En Roma, al amanecer, cuando todo el mundo duerme, un hombre está despierto. Ese hombre es Giulio Andreotti. Está despierto porque tiene que trabajar, escribir libros, moverse en los círculos de moda, y por último, aunque no menos importante, para rezar. Tranquilo, astuto e inescrutable, hace más de cuarenta años que Andreotti es sinónimo de poder en Italia. A principios de los años noventa, este hombre impasible pero sugerente, ambiguo pero tranquilizador, está preparado para asumir su séptimo mandato de Primer Ministro sin arrogancia y sin humildad.
Andreotti se acerca a los setenta años y es un gerontócrata al que, con todos los atributos de Dios, no le da miedo nadie y no conoce el significado de intimidación, ya que está acostumbrado a verla en las caras de todos sus interlocutores. Su satisfacción es opaca, impalpable. Para él, la satisfacción es poder, con el que mantiene una relación simbiótica. El poder como a él le gusta. Inquebrantable e inmutable, desde el principio. Emerge indemne de todo: de las batallas electorales, de las masacres terroristas, de las acusaciones calumniosas.
Elcineasta Paolo Sorrentino repesca en el feroz, caricaturesco y soberbio retrato que de él realiza en Il divo, película con la que concursó por tercera vez en el Festival de Cannes. Sorrentino retrata sin contemplaciones las presuntas relaciones de Andreotti con la mafia siciliana. Esas mismas por las que fue procesado y absuelto, después de ser acusado de haber pedido a la Cosa Nostra la desaparición del periodista Mino Pecorelli, muerto en 1979 cuando estaba a punto de publicar un artículo sobre el cobro de comisiones ilegales por parte del patriarca de la Democracia Cristina. Otro misterioso muerto es Aldo Moro, ejecutado por las Brigadas Rojas en 1978 tras 55 días de cautiverio, durante los cuales el Gobierno se negó a negociar.
Puedes ver el trailer en:
http://www.youtube.com/watch?v=o6zls-MJpXA
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