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lunes, 2 de febrero de 2009

De 'niños-cayuco' a grandes supervivientes

Mientras el Gobierno central y el autonómico no parecen ponerse de acuerdo sobre la acogida de los menores extranjeros no acompañados que llegan al Archipiélago y el Ejecutivo canario pide urgentemente amparo para los más de 1.200 niños que se hayan acogidos en los centros de Canarias, Omar, Boujema, Abdelghani, Mía y Yassin contemplan desde Fuerteventura como la problemática parece no tener fin.

Llegaron a la isla siendo menores y tras su paso por un centro de acogida consiguieron trabajo. Coinciden en haber sido afortunados dentro del drama de la inmigración. En Casillas del Ángel, un pueblo en el centro de Fuerteventura que no supera los mil habitantes, vive Omar con su pareja, Yoana, una joven que conoció al llegar y con la que ha podido formar una familia. Arribó a Fuerteventura en 1996 con sólo 14 años. Este marroquí, procedente de la población de Beni Mellal en la región de Tadla Azidal, fue de los primeros menores no acompañados que llegaron a las islas.

«Uno de mis hermanos, que vivía en El Aaiún, le comentó a mis padres la posibilidad de que alguno de nosotros fuéramos a trabajar a España. Mi madre decidió que fuera yo, aunque era uno de los más pequeños, ya que mi otro hermano tenía que quedarse ayudándolos en las tareas agrícolas», recuerda Omar. Tras salir de Boujdour en una pequeña embarcación con siete personas más a bordo, llegó a Jandía. «Era el único menor que venía en la patera y el segundo niño que llegaba a Fuerteventura no acompañado, el resto eran adultos y por ser el más pequeño recibí, en todo momento, un trato diferenciado por parte de la Guardia Civil», apunta. «En África, me dijeron que trabajaría desde que llegara aquí, pero cuando vi que todo era distinto a como me lo habían pintado me desilusioné», añade.

La llegada de pateras con menores a mediados de los noventa sorprendió a las autoridades locales, que se vieron obligadas a acogerlos en el único recurso de protección con el que contaba la isla en ese momento, ubicado en Casillas del Ángel y que también acogía a menores nacionales con una medida de protección. Omar mantiene gratos recuerdos de esta casa de acogida. «Vivíamos 15 chicos y un matrimonio que nos trataba como a hijos». Tras permanecer dos años en Fuerteventura, lo trasladaron a un centro de Gran Canaria con más chicos extranjeros. «Pero allí todo fue diferente».

Los acuerdos alcanzados hace unas semanas entre el Gobierno canario y Baleares por el que 40 menores serán acogidos en hogares del archipiélago balear, es recibido con acierto por parte de Omar. «Yo he estado en un hogar de acogida y en un centro para menores extranjeros y en un lugar con tanta gente es imposible la integración». Tras realizar varios cursos de formación y trabajar en empresa como electricista, ahora trabaja en una de materiales de construcción. «En España, nos dan comida, alojamiento y la posibilidad de formarnos, así que tenemos que aprovecharlo», aconseja a los jóvenes que llegan ahora a las islas. Ante la pregunta de si volvería a subir a una patera responde que tiene a su hermano más pequeño en Marruecos, «pero yo no lo dejo venir en ningún cayuco», sentencia Omar, mientras espera poder montar un negocio en Marruecos y dar así trabajo a alguno de sus hermanos.

Malas interpretaciones
La investigación llevada a cabo por el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón en una vivienda de la capital grancanaria, tras haber arrestado a varios paquistaníes en Barcelona que, supuestamente, financiaban actuaciones terroristas ha hecho que la comunidad musulmana en Canarias salga al paso y deje claro que no todos son iguales. «En todas las tierras hay plantas buenas y malas. Hay personas radicales que malinterpretan el Corán, pero en el libro no se dice que hay que matar a nadie», comenta Boujema que asegura ser muy creyente. Él llegó a Fuerteventura en 1999 en una patera en la que también viajaban otros cuatro menores.

«En verano, iba a la playa y ayudaba a los pescadores a limpiar las barquillas. Allí, empecé a tener contacto con gente que quería venirse a España. Había reunido dinero durante el curso para comprar libros y ropa, pero decidí gastarlo en pagar el viaje», apunta Boujema. «Mis padres no se enteraron que me venía hasta que llegué aquí», agrega. Tras llegar a Fuerteventura permaneció una semana en Cruz Roja a la espera de que el centro de menores, antiguo Hotel Fuerteventura, se descongestionara. En él permaneció dos años y medio. «Tuve buenas y malas experiencias. No estaba acostumbrado a estar alejado de la familia y sólo podía comunicarme con ellos a través de cartas porque en aquel tiempo no había teléfono en Cabo Boujdour». Boujema agradece a los majoreros haberlo ayudado a integrarse. «Tuve la oportunidad de conocer a una familia con la que pasaba los fines de semana y fueron quienes me enseñaron a hablar español».

Boujema ahora tiene 25 años, comparte piso con otro joven marroquí. Su jornada comienza desde temprano en un restaurante en el que trabaja desde hace siete años. Algunas noches las dedica a la Cruz Roja donde presta servicios como cuidador y conserje. «Empecé en la misma situación en la que están ahora los chicos que acuden a la ONG y eso me animó a trabajar aquí. Tienen que integrarse, pero que no olviden sus raíces».

De Benin a Fuerteventura
Con varios golpes de estado, elecciones fraudulentas, una población que supera los 138 millones de habitantes y donde la esperanza de vida es de 47 años, Nigeria, el país más poblado del continente africano, lucha por sobrevivir. Mía es una de esas nigerianas que a diario intenta salir adelante. En 2002 con 17 años se trasladó de Benin, en Nigeria hasta Marruecos. Embarazada de dos meses cogió una patera que le traería hasta Fuerteventura. Tras día y medio en el mar, llegó a la isla. «Sabía que aquí tenía que buscarme la vida y empecé a limpiar casas, hacer trenzas, planchar ropa...hasta que conseguí papeles y un contrato de trabajo como asistenta de hogar».

Asegura haberlo pasado muy mal en el cayuco por lo que no permitió que su hermana mayor viniera a Canarias hasta que pudiera hacerlo en avión. Ahora, Mía se siente orgullosa de tener una hija nacida en Fuerteventura. «Tengo gente negra que me quiere, pero también muchos blancos que en España han sido mi familia», comenta. En 2005, Fuerteventura se encontraba desbordada ante el fenómeno migratorio. Las pateras llegaban casi a diario y Cabildo y ONGs eran incapaces de afrontar el problema. El traslado de menores al centro de Llanos Pelados, alojados en barracones prefabricados, a escasos cien metros de un vertedero y próximos a una granja de cerdos hizo que la Comisión de Derechos Humanos del Consejo de Europa pidiera el cierre inmediato del centro de menores.

Abdelghani y Yassin fueron dos de los jóvenes que padecieron ese particular calvario, donde podían estar hasta dos días sin agua corriente. Pero para Abdelghani el calvario no comenzó en Los Llanos Pelados, sino tras salir de Dajla y permanecer 72 horas en alta mar hasta que un barco los encontró y avisó a Salvamento Marítimo. «Si llego a saber que lo paso tan mal no hubiera venido», asegura Abdelghani. A pesar de que centenares de patrones han sido juzgados y permanecen en cárceles canarias condenados por violar los derechos de los ciudadanos extranjeros, varias ONGs e inmigrantes han asegurado que muchos cayucos no los traen patrones, sino los propios tripulantes que saben timonear la embarcación y prestan ese servicio. «En Agadir vivía con mi familia, pero había que buscar un futuro por lo que nos juntamos un grupo de jóvenes, que habíamos trabajado como pescadores y nos íbamos turnando a la hora de llevar la patera. No teníamos ningún patrón».

Los años en el centro los aprovechó para formarse y tras hacer cursos de cocina, panadería y pastelería consiguió quedarse en la empresa donde realizaba prácticas. Ahora, al salir de trabajar no duda en jugar un partido de fútbol en la céntrica plaza de La Paz en la capital de la isla. Allí, salen al campo de fútbol a diario, senegaleses, gambianos, marroquíes, saharauis y voluntarios de Cruz Roja. Yassin fue de los que junto con Abdelghani y el resto de los jóvenes que se alojaban en Llanos Pelados no dudaron en presentarse en las dependencias del Cabildo de Fuerteventura y pedir a la anterior consejera de Asuntos Sociales, Natividad Cano, un centro que reuniera unas mínimas condiciones. Finalmente, pudieron ser trasladados a una vivienda en Playa Blanca.

Yassin siguió la moda imperante en África en esos momentos, donde la mayoría de los jóvenes deciden venirse a probar suerte a Europa. «Mi padre trabajaba en El Aaiún. Fui a pasar una temporada con él y allí conocí a chicos que hablaban de venirse a trabajar aquí. Me vine un poco por capricho y por imitar lo que hacían mis amigos», comenta. «Con 14 años salí del Aaiún sin saber nadar», ahora, paradójicamente, trabaja como socorrista acuático en Puerto del Rosario. Para Yasssin la salida del centro no la recuerda con especial felicidad. «El día que salí de la casa de acogida, pasé la noche en la vivienda de un amigo y al día siguiente vine a la Cruz Roja», recuerda. Su experiencia en el centro de Los Llanos Pelados no fue de lo más agradable. «Había buenos cuidadores, pero también algunos que no estaban acostumbrados a trabajar con nosotros y nos dispensaban un trato un tanto agresivo. Necesitábamos cariño y no siempre lo encontrábamos». Lamenta que aún haya gente que tenga miedo acercárseles «incluso me han insultado».

Fuerteventura, la primera puerta hacia Europa
El fenómeno migratorio en Canarias tiene como primer escenario Fuerteventura. A ella, llegó en 1994 una embarcación con dos pescadores saharauis. Recibidos por vecinos y flashes de cámaras, nadie presagiaba que se abría una nueva puerta a la inmigración clandestina. A pesar de que los primeros menores llegaron en 1996 no será hasta tres años después cuando se intensifique la llegada de jóvenes extranjeros no acompañados a la isla. En 1999 se inicia el Programa de Acogida Inmediata para Menores Extranjeros (PAIME), gestionado por la Consejería de Asuntos Sociales del Cabildo de Fuerteventura. Un año después. la gestión pasa a ser indirecta, siendo gestionada por diferentes empresas y ONGs. En noviembre de 2005 la gestión pasa a manos de la asociación Mundo Nuevo. Tras varios intentos por alojar a los jóvenes en el antiguo Hotel Fuerteventura, la residencia de Tefía y Los Llanos Pelados, los menores son traslados a una vivienda tipo dúplex en Playa Blanca. En la actualidad, el PAIME cuenta con dos Centros de Acogida de Menores Extranjeros (CAMES) con capacidad para 24 personas

Publicado en el diario ABC
Autor: Eloy Vera

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