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domingo, 28 de diciembre de 2008

"En el mundo hay demasiada hipocresía y poco respeto"

Tiene 27 años y mide casi dos metros. De haber nacido en España, quizá habría sido una promesa del baloncesto, pero hace una década, en Angola, era el candidato ideal para enrolarse en el Ejército. «Con 17 años y esta altura, tenía todas las papeletas para que me reclutaran en la ‘mili’, y ser soldado allí no es tan bueno. El adiestramiento se hace en tres meses y, si estalla un conflicto antes, te mandan al frente igual. He visto a amigos míos que jugaban al fútbol irse a combatir un sábado y volver el lunes sin piernas», explica este rapero con tristeza.

La razón para emigrar es contundente. Angola atravesaba una guerra y «mi madre y mi tía tenían miedo por mí. Ellas viven en Bilbao desde hace años y me hicieron venir». Ese cambio de país, realidad y cultura quedó reflejado en un disco que grabó hace unos años con el grupo Maf’s Blood; una maqueta que se llamó Ser emigrante y se centró en las sensaciones de desarraigo. «Cuando empezamos, yo cantaba en portugués. A la gente le gustaba la música pero no entendía mucho las letras, así que aprendí a hablar en castellano para que se comprendiera lo que quería decir», como ahora, en la entrevista, donde reflexiona sobre la inmigración y la crisis. «Hay algo que está claro –explica– : a ninguna persona le gusta tener que irse de su casa obligada. Aquí llevamos varios meses de crisis económica y para muchas familias ya es duro. Yo viví 17 años así, y la gente mayor de mi país muchos más. Imagínenlo; décadas de crisis, guerra y gobiernos corruptos», propone.

Pero la emigración no solamente es tristeza. Para Betto, se hace mucho hincapié en lo negativo, «como quitar el trabajo a los demás o saltar la valla», mientras se olvida el resto. «Las migraciones son mucho más que eso y habría que empezar a tratarlas de otro modo. Yo he aprendido muchas cosas estando aquí, tanto de los vascos como de los extranjeros. Mi novia, de hecho, es de Ecuador. Si algún día formamos una familia, nuestros hijos serán vascos y llevarán la herencia africana y latina en la sangre. Eso también es riqueza humana y cultural»,

Un paso
En su nuevo trabajo – que grabó en solitario mientras montaba un sello discográfico independiente y que puede descargarse de Internet – , Betto mantiene su línea. «Mi hermana pequeña me pregunta cosas sobre lo que pasa alrededor y yo no siempre sé qué contestarle. Intento encontrar respuestas a través de la música y expresar que en el mundo hay demasiada hipocresía y muy poco respeto. Hay racismo y apatía, los hijos maltratan a los padres. Todo está de cabeza».

Como extranjero, africano y negro, Betto señala que en Euskadi no ha sufrido actitudes racistas , aunque sí ha notado los prejuicios. «La gente tiene una imagen muy negativa de África porque los periodistas, cuando van allí, quieren impactar con la foto y vender. De pronto graban tribus pero interpretan mal lo que ven. Las cogen como ejemplo de desgracia en vez que mostrar que es una forma de vida distinta».

Lo mismo ocurre a la inversa, ya que la idea que se tiene sobre Europa «no es exacta». Betto recuerda que se imaginaba las ciudades europeas como Nueva York, «cosmopolitas y enormes», y que al llegar se sorprendió. «La capital de Angola, Luanda, es muy similar a Lisboa. Como los portugueses se fueron de allí en 1975, hay más similitudes que diferencias». Lo que cambia es, sobre todo, la cultura. «Allí la gente se relaciona de otra forma. Tu vecino es también tu familia. Aquí la gente no se conoce entre sí y hay muchas personas solitarias. Es una pena, pero se puede cambiar. Lo bonito de Bilbao es que puedes hacer amigos de todas partes del mundo».

Se llama José Augusto Ribeiro, pero todos le conocen como Betto Snay. Así se presenta este rapero angoleño, que se fue de su país en 1999 y reside actualmente en Barakaldo. Aquí ha grabado su primer trabajo en solitario, El mundo al revés, un álbum de letras comprometidas y crítica social en el que denuncia las injusticias cotidianas, el racismo, la intolerancia y la xenofobia.

Publicado en el diario El Correo
Autor: Laura Caorsi

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