Llegó a España hace poco más de un año con la esperanza de encontrar la estabilidad que había perdido en su Uruguay natal, un país sumido en la depresión por la devaluación del dólar y los efectos generados por el corralito argentino. Junto a Yael, su hija de tres años, y algo de dinero ahorrado, Gabriela aterrizó en lo que le habían definido como la isla de la fantasía. Sin embargo, la realidad fue otra bien distinta, hasta el punto de que apenas unos meses después solicitó el retorno asistido a su país de origen.
"Las cosas no se me dieron como quería. Mi idea no era establecerme aquí en Canarias, sino que vine con la intención de mejorar económicamente y quedarme por un tiempo. Me había quedado sin trabajo -era ayudante en una clínica veterinaria- y decidí venirme para conseguir el dinero necesario para poder comprarme una casa allá", explica la joven uruguaya. En su país natal, la devaluación del dólar, el aumento del desempleo y los efectos provocados por el corralito argentino, empujaron a muchas personas a emigrar. "Teníamos para comer, pero no sé por cuanto tiempo más", relata.Por recomendación de unos amigos instalados en la Isla, decidió viajar a España junto a Yael, que por aquel entonces tenía apenas un año. "Estas amistades me decían que estaban bien y me enviaban fotos muy lindas, lo que parecía que esto fuera casi como la isla de la fantasía", agrega la inmigrante charrúa, quien reconoce que casi desde el principio se dio cuenta de que la situación era bien distinta a la que le pintaron.
"En otro tiempo quizá todo era mejor y yo llegué en el momento equivocado, pero creo que todo el dinero que se hace en España se usa para sobrevivir. Todo esta pensado para gastarlo", agrega."Una vez que yo estuviese organizada y consiguiese un trabajo, la idea es que el papá de Yael viniera para acá", asevera. Pero el tiempo pasaba y Gabriela no lograba encontrar un trabajo. Sus problemas para convalidar su titulación y el hecho de que se quedara en situación irregular a los tres meses de estancia en España, complicaron su ya de por sí difícil panorama. "La plata se fue yendo, y nada salía como lo planeé. Una señora me ofreció una habitación a cambio de cuidar unos niños. Luego trabajé en la casa de un señor que abusó un poco de su soltería y de que yo era inmigrante y no me podía defender de la mejor manera. Fue un abuso de palabra, nunca llegó a ser físico, porque me marché", expone a DIARIO DE AVISOS.
Cáritas y Cruz Roja
Fue entonces cuando recurrió a Cáritas. "Allí me ofrecieron una canasta de comida familiar y un dinero para la guagua, para poder buscar trabajo". Aun así, con 36 años y una niña de 3, su futuro no era halagüeño, aunque ella nunca se vino abajo. "Las pasé muy negras, porque en casa, rodeada de tu gente, siempre tienes a alguien que te pueda auxiliar; pero aquí sola era muy complicado", cuenta Gabriela. Trató de salir adelante de la mejor manera posible, aunque hubo un momento en que su escaso salario como asistenta apenas le daba para comer y pagar el alquiler de la habitación en la que residían en San Isidro. "En ese momento de desesperación, cuando vi que tendríamos que dormir en la calle, hablé con la asistente social y me trasladé a Santa Cruz, al Centro de Acogida de Primera Infancia de Cruz Roja (CAPI)", explica la emigrante uruguaya.
Allí se encontró con varias mujeres en su misma situación, la mayor parte de ellas inmigrantes subsaharianas que llegaron en cayuco. "Ellas venían peleando por un plato de comida, pasando muchas penurias; todas teníamos algo que contar", denota. En su opinión, "el tema de los papeles es importantísimo hoy en día. Todos tenemos derecho a buscarnos la vida, pero es lógico que no podamos entrar más, porque esto es muy chiquito y si seguimos entrando personas de todos lados llegará un momento en que no habrá sitio ni para los de acá ni para los que vengamos", afirma Gabriela. No obstante, ella deja claro que "hay que sentirse sumamente agradecido a lo que España nos brinda a los emigrantes".
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La historia de Gabriela se viene repitiendo con demasiada frecuencia los últimos meses, a medida que la recesión golpea con más fuerza. Y los inmigrantes son uno de los colectivos más perjudicados. "En mi país hasta tener un perro pasa a ser un lujo, porque la gente no puede comer ni pagar las cuentas. Esa es la verdadera crisis", espeta. Pese a su situación de irregularidad, ella tuvo suerte. Otros, en su misma posición, acabaron siendo expulsados. "Estuvieron a punto de cogerme cuando trabajaba sin contrato en un hotel en el Sur". Y es que la explotación laboral de los inmigrantes, algo que trata de evitar la reciente directiva europea contra los empleadores de personas en situación irregular. Gabriela sostiene que cuando se puso en contacto con la Cruz Roja "empecé a saber cosas que antes desconocía, como que podía denunciar al hombre que me acosó aunque no tuviese papeles".
En octubre decidió solicitar el retorno a Cruz Roja. El proceso, debido al notable aumento de las solicitudes, se ha retrasado, aunque confía en poder estar de vuelta en Uruguay en unos meses. "Vuelvo porque quiero tener a alguien que me pueda tender la mano, y eso sólo lo consigo en casa. Además, Yael necesita ver a su padre, que también lo está pasando muy mal", asegura la uruguaya, quien recomienda a todos aquellos que quieren venir a España que "ahora no lo hagan". Y si, como ella, deciden arriesgarse, Gabriela les da un consejo: "Que no les vendan gato por liebre, que esto no es la isla de la fantasía".
"Todos iremos al mismo agujero"
Gabriela afirma que durante su estancia en Tenerife no ha tenido problemas racistas. De hecho, afirma que se ha encontrado "más racismo de la gente de los negros hacia los blancos". "Yo les digo siempre lo mismo: que todos vamos a acabar en el mismo agujero y los gusanos no van a distinguir entre blancos y negros", agrega. Gabriela insiste en que esta experiencia le ha servido para crecer y aprender. "Supe salir adelante con mi hija en un lugar extraño, y me agarré con uñas y dientes". Insiste en que "ser madre es una tarea muy difícil, que no viene en ningún libro, y yo salí adelante en momentos durísimos, cuando no teníamos ni para comer y me veía durmiendo las dos en la calle". Por eso, confiesa estar "muy agradecida a gente solidaria que te tiende una mano sin pedir nada a cambio". "También he conocido gente diferente, culturas diferentes, y hasta he probado comida que nunca había tomado", asevera la emigrante uruguaya quien, pese a todo, afirma que "si la situación se diese, no me importaría volver a Tenerife. Llegué a un país que no conocía, y tuve un norte y un sur. Con eso me quedo".
Foto: Fran Pallero
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