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miércoles, 27 de julio de 2011

Una radio para la comunidad

En un país donde el derecho a la información y la libertad de expresión son auténticas quimeras que pocos son capaces de asumir, parece imposible sacar adelante proyectos como el que está desarrollando la Asociación Solidaria Andaluza de Desarrollo (ASAD), que desde hace un año trabaja en la puesta en marcha de una radio comunitaria en las provincias camboyanas de Stung Treng y Kratie.

Creada hace apenas un lustro, esta ONG radicada en Granada pretende contribuir con sus recursos a cambiar las estructuras básicas que impiden la autogestión y el desarrollo de los pueblos, de acuerdo con sus propios principios y valores. En este sentido, uno de sus principales objetivos es el desarrollo del empoderamiento y la participación activa de la ciudadanía, con el fin de conseguir sociedades más democráticas, tomando como base los derechos humanos.

Para ello, y a pesar de los escasos recursos con los que cuenta, ASAD ha utilizado la comunicación para construir y promover la ciudadanía entre los grupos más vulnerables del planeta, para erradicar con ello la discriminación y para conseguir la igualdad de todos los colectivos. Así, en apenas cinco años, la entidad ha ejecutado proyectos de radios comunitarias en Cabo Verde y Guinea Bissau, donde además ayudó a construir un centro multimedia que es toda una referencia en el país africano.

En Camboya, el objetivo de ASAD es igual de ambicioso, ya que pretende mejorar las condiciones de vida de la población más desfavorecida, especialmente de las mujeres del ámbito rural de las provincias de Stung Treng y Kratie. Para ello, pretende crear un Comité de Dirección formado por representantes de las asociaciones locales especializadas en género, a los que se formará en distintos ámbitos profesionales y de acción.

Asimismo, la organización andaluza de ayuda al desarrollo construirá un diagnóstico sobre los intereses de las mujeres de la zona, que serán incorporadas de manera integral según las necesidades estratégicas de género detectadas en las dos regiones. La empresa, no obstante, se torna complicada, ya que Camboya está entre los países asiáticos donde se producen más vulneraciones y agresiones contra los medios de comunicación. No en vano, el pasado año 24 periodistas fueron arrestados por el mero hecho de realizar objetivamente su trabajo, la mayoría de ellos víctimas de demandas por difamación o desinformación presentadas por diversos cargos del Gobierno, la Administración, la Policía o el Ejército señalados como corruptos en artículos de prensa.

Uno de los casos más sonados fue la clausura en marzo pasado del periódico de la oposición Khmer Machas Srok, que había sugerido que funcionarios que trabajan con el viceprimer ministro de Camboya, Sok An, estaban relacionados con problemas de corrupción administrativa. Su director, el periodista Heng Chakra, ya había sufrido prisión bajo cargos de desinformación en 2009, pero recibió el perdón real hace un año. Al respecto, el director del Instituto Camboyano de Estudios de Medios Masivos, Moeun Chhean Narridh, ha afirmado en varias ocasiones que la legislación de desinformación y difamación aprobada en 2008 está siendo utilizada de manera deliberada por algunos funcionarios para procesar a periodistas, por lo que, según él, se hace preciso crear un marco legal que salvaguarde el acceso a la información.

Ante este panorama, ASAD está elaborando un plan de sostenibilidad que le permita alcanzar acuerdos con instituciones locales e internacionales, universidades y patrocinadores de programas, que ayuden a lograr la viabilidad de la radio. Finalmente, editará materiales didácticos que recojan la experiencia de trabajo a lo largo del proyecto, como manual de buenas prácticas para posibles intervenciones futuras. Durante toda la ejecución del proyecto, además del enfoque de género, la ONG tendrá en cuenta la diversidad, dando preferencia a las mujeres de grupos étnicos minoritarios, y fomentará el uso de la comunicación como herramienta de difusión de temas medioambientales. Todo ello, con el objetivo de llevar a la práctica aquella sentencia que deja claro que “sólo la verdad nos hará libres”.

jueves, 21 de julio de 2011

Un conflicto ‘ruinoso’

Qué razón tenía Marx cuando afirmó eso de que “la religión es el opio del pueblo”. Porque, si no fuese así, el absurdo conflicto que desde hace 11 siglos enfrenta a Camboya y Tailandia en la zona de Preah Vihear, no tendría sentido.

Construido por los monarcas del imperio jemer a inicios del siglo IX, el ahora llamado templo de la sangre –por el elevado número de muertos que ha provocado a lo largo de la historia-, fue constantemente ampliado y enriquecido durante los seis siglos siguientes, convirtiéndose en uno de los principales edificios religiosos del Estado, quien lo consagró al dios hindú Shiva.

La desaparición de los jemeres, sin embargo, significó la decadencia del Preah Vihear, que al igual que sus hermanos de Angkor quedó abandonado a su suerte hasta la llegada de los franceses en la segunda mitad del XIX. Los galos, siempre diplomáticos, pactaron en 1904 con el reino de Siam (ahora Tailandia) la delimitación territorial mutua en Indochina, formando una comisión conjunta para tal efecto. De este modo, cuando se hizo necesario establecer la frontera en las cercanías del templo, franceses y tailandeses acordaron que ésta debería seguir la línea divisoria de las cumbres en la cordillera de Dangrek, límite natural entre Tailandia y Camboya.

Tres años después de aquella chapucilla geoestratégica, Tailandia pidió a Francia elaborar un mapa más detallado de la zona, con el fin de establecer la ubicación precisa de la frontera; funcionarios franceses aceptaron tal solicitud, y el dibujo resultante fue enviado a las autoridades tailandesas, que aceptaron de buen grado que el templo de Preah Vihear estuviese dentro del territorio camboyano.

Sin embargo, cuando en 1954 Francia reconoció la independencia de Camboya y los últimos soldados franceses se retiraron de los arrozales jemeres, tropas tailandesas ocuparon el Preah Vihear, reclamándolo como propio. Camboya, cuyo gobierno no entendía nada, protestó formalmente y rompió relaciones diplomáticas con sus vecinos, a los que incluso amenazó con expulsar por la fuerza del templo.

Con una guerra en ciernes, en 1959 Camboya presentó el conflicto ante la Corte Internacional de La Haya, quien resolvió en contra de Tailandia en virtud del famoso mapa elaborado por los franceses. En Bangkok recibieron la sentencia con evidente mosqueo, sobre todo después de que se dieran a conocer los vínculos afectivos de un magistrado estadounidense del Tribunal con una joven camboyana.

Amoríos aparte, en enero de 1963 Camboya tomaba posesión del Preah Vihear en una ceremonia cargada de simbolismo. Allí mismo, el monarca Norodom Sihanouk formuló dos gestos de conciliación, permitiendo las visitas de tailandeses al templo sin necesidad de visas y autorizando al ejecutivo de Tailandia a conservar las piezas arqueológicas sacadas del recinto.

La benevolencia de Sihanouk, no obstante, no fue demasiado bien acogida en la acera de enfrente, donde entendían que los 4,6 kilómetros de selva que acogen el Preah Vihear siempre habían sido propiedad tailandesa. Este odio visceral aumentó todavía más si cabe en 2008, cuando Camboya solicitó que el templo hindú fuese declarado Patrimonio de la Humanidad.

Dolidos en su orgullo y vilipendiados por la comunidad internacional, los tailandeses iniciaron una particular venganza que ha costado la vida a decenas de personas en los tres últimos años, los últimos cinco en febrero de este año. Desde entonces, apenas llegan ya turistas hasta Preah Vihear, cuyas ruinas deben sentir vergüenza cada vez que los dos países levantan sus armas en nombre de un dios común que llora lágrimas de sangre.

sábado, 16 de julio de 2011

'Cazadores de proyectos'

No van armados, ni sus presas acabarán en una jaula de un parque zoológico. Tampoco adornan sus salones con las cabezas disecadas de sus fieros enemigos, ni pagan miles de euros por un vestuario taimado de verdes y marrones. No, nada de eso. Sus víctimas no se pasean erguidas por ninguna selva, aunque comparten con ellas una voracidad insaciable que no se detiene ante nada ni nadie.

Hablo, por descontado en términos metafóricos, de una especie muy abundante en los mal llamados países subdesarrollados. Son los denominados ‘cazadores de proyectos’, un grupo singular de sujetos que, bajo el paraguas de la cooperación, buscan hasta debajo de las piedras alguna subvención que les permita perpetuar su cómoda existencia.

Dicho así, entiendo y acepto que haya nobles trabajadores de lo social que se puedan dar por aludidos, pero en mi ánimo no está el criticar la encomiable labor de cientos de seres anónimos que cada día ofrecen su ayuda desinteresada a los intocables del planeta. Nada más lejos de la realidad. No seré yo quien cuestione el funcionamiento de las agencias y entidades no gubernamentales, que se desviven por lograr que el tinglado en el que nos ha tocado vivir funcione algo mejor.

Sin embargo, tengo el deber moral y profesional de desenmascarar a ese reducido grupo de vividores, cuya única Biblia es el BOE y su credo el ‘sálvese quien pueda’. Son cooperantes de oficina, buscadores profesionales de subvenciones, a quienes importa un pepino el fin y los medios, con tal de poner su culo a salvo de los recortes gubernamentales. Son expertos en todo y maestros en nada, que lo mismo arreglan un orfanato que evitan la tala de un bosque. Todo vale si con ello consiguen la pasta suficiente como para lograr un año más de vacaciones pagadas en el Tercer Mundo.

La empresa, no obstante, no es fácil, ni tampoco puede llevarla a cabo cualquiera. Hacen falta, al menos, una carrera y un máster para optar a la plaza de turno, conocimientos de lenguas varias y hasta un vestuario acorde con la decrepitud del destino. Luego, también hay que mimetizarse con el entorno y llegar a probar la rica gastronomía local. A partir de ahí, uno ya puede considerarse un verdadero ‘cazador’, listo para saltar sobre codiciadas piezas de millonario valor.

Y una vez agarrado, ya no habrá proyecto que se resista, ni ayuda que se escape. Será una presa más a la que exprimir y sacar hasta el último centavo. Que con ello se llena una página más del currículum y se logra otro sello en el pasaporte, a la espera de un nuevo destino al que dedicar más tiempo de ocio. Atrás quedará el mismo país destrozado y sus muertos de hambre, convertidos en inocentes damnificados de estos Indiana Jones cibernéticos que arreglan el mundo a golpes de ratón.

martes, 12 de julio de 2011

El puente de los espíritus

Sus gritos y lamentos aún se escuchan cada noche al final de Sihanouk Boulevard, allá donde la avenida del rey lleva hasta la Isla del Diamante. Porque todavía hoy, casi un año después de la tragedia del 22 de noviembre, los espíritus de muchos de aquellos muertos siguen preguntándose cómo pudo ocurrir.

Y es que lo tenía que ser un homenaje al agua en la despedida de la estación monzónica, acabó convirtiéndose en una de las peores pesadillas que ha vivido Camboya en el último lustro. Una estampida, desatada por el balanceo del puente que comunica la isla de Phnom Penh con la caótica capital, dejaba un balance de 347 muertos, la mayoría de ellos electrocutados y ahogados a unos pocos metros de la orilla.

Según las investigaciones, que numerosos expertos siguen poniendo en tela de juicio, el movimiento del puente –diseñado así precisamente para soportar un mayor peso con menor riesgo- sorprendió a muchos de los asistentes al waterfestival, algunos de los cuales comenzaron a gritar que la pasarela se había roto. Ello provocó un caótico éxodo que convirtió en mortal ratonera la estructura metálica. Angustiados, cientos de personas decidieron saltar al Tonle Sap, cuya corriente se llevó la vida de jóvenes y niños que no sabían nadar.

La policía y los bomberos, desbordados por la situación y alentados por el gentío, decidieron lanzar manguerazos de agua a los aplastados, con el objetivo de refrescar sus cuerpos. Ello provocó que más de un centenar perecieran electrocutados por la acción del líquido elemento y el sistema de iluminación del puente, convertido hoy en lugar de macabra peregrinación para camboyanos y turistas.

Como siempre ocurre en estos casos, y más en este singular país, los culpables se fueron pasando la responsabilidad de unos a otros durante meses, hasta el punto de que todavía hoy no se han depurado responsabilidades.

Horas después del suceso, el primer ministro Hun Sen lavaba su conciencia y se disculpaba en televisión por lo que definió como “la mayor tragedia desde la era del régimen de Pol Pot”. Sus excusas, en tono lacónico, ni bastaron entonces ni servirán nunca para callar a todos esos espíritus que han hecho de aquel puente su nicho y su atalaya. Descansen en paz.

lunes, 11 de julio de 2011

Las 'ladyboys'

Aunque para la mayoría son unos verdaderos desconocidos, están considerados como el principal reclamo de países como Tailandia, donde el negocio del sexo deja alrededor de 3.000 millones de dólares al año. Son los llamados katoey o ladyboys, chicos que se consideran a sí mismos mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre. Tanto es así que, en muchos casos, se disfrazan, se ponen implantes y se someten a un cambio de sexo completo para ofrecer sus servicios como cualquier otra fémina.

Según explican desde algunas ONG que trabajan en el sudeste asiático, los ladyboys sienten desde niños que su cuerpo no es el que debería ser, lo que les genera severas depresiones que las familias tratan de evitar incitándoles y permitiéndoles tomar hormonas desde edades muy tempranas.

En Tailandia, a diferencia de otras zonas de Asia, a estas personas se les da un trato diferente y son respetados, aunque la doble moral de la sociedad provoca que todo el mundo tenga asumido que sólo deben ocupar determinados puestos de trabajo, tradicionalmente femeninos, dentro del mundo de la hostelería, el turismo y los centros de belleza.

En este sentido, hace unos meses la línea aérea tailandesa de vuelos chárter, PC Air, anunció que contrataría ladyboys, ya que la mayoría de solicitudes de empleo que había recibido procedían de travestis y transexuales. Cuatro de ellos fueron elegidos, junto con 19 mujeres y 7 hombres. Para evitar problemas, la compañía aseguró que los requisitos para unos y otros habían sido los mismos, con la condición adicional de que los katoey debían parecer mujeres en la manera de hablar y caminar, amén de tener una voz femenina y una actitud “correcta”.

La relativa normalidad con la que Tailandia admite a sus ladyboys, poco o nada tiene que ver con la situación que padecen estos jóvenes en Camboya, Vietnam o Laos, donde apenas pueden salir de la exclusión y la marginalidad en la que viven. No en vano, la mayoría están condenados a prostituirse en zonas apartadas de las principales ciudades, en clubes nocturnos y karaokes o en hostales donde la limpieza y la higiene brillan por su ausencia.

Es cierto, no obstante, que el número de ladyboys en Tailandia es mucho mayor que en otros puntos de Asia. Se estima que hay alrededor de 200.000 en todo el país, aunque en realidad la cifra se puede multiplicar por dos, ya que muchos katoeys son inmigrantes llegados de fuera que viven y se desenvuelven en la clandestinidad. Ello a pesar de que su nivel de aceptación es bastante superior al de los transexuales en las sociedades occidentales, e incluso hay familias tailandesas que creen que los ladyboys pueden llegar a traer buena suerte. Y es que en Tailandia se practica un tipo de budismo muy tolerante, que sin duda ha favorecido la aceptación de la transexualidad por parte de la sociedad. Prueba de ello es que en 1996 el equipo de ‘las chicas de acero’, compuesto en su mayoría por ladyboys y homosexuales, consiguió ganar la liga nacional de voleibol.

Paradójicamente, desde el punto de vista legal la figura del katoey no está reconocida en Tailandia y no es posible el cambio de sexo a estos efectos. En la práctica, no obstante, cientos de chicos se operan sin control en clínicas de dudosa reputación que ofrecen ofertas por debajo de los 1.000 dólares. El resultado, trágico a veces, ofrece en otras ocasiones transformaciones espectaculares, como la sufrida por una candidata a Miss Tailandia que no fue descubierta hasta que una de sus competidoras la delató por celos en la fase final del concurso.

Su figura, bella y escultural, no difería demasiado de esos otros cuerpos sinfónicos y pluscuamperfectos que se pasean cada noche por las calles de Bangkok. Bueno, quizá sí hubiera entre ellos una diferencia, una nimiedad ubicada entre las piernas y escondida bajo la falda. Un signo inequívoco de que la naturaleza, en ocasiones, también se equivoca.

El mayor espectáculo del mundo

No hay tigres, ni leones; tampoco hay elefantes, ni osos, ni domadores. Pero nada de eso importa cuando se encienden las luces del pequeño teatro y el presentador anuncia en un viejo micrófono que la sesión está a punto de comenzar. “Pasen y vean. Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo: el circo”.

Creada en 1986 con el objetivo inicial de apoyar la recuperación psicológica de jóvenes refugiados de guerra a través de la expresión artística, la ONG Phare Ponleu Selpak (PPS) se ha consolidado hoy día como una de las entidades más activas en la lucha contra el subdesarrollo de las comunidades desfavorecidas de Camboya, a través de diferentes programas y servicios sociales, educativos y culturales dirigidos especialmente a familias que viven en situación de extrema pobreza y marginalidad.

Su acción se centra en la práctica artística como elemento de transformación social. No en vano, PPS considera el arte como una herramienta no sólo para impulsar la expresión individual y colectiva, sino que ayuda a afrontar las necesidades psicosociales de cada menor, aumentando sus capacidades educativas y sociales y mejorando su desarrollo personal. Para lograr estos ambiciosos objetivos, a principios de los 90 creó la escuela de circo Anch Anh de Battambang, que en la actualidad acoge a un millar de jóvenes que reciben educación y formación artística en dibujo, vídeo animación y música popular.

Gracias a la asistencia técnica y económica de varias escuelas de circo francesas, el grupo de Anch Anh inició su andadura profesional en 1998 con una treintena de artistas. Entre ellos figuraban siete niños rescatados de las redes de la prostitución y acogidos en el orfanato de la asociación, cuyos espectáculos, más allá del entretenimiento, tienen una clara vocación pedagógica. “Con las actuaciones damos información sobre prevención del sida, las drogas, la higiene o las minas antipersona”, explica uno de los educadores, quien asegura que la finalidad de la ONG es ofrecer alternativas a los adolescentes para que éstos se comprometan con la sociedad en la que viven.

Y es que, además del circo, Phare Ponleu Selpak trabaja para mejorar las condiciones de vida en Battambang, una de las poblaciones más peligrosas del país por su cercanía con la frontera de Tailandia y las numerosas minas antipersona sin desactivar que yacen dormidas en sus alrededores.

Por su ubicación geográfica, el ejército regular de Phnom Penh instaló en la localidad un centro de operaciones de primer orden en 1990, para combatir las guerrillas que trataban de infiltrarse en la zona central del país. Así, y en represalia por la presencia militar, los jemeres rojos atacaban por sistema la ciudad, que durante años estuvo prácticamente aislada. Con el inicio de las conversaciones de paz en 1998, el clima de inseguridad fue desapareciendo paulatinamente, se rehabilitó la carretera de acceso al municipio y se potenció su rico patrimonio cultural.

En esta metamorfosis fue decisivo el papel de la escuela de circo, quien ha rescatado del abismo a cientos de niños que ahora entrenan con esfuerzo e ilusión en disciplinas como las acrobacias, los malabares, el equilibrio, el contorsionismo o el trapecio. De hecho, algunos de aquellos adolescentes castigados por la posguerra son ahora destacados artistas profesionales que realizan actuaciones en Camboya y en todo el mundo.

En Battambang, mientras, la carpa de Anch Anh se sigue abriendo de par en par dos veces por semana para presentar el mayor espectáculo del mundo. “Pasen y vean. La función está a punto de comenzar”.

Fotos: PPS

Puedes ver un video en inglés sobre la labor de PPS y la escuela de circo en:
http://www.youtube.com/watch?v=9RIbFSrXC5E&feature=related

jueves, 7 de julio de 2011

Profesionales al servicio del desarrollo

Tras más de una década trabajando en la mejora del nivel de vida de los más desfavorecidos del planeta, la organización no gubernamental AIDA se ha convertido en uno de los referentes de la cooperación española en el exterior. No en vano, está presente en una docena de países de varios continentes con cerca de un centenar de proyectos de asistencia y ayuda al desarrollo.

Uno de los más ambiciosos está orientado a la promoción de la acuicultura sostenible en Camboya, que coordina la palmera de origen vasco Amagoia Labarga Hermenegildo. Licenciada en Biología por la universidad canaria de La Laguna (ULL), la joven tinerfeña lleva dos años trabajando en esta compleja zona del sureste asiático, marcada por el sangriento conflicto de los jemeres rojos y las tensiones permanentes con la vecina Tailandia.

Por indicación de la Agencia Española de Cooperación Internacional y para el Desarrollo (AECID), organismo dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, AIDA realizó una primera identificación en Camboya en 2007, con el objetivo de ofrecer una alternativa sostenible a la agricultura, muy afectada en los últimos años por los desastres naturales y la falta de recursos humanos, técnicos y económicos. “El 75% del aporte proteico en la dieta camboyana procede del consumo de pescado, por lo que había muchas posibilidades de establecer y desarrollar producciones acuícolas”, explica Amagoia Labarga, quien también posee un Posgrado en Contaminación Marina por la Universidad de Barcelona y es experta en cooperación y acuicultura.

Su ONG, que trabaja en este mismo ámbito en países como Colombia, Guinea Bissau, Bangladesh, Sri Lanka y Vietnam, ideó para Camboya un proyecto a cuatro años en el cual se promueve un servicio público de extensionismo y se trabaja con el gobierno a nivel central y provincial. En este sentido, “AIDA trabaja directamente con los granjeros, la mayor parte de los cuales apenas sobreviven con 30 dólares al mes”, asegura la bióloga de Tazacorte, que dirige un equipo formado por 22 personas. “El objetivo final del programa es la seguridad alimentaria y el desarrollo rural de las zonas más desfavorecidas del país”, incide Amagoia Labarga, cuya ONG también está siendo pionera en el estudio de la cuestión de género en el país asiático.

Actualmente, después de casi dos años de intenso trabajo en cuatro provincias camboyanas (Kratie, Stung Treng, Mondulkiri y Ratanakiri), AIDA asiste a 405 familias (más de un millar de personas) que compran alevines y engordan distintas especies de peces hasta talla comercial. Además, ayuda a otras 12 familias que tienen reproductores, huevos y alevines que comercializan entre otros productores acuícolas. “Lo que pretendemos es que, además para su propio consumo diario, puedan obtener ingresos extra que les permitan, por ejemplo, enviar a sus hijos al colegio o mejorar sus viviendas”. “En definitiva, se trata de mejorar su calidad de vida, tanto a nivel alimentario como económico”, subraya.

El grupo de trabajo de AIDA, además de cursos de formación, visita mensualmente a todos los productores y les ofrece asesoramiento personalizado, a fin de solventar los problemas y dudas que puedan tener. Además, “realizamos revisiones de las granjas, y si ellos detectan alguna irregularidad, por ejemplo en la calidad del agua, les ayudamos a solucionarlo y mejorarlo”, arguye Amagoia Labarga.

El programa, en muy poco tiempo, ha ofrecido enormes resultados, hasta el punto de que uno de los acuicultores formados por la ONG ha sido premiado por el gobierno camboyano por su capacidad de gestión y difusión a otros productores del país. “El servicio de extensionismo está tomando cuerpo en las provincias donde no existía ningún tipo de control o ayuda similar”, reitera la bióloga, cuyo plan operativo a cuatro años está subvencionado por AECID con más de un millón de euros.

“No se trata sólo de desarrollar un proyecto y terminar la actividad dentro de un año. Pretendemos transferir una serie de conocimientos que son importantes para la mejora de las condiciones de vida y alimentación de buena parte de la población de Camboya, que vive por debajo del umbral de la pobreza”, espeta Amagoia Labarga, quien no obstante también reconoce la existencia de numerosos obstáculos que dificultan la labor de AIDA. “El cambio cultural es uno de los problemas más importantes, porque el modo de trabajar, pensar y actuar es diferente al que nosotros estamos acostumbrados. Hay que adaptarse en muchos sentidos, y el gobierno local no facilita las cosas, ni resuelve carencias básicas a nivel de infraestructuras y burocracia. Aún así, creo que los servicios provinciales han mejorado mucho y, de hecho, están comenzando a ser una referencia para otros departamentos del Estado”, concluye.

martes, 5 de julio de 2011

‘Ayudándote a que nos ayudes’

Michael Horton dejó su Inglaterra natal hace ya casi una década con un objetivo para muchos utópico: poner su granito de arena para cambiar el mundo. Después de viajar por varios continentes y pasar mil y una penalidades, decidió establecerse en la turística Siem Reap, donde descubrió la cruda realidad de un país que todavía hoy tiene abiertas muchas heridas.

Con unos pocos dólares en el bolsillo y su experiencia de más de 20 años en el sector bancario, decidió ayudar a todos los que, como él, pretenden contribuir al desarrollo de Camboya. Así nació Concert, una organización dedicada al turismo responsable que conecta a todo aquel que lo desea con ONGs y entidades de ayuda y cooperación.

Se trata, como el propio Michael afirma, de “ayudar a todos aquellos que quieren ayudar y no saben cómo hacerlo”. Para ello, Concert actúa como intermediario entre los voluntarios y una veintena de organizaciones no gubernamentales –la mayor parte de ellas locales-, que trabajan en áreas como la educación, la salud o el medioambiente. “Intentamos orientar y guiar a todas aquellas personas que pretenden contribuir de alguna manera al desarrollo del país”, añade este inglés de aspecto bonachón y mente preclara.

Con la ayuda de tres voluntarios y sin apenas respaldo económico, Concert sobrevive gracias a donaciones y al apoyo de algunos amigos y familiares de Michael, cuya oficina también acoge a mochileros, varios niños de la calle y hasta un gato que campa a sus anchas por toda la estancia. “En Concert buscamos la mejor manera para canalizar las ayudas que la gente está dispuesta a ofrecer”, subraya. En este sentido, la entidad contacta con escuelas y orfanatos, impulsa acciones responsables, fomenta los negocios locales y vela por la sostenibilidad de las comunidades camboyanas menos visitadas y con más dificultades.

El proyecto de Concert, por el que se han interesado varias agencias internacionales, trata de mitigar el impacto socioeconómico, ambiental y cultural negativo que el turismo actual produce en el país, actuando como medida compensatoria y de implementación de buenas prácticas. “No basta sólo con dar algo de dinero para limpiar nuestra conciencia, sino de saber a quién se lo damos y dónde irá a parar”, concluye Michael.



lunes, 4 de julio de 2011

Vidas minadas

Cuando tenía 14 años, Lay Sokhum pisó una mina terrestre mientras trabajaba en el sembrado de su padre cerca de Pailin, un modesto pueblo de la Camboya occidental. “Después de la explosión vi humo”, explica. “Estaba en el suelo y no sabía lo que había ocurrido. Sólo cuando intenté moverme me di cuenta de que sangraba mucho”, asegura. Su dramática historia, contada en un diario local, se repite con demasiada frecuencia desde hace dos décadas en un país desgarrado donde todavía hay entre cuatro y seis millones de estos artefactos sin desactivar.

A Lay, la cirugía le salvó milagrosamente la vida, pero no evitó la amputación de sus dos piernas. Tras la operación, el joven quedó tan conmocionado y deprimido que abandonó la escuela e intentó suicidarse; tras meses de rehabilitación y después de que le colocaran una prótesis, ahora puede caminar de un sitio a otro sin ayuda, e incluso ha vuelto al colegio en una bicicleta que le regalaron miembros de UNICEF.

Precisamente, Naciones Unidas fue de los pocos organismos de ayuda humanitaria que lograron entrar en Camboya en la década de los 80, cuando el país aún estaba cerrado a Occidente. La política del gobierno estaba bajo el control de los vietnamitas, lo que a su vez provocó el embargo norteamericano. Por si fuera poco, Vietnam invadió en 1984 todos los campos rebeldes que había en el estado y obligó a los jemeres rojos y a sus aliados a refugiarse en Tailandia; éstos se convirtieron en una guerrilla que realizaba incursiones con el objetivo de ‘minar’ la moral de sus adversarios.

Los jemeres, acosados, optaron por bombardear las comandancias controladas por el Gobierno, colocando millones de minas terrestres en zonas rurales, que obligaron a miles de hombres, mujeres y niños a refugiarse en el interior de Laos. Los vietnamitas, por su parte, intentaron proteger sus bastiones detonando puentes, cercando los pasos fronterizos y creando el mayor campo de minas del mundo, conocido como K-5, que todavía hoy provoca al mes una media de 20 mutilaciones.

Buena parte de ellas se producen en la zona comprendida entre Battambang, Anlong Veng y Pailin, considerada como la más minada del planeta, donde hay más de 25.000 personas afectadas por esta lacra infernal. Contra ella luchan desde hace 15 años organizaciones como el Cambodian Mine Action Centre y el Mines Advisory Group, quienes han eliminado en la última década más de 800.000 minas terrestres y 1,77 millones de municiones sin estallar.

La labor de las ONG y los organismos internacionales, en cualquier caso, sigue siendo insuficiente, porque se limita a la detección y desactivación de artefactos, pero rara vez atiende a los damnificados. Éstos, muchos de ellos niños, quedan abandonados a su suerte una vez salen del hospital, ya que sus familias no pueden permitirse el lujo de velar por un discapacitado sin horizonte ni futuro.

Para evitar eso llegó a Camboya en 1985 el jesuita español Enrique Figaredo, quien suma ya casi tres décadas trabajando por uno de los colectivos más olvidados y marginados, los refugiados víctimas de las minas. En torno a ellos impulsó varios proyectos de atención a personas discapacitadas que son hoy un referente a nivel mundial.

Tres años más tarde, en 1988, se instaló en Phnom Penh, con el objetivo de llegar con sus iniciativas a todos los camboyanos, lo que le llevó en 1990 a la fundación de Banteay Prieb, la primera escuela del país de formación de discapacitados y taller de fabricación de sillas de ruedas. Ya en el año 2000, monseñor Figaredo –al que todo el mundo conoce como el padre Kike- fue nombrado obispo de la Prefectura Apostólica de Battambang, desde donde sigue combatiendo con fervor contra la desesperanza y la rabia de cientos de vidas minadas.

domingo, 3 de julio de 2011

El reino de Angkor

Maravilloso, increíble, espectacular, sublime… Y así podría seguir apurando los adjetivos del diccionario, pero ninguno de ellos, ni todos a la vez, podrían describir la inigualable belleza del reino camboyano de Angkor. Considerados por muchos como la octava maravilla del planeta (yo me atrevería a decir incluso que deberían estar algún peldaño por encima), el recinto arqueológico que se abre majestuosamente a pocos kilómetros de la turística Siem Reap, aparece como la fusión perfecta de ambición creativa y devoción espiritual. No en vano, para los hindúes esta zona está considerada como una especie de paraíso en la tierra, la representación terrenal del monte Meru, el Olimpo que habita en el Himalaya y que fue copiado por los reyes jemeres con el objetivo de magnificar lo que hoy es el mayor edificio religioso del mundo.

Con las proporciones épicas de la Gran Muralla china, el detalle y la complejidad del Taj Mahal y el simbolismo y la simetría de las pirámides egipcias, los templos de Angkor son una fuente de inspiración y el orgullo nacional para un país que lucha por olvidar años de horror y traumas. Para ello, en torno a este reino descubierto hace apenas un siglo, se ha generado todo un negocio que es ya el santo y seña de la actual Camboya. Ello, sin embargo, no evita que la corrupción y el pillaje campen a sus anchas por un recinto que se extiende a través de medio centenar de kilómetros y que en su máximo apogeo llegó a contar con una población que rondaba el millón de habitantes. Los templos, sin embargo, permanecieron durante siglos abandonados en la jungla, y todavía ahora son varios los que tratan de sobrevivir a décadas de expoliación y deterioro.

Y es que, con la excepción de Angkor Wat, restaurado por la realeza jemer para su uso como santuario budista en el siglo XVI, los templos quedaron a merced de la naturaleza hasta 1920, cuando se empleó por primera vez en ellos la técnica de la anastilosis. Ésta era el método que los holandeses habían utilizado para restaurar el monumental Borobudur de Java. Explicado de forma sencilla, era una manera de reconstruir edificios usando los materiales originales y manteniendo su estructura primigenia. Así, sólo se permitía el uso de nuevos materiales cuando los originales no se podían encontrar, y en cualquier caso solamente se usaban con discreción.

En este sentido, la primera gran obra de recuperación se realizó en el templo de Banteay Srei, considerado por los historiadores como la joya de la corona de la artesanía angkoriana. Dedicado a Shiva, este edificio de corte hindú, está tallado en piedra de tono rosáceo y contiene algunas de las mejores tallas de roca que se pueden ver en el mundo.

Junto a él, Baphuon se convirtió en el principal desafío de los arqueólogos, que literalmente tuvieron que armar un gigantesco rompecabezas por dos veces, porque todos los registros de la primera fase de la restauración fueron destruidos por los jemeres rojos en la década de los 70. Veinticinco años después, la Unesco reanudó las obras de rehabilitación de un templo cuya estructura central tiene una altura de 43 metros, ya que representa en forma piramidal el honrado monte Meru.

Menos dificultades hubo a la hora de rescatar de la selva al templo de Bayón, quizá el edificio que mejor personifica el genio creativo y el ego hinchado del legendario rey de Camboya, Jayavarman VII. Único e inigualable, es un lugar de pasillos estrechos y precipitados tramos de escaleras, que ascienden hasta una primorosa colección de 54 torres de estilo gótico decoradas con 216 enormes rostros del dios Avalokiteshvara y que se parecen mucho al propio rey, quien con una irónica y enigmática sonrisa recuerda que es capaz de verlo y controlarlo todo.

Bayón, como Preah Palilay, Tep Pranam, Preah Pithu o Prasat Suor, se inscriben en la ciudad fortificada de Angkor Thom, que se extiende por más de 10 kilómetros cuadrados y fue el epicentro de las sangrientas disputas entre los chams y los jemeres hace ahora 13 siglos. El recinto, rodeado por una jayagiri (muralla) de 8 metros de alto y por un jayasindhu (foso) de 100 metros de ancho, es otra representación monumental del monte Meru rodeado por los océanos. Fue construido por el inefable Jayavarman VII, que vivió obsesionado por superar a sus antepasados en tamaño, escala y simetría constructiva.

Estas tres características son, precisamente, las que hacen que Angkor Wat pueda definirse como el padre de todos los templos, un edificio que se eleva hacia el cielo en una deslumbrante mezcla de espiritualidad y simetría (su construcción implicó a 300.000 trabajadores y 6.000 elefantes). Es, sin lugar a dudas, uno de los monumentos más inspirados y espectaculares concebidos por la mente humana, un imperecedero ejemplo de la devoción del hombre por sus deidades.


Desde sus dimensiones espaciales, paralelas a las longitudes de las cuatro épocas del pensamiento clásico hindú, hasta sus fascinantes ornamentos decorativos, Angkor Wat es una réplica del universo espacial en miniatura. Rodeado por un foso de 190 metros de ancho, los bloques de arenisca que lo componen fueron transportados en balsa por el río Siem Reap desde canteras situadas a más de 50 kilómetros de distancia.

Su belleza cautivó incluso a los jemeres rojos, incapaces de dañar sus más de 3.000 apsaras (todas únicas y con 37 peinados diferentes), las ninfas talladas en los muros de Angkor Wat, que representan el poder de la diosa femenina en un mundo pensado por y para los hombres. Éstos, antes y ahora, se siguen rindiendo con devoción mariana ante este apabullante imperio selvático, y peregrinan diariamente hasta allí guiados por una magia que perdurará para siempre.