que pagar antes o, simplemente, no te atienden.
Safi sigue trabajando, le digo que se vaya a descansar. Me mira con cara de miedo. "Si estás enferma, no puedes trabajar", repito. Veo pánico reflejado en su rostro. Le explico que tiene derecho a estar enferma, que no es un crimen. Pero ella no entiende nada. "No te voy a echar, tienes unos derechos", insisto. Esta misma frase ha salido de mi boca en innumerables ocasiones pero sé, que aún conociéndome desde hace años, no terminará nunca de creerme.
Le digo que se quede en casa a descansar, que buscaremos a otra persona para hacer el trabajo mientras ella mejora. Apenas se puede sentar por el dolor, pero no se queja en absoluto. Discreta y elegante, no dice nada. Para muchos africanos y africanas, tener un trabajo es una lotería, perderlo una enorme desgracia y caer enfermo, literalmente, la muerte.
Publicado en el diario El Mundo
Texto y foto: Carmen Echezarreta
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