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lunes, 1 de diciembre de 2008

Sueños de juventud

Cruzó el estrecho en los bajos de un camión. Tampoco le habría importado hacerlo en patera. Su adolescencia en Marruecos no resultó un camino de rosas. No lo puede ser para alguien que cuando se supone que debe estar aprendiendo a vivir ha de tomar la increíble decisión de jugarse el pellejo en busca de un futuro que su tierra le niega. “Vino a España en busca de un sueño”, asegura Begoña Camacho, voluntaria de la ONG Acción en Red, quien aclara, sin dar margen a la imaginación, que esta palabra, en su lenguaje, significa sencillamente “formación y trabajo”. El tráiler en el que viajó como polizón, y en el que sintió muy de cerca el calor de la muerte, no le dejó a las puertas del cielo. Más bien al contrario.

Indiferencia
El desarraigo, la soledad, la indiferencia general y el hambre convirtieron las calles malagueñas en su particular y cruel infierno. “Me contaba que dormía en un bosque a las afueras de la ciudad, con un amigo de su país. Estaba sin nada. Cuando sentía hambre hacía señas a la gente –pues sólo hablaba francés– para que le dieran algo. Dice que un día se presentó ante la policía, pues era la única manera de que le sacaran de aquello”, añade Begoña. El chaval se encuentra ahora en un centro de menores de Granada. Ella, al igual que Jara Majuelos –otra voluntaria–, le ve con frecuencia, pero prefiere no dar el nombre para preservar su completo anonimato, “puesto que aún no ha alcanzado los 18”.

Su historia es la de muchos de los 600 inmigrantes que han pasado por el programa de atención socio-educativa a menores no acompañados de Acción en Red, una organización de ámbito estatal, establecida en Granada desde principios de los noventa, y volcada en la búsqueda de una sociedad más igualitaria, más justa, en la que ningún ciudadano caiga en la exclusión sea cual sea su condición. Su compromiso social va acompañado de un denso programa de contenidos, en el que se incluye mucha tarea de campo –en especial, con colectivos de riesgo–, charlas, conferencias; y una intensa labor en el ámbito de la formación. Esa es una de las principales armas de las jóvenes Begoña y Jara, que ultiman estudios superiores en la Universidad de Granada.

El proyecto comenzó hace seis años prácticamente con ellas. Organizan actividades de distinto tipo; desde clases de español hasta excursiones durantes las jornadas de fin de semana. Adolescentes tutelados comparten inquietudes y experiencias con granadinos o andaluces de su edad. En otras ocasiones, se montan proyecciones de cine, talleres de manualidades, charlas o clases de idioma. “El aspecto docente es importante, pero el objetivo principal es siempre la integración, un medio al que se llega a través de un proceso bidireccional en el que participa la población autóctona y en el que dan y reciben los miembros de ambas comunidades”, señalan las colaboradoras de una organización que desde hace décadas se emplea duro en el combate de las desigualdades.

Expectativas
No les sobra el tiempo. Begoña lleva dos carreras adelante y no oculta que en algunos momentos puntuales el agobio personal alcanza picos muy elevados: “Lo pasas mal, pero nunca me he planteado dejarlo por lo mucho que me aporta”. “Afectivamente se consiguen grandes cosas. Sobra decir que, para ellos, no son situaciones fáciles. ¿Cómo se sentiría un chico español al que sacas de su ambiente familiar y lo llevas, por ejemplo, a Australia, sabiendo que no volverá a ver a sus padres en tres o cuatro años? La respuesta es fácil de imaginar”, continúa explicando esta almeriense de 22 años. Como Jara, si tuviera que resaltar una cualidad de estos chavales de doce, trece, catorce o dieciséis años, sería “su madurez”. “Son bastante conscientes del riesgo al que se exponen cuando afrontan la travesía para venir aquí.

En parte, saben lo que supone viajar en patera o en cualquiera de estos medios”, concreta Begoña, quien no oculta que, en ocasiones, los allegados colaboran en la empresa, aportando dinero u otros recursos, “pero también puede ocurrir lo contrario, es decir, que no sepan nada hasta el último momento”. Aunque coinciden en que resulta arriesgado ofrecer datos sobre un grupo tan amplio, aseguran que un alto porcentaje de los menores que arriban a la capital proceden de Marruecos y, más concretamente, de las zonas rurales del país o de la Costa de Tánger y Tetuán. Cuentan que en estos seis años han alcanzado grandes metas personales, que han pasado rápido y que han recibido mucho.

Los vínculos con algunos de ellos no se han consumido aún: “Quedas con ellos y te cuentan que han encontrado trabajo y que les va bien, que han rehecho sus vidas. Resulta muy gratificante”. “No son personas conflictivas, todo lo contrario. Tienen sus inquietudes, presentan las peculiaridades propias de la edad, pero nada más. Como en cualquier entorno, puedes encontrar algún caso que se salga de esta norma, pero igual que podría ocurrir en una familia española”, señalan las voluntarias. Lamentan que “nunca que aparecen en los medios sea por algo positivo”. Aprovechan el momento para romper tópicos, para cargar contra la generalización que “les mete a todos en el mismo saco. Se hace mucho daño. De cara a la sociedad, estas situaciones destruyen parte del trabajo que realizamos; y lo más triste es que la imagen que se transmite no es real”.

Publicado en el diario La Opinión de Granada
Autor: E. Fuentes

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