Jaume Sanllorente tiene 32 años. En 2003 fue de vacaciones a la India para descansar de su trabajo como periodista de información económica en España, pero «la experiencia brutal de la pobreza» que allí observa le impacta de tal modo que no puede dejar de pensar en ella. Un año después regresa al mismo país y el último día de su estancia en él se da de bruces con un drama que le sale al paso sin buscarlo: un orfanato de Bombay cierra sus puertas y los 40 niños que en él viven se van a la calle si nadie lo remedia. Jaume no lo piensa dos veces: regresa a Barcelona, vende su piso, deja su trabajo y vuelve de nuevo a la India con el dinero necesario para saldar las deudas del orfanato y así impedir su cierre.
- ¿Qué recuerda del trabajo en el que era un periodista de información económica?
Que aquello era como la prensa del corazón, pero con corbatas: divorcios de empresas, matrimonios, infidelidades...
- ¿Se fue huyendo de todo eso?
Por aquel entonces yo estaba encantado con mi vida, con mi entorno y con mi trabajo, pero al ver la pobreza me sentí reponsable directo de esa situación. Jamás hay que ayudar para huir de nada, pues sólo se puede compartir si primero se llenan los vacíos que uno tiene.
- ¿Qué le impulsa en su tarea?
El niño 41 que entró en el orfanato que acababa de salvar. Al ver que pasábamos de 40 a 41, me di cuenta que tras él podía venir el 42 y el 43 y el 44 y el 45... Esa es la persona que me inspira día a día.
- ¿Podemos saber su nombre?
Se llama Rohit y tiene 10 años. Cuando llegó en 2004 al orfanato de la mano de su abuelo, era epiléptico y sus padres habían muerto, algo que le ocurrió también al abuelo justo una semana después de entregarnos a Rohit, que hoy está guapo y contento, además de ser un buen estudiante. Es un ángel.
- Ahora tiene menos medios materiales que antes: ¿no es cierto?
Lógico y natural.
- ¿Ello le ha restado felicidad?
No, ahora soy mucho más feliz que antes, claro está (...y Jaume se ríe con un algo que contagia). Librarse de cosas materiales sólo da alegría.
- ¿De dónde brota la felicidad?
De querer con sinceridad que los demás sean felices; no uno mismo. Ese es el secreto.
- ¿Con sólo quererlo vale?
Sí, porque si uno cree sinceramente en esa querencia la llevará a la práctica.
- ¿Me puede decir qué hacemos aquí?
Somos un instrumento, algo así como un violín que sólo tiene cuatro cuerdas y que en el fondo no es más que un trozo de madera. Sin embargo, si se toca bien ese instrumento, uno regala música a los demás. Del mismo modo, nuestras vidas adquieren un gran significado si ayudamos a los demás, si tocamos música para los demás. Es muy triste que nadie regale música a nadie.
- ¿De quién ha aprendido eso?
De los pobres de Bombay, que son mis maestros y me enseñan a ser generoso, agradecido, humilde y paciente. Gran lección, ¡uf!, ésta de ser paciente. Ellos me ayudan a mí, que sólo soy su servidor y estoy por debajo de ellos y entregado por completo a ellos. Son mis jefes.
-¿En qué cree?
No necesito creer porque sé que Dios existe: lo respiro, lo siento. Se cree en algo que no tocas, pero yo lo toco. No hay protones ni evidencias científicas del amor ni de la generosidad. Son virtudes que no se ven con un microscopio, pero existen. Es algo que hemos sentido todos, ¿no? Y estas expresiones divinas son Dios. La esencia, la desnudez de todas las religiones es idéntica. Lo mismo que dijo Buda también lo dijo Jesucristo: amor, generosidad, entrega, perdón...
- ¿Un consejo fácil?
Sonreír en el ascensor. No sirve de nada querer cambiar el mundo, si no eres capaz de regalar una sonrisa al ciudadano anónimo con el que te cruzas. Hay que sonreír cada mañana, aunque corras el riesgo de que parezca que estás como una cabra.
Publicado en el Diario ABC
Autor: Luis Miguel del Barrio
No hay comentarios:
Publicar un comentario