El profeta Isaías decía en la Biblia que "los caminos del Señor son inescrutables". Siglos después de que fuera pronunciada aquella frase, el sacerdote tinerfeño Domingo Marrero puede dar fe de ello. Desde hace 14 años, el padre Domingo dirige la Pastoral Penitenciaria de la cárcel de Tenerife, una de las áreas menos conocidas de la Diócesis Nivariense. Junto a él, otro cura y una religiosa oblata tienen la difícil tarea de asistir espiritualmente a los casi 1.600 reclusos que cumplen condena en la Isla.
"Cuando hablamos de pastoral penitenciaria entendemos que es la presencia de la Iglesia católica en el mundo de la cárcel. Intentamos que nuestra misión no se circunscriba sólo a los muros de la prisión, sino también a todo lo que tiene que ver con la prevención y la reinserción", explica a este periódico el padre Domingo Marrero. Esta área de la Diócesis Nivariense comprende los centros penitenciarios de Tenerife I y II y Santa Cruz de La Palma. En ellos, junto a tres sacerdotes y varias religiosas, trabaja un grupo de 35 voluntarios que entran a la prisión y otros 10 que son colaboradores externos. Éstos reciben un curso de iniciación porque, según expone el padre Marrero, "no basta sólo con la buena voluntad o la curiosidad, porque el servicio conlleva unas particularidades ante las que deben estar preparados".
La asistencia católica en los centros penitenciarios españoles depende de la Iglesia diocesana desde finales de los años 80. Antes, los sacerdotes de la cárcel eran funcionarios; de hecho, existía un cuerpo especial de capellanes de prisiones, similar al castrense. Mediante un acuerdo entre la Iglesia y el Estado en los 90, la asistencia católica a los centros penitenciarios comenzó a depender de las diócesis, cuyos responsables son los encargados de nombrar a los sacerdotes que desarrollan esta labor. Uno de los más veteranos, reincidente como él mismo se define irónicamente, es Domingo Marrero, que llegó a la cárcel de Tenerife en 1994. "Al principio tenía mis miedos y temores lógicos, porque no conocía esa realidad. Pero ahora voy muy a gusto y no concibo mi vida sin la cárcel", asevera el religioso canario, que comparte su labor en el centro penitenciario con la titularidad de la parroquia de Santa Rosa de Lima, en Guamasa.
El Obispado tiene organizada esta área como una delegación de la Diócesis, con tres bloques de intervención: religioso, social y jurídico. Según relata el padre Domingo, "en el ámbito religioso llevamos a cabo los cultos y celebraciones normales". Para ello cuentan con una pequeña capilla, donde hay misa todos los domingos. A los hombres se les invita a la eucaristía una vez al mes, porque el espacio de la iglesia es tan pequeño que no caben todos los internos. Las mujeres, mientras, tienen su celebración dominical en un aula del módulo femenino, en una zona algo más alejada del recinto principal de La Esperanza. Las grandes celebraciones religiosas, como las de Navidad, Semana Santa o la Merced -patrona de los reclusos-, se llevan a cabo en el salón de actos, y en ellas suele estar presente el obispo y participan hombres y mujeres juntos.
Junto a los festejos religiosos, también se imparte catequesis y se prepara a los internos para los sacramentos, "porque a menudo nos encontramos a gente que no está bautizada o que no ha hecho la primera comunión", recuerda Domingo Marrero. Además, hay una formación religiosa, denominada ’catequesis bíblica’, que tiene una alta participación y lleva muchos años consolidada en Tenerife II. "A veces nos requieren para entrevistas personales y asistencia espiritual. Se trata de una labor de acompañamiento, acogida y cercanía", agrega el cura tinerfeño. El eclecticismo es otra de las características del recinto penitenciario de la Isla. Así, junto a los sacerdotes católicos, en Tenerife II hay también voluntariado evangélico, anglicano, testigos de Jehová y un imán musulmán, que lleva cinco años asistiendo a los centenares de presos de esa confesión que cumplen condena aquí.
Según Domingo Marrero, "el tema religioso no provoca problemas, sino que es el choque cultural o racial lo que a veces motiva enfrentamientos". "En nuestra cárcel hay una presencia exagerada de subsaharianos y magrebíes, cuya educación y forma de ser es diferente a la de europeos o latinoamericanos". "Sin embargo -subraya-, los propios internos y los funcionarios dicen que las cárceles de la Península son más violentas y conflictivas que ésta". Pese a todo, la masificación, la elevada presencia extranjera y el problema de los preventivos, que en la actualidad son cerca de 700 en la cárcel tinerfeña, genera continuas tensiones entre los presos, de los que apenas un tercio son canarios. "El preso, en un lugar como éste, ve al cura como una persona que lo puede ayudar, hasta en lo más insignificante, como conseguirle un sello, una pila del reloj o llamar a la familia", arguye el responsable de la pastoral penitenciaria de la Diócesis Nivariense. "Pero nosotros no estamos allí para convertir a la gente", incide el padre Domingo, quien reconoce que, "desgraciadamente", uno de los problemas más acuciantes que tiene este mundo es la reincidencia. "Hay muy poca reinserción, y la mayoría vuelve a la cárcel". Por ello, denota el religioso, "uno de nuestros objetivos es humanizar la cárcel, tratar de poner una semilla de cariño, de cercanía; con eso debemos sentirnos satisfechos".
Área social
El área social de la pastoral la llevan a cabo fundamentalmente los voluntarios, quienes dedican parte de su tiempo libre a los presos. Dependiendo de las habilidades de cada uno, se ponen en marcha cursos y talleres mensuales. Los hay de electricidad, costura, manualidades, cursos de español para extranjeros, música, etc. También hay un servicio infantil para los niños de 0 a 3 años que residen con sus madres en el módulo femenino. Los voluntarios sacan de paseo a los menores los fines de semana o los llevan con sus propias familias durante unas horas. Suelen ser hijos de internas extranjeras, con muchas de las cuales los voluntarios han establecido una relación muy estrecha.
La Diócesis Nivariense cuenta también con una casa de acogida en La Cuesta, para los internos que disfrutan de permisos o los que salen tras cumplir sus condenas. Lleva abierta desde 2003 y es un servicio de tránsito, para que los reclusos puedan pernoctar, asearse, etc. A veces esta vivienda acoge a familiares de presos extranjeros que vienen de visita. "La casa no es para que se perpetúe la estancia allí, sino para que les sirva de apoyo hasta que se reinserten en la sociedad", señala a este periódico Domingo Marrero. "La meta de cualquier preso es salir, pero son unos inadaptados sociales; y si no se han creado hábitos positivos, lo normal es que vuelvan a su entorno y delincan de nuevo", asegura el cura tinerfeño.
La droga es la principal lacra de las cárceles españolas, con el agravante de que las sustancias que entran son de peor calidad y más caras que en la calle. Hace un mes un joven que acababa de llegar de un permiso falleció en Tenerife II por culpa de una sobredosis. "Impactó mucho en su módulo, porque sus compañeros vieron la muerte muy de cerca", explica el padre Domingo. "Pero enseguida se corre un velo y todo vuelve a su estado natural". Y es que la rutina es el paisaje habitual de la cárcel. Como dicen los presos, chupar patio y echar los días para atrás hacen que las adicciones sean muy difíciles de superar dentro de las prisiones. "Se trata de personas poco constantes, a los que les cuesta conseguir y mantener un trabajo o relacionarse con la familia", insiste el cura isleño.
La cárcel es un mundo mitificado y desconocido para la mayoría. Pero el padre Domingo deja claro que "no es como en las películas". "Es un lugar de mucho sufrimiento y, en sí misma, no es buena, pero es un mal inevitable que está ahí", agrega. "La sociedad tiene sentimientos de ternura y misericordia hacia los presos, y eso se demuestra en las campañas que hacemos. Pero en la práctica la relación es complicada. Siempre hay un cierto recelo cuando se escucha la palabra preso, aunque también hay gestos admirables y de acogida", espeta el religioso.
Área jurídica
El área jurídica de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Tenerife está ligada al Juzgado de Vigilancia, con el que colabora estrechamente. Dicho juzgado suele enviar a muchos presos a la casa de acogida, a veces incluso como condición expresa cuando les concede un permiso. Tras más de una década trabajando en Tenerife II, el padre Domingo Marrero es uno más en la cárcel, donde ha vivido infinidad de experiencias. Reconoce que nunca ha tenido conflictos graves con internos. Más bien al contrario. "Una de las primeras sorpresas positivas que te llevas es el respeto con que te tratan. Y no sólo a mí, también a los voluntarios, muchos de los cuales son mujeres que van a módulos de hombres. Ellas me dicen que nunca les han faltado al respeto, y se sienten protegidas y queridas", sostiene. No obstante, ha sido testigo de numerosos enfrentamientos, y una vez tuvo que ir a declarar al juzgado en un caso de agresión.
En esos momentos de tensión, explica, "mi papel no es el de mediador, porque si hago algo podría ser peligroso y contraproducente. Son los funcionarios quienes deben intervenir". Sólo una vez se vio desbordado, cuando durante la proyección de una película de un ciclo de cine que él mismo organizaba, se produjo una pelea ante la que se encontró solo con un nutrido grupo de presos. "Me fui sobre uno de los líderes, que conozco de hace tiempo y que es un interno célebre de Tenerife, y logré convencerlo. Al final todo quedó en empujones e insultos, pero pudo ser mucho peor", explica.
En sus más de 14 años en Tenerife II no ha vivido ningún motín, pero sí huelgas de hambre, suicidios y cientos de anécdotas. "Las medidas de seguridad funcionan y el perfil del preso canario es el de una persona relativamente tranquila", insiste. "Nuestra tarea allí no es ver frutos, y a veces te llevas muchas frustraciones que debes superar", asegura el padre Domingo. "No soy psicólogo, sino que me baso en la experiencia y el sentido común, aunque eso no quita que a veces pueda perder los papeles o equivocarme". Aún así, afirma haber vivido también experiencias gratificantes, como el caso de un chico que tenía una orden de alejamiento de sus padres y no lo dejaron ir al entierro de su madre. "Cuando salió de la cárcel en su primer permiso, me pidió que lo llevara al cementerio. Luego nos saltamos la prohibición y se reencontró con su padre, porque ambos estaban deseando volver a verse", concluye el sacerdote.
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