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sábado, 7 de febrero de 2009

Masais contra la ablación

Luchar contra la barbarie no es fácil, sobre todo cuando la gran mayoría de la sociedad la acepta y la considera una costumbre más, una tradición, y no una práctica agresiva que puede llegar a terminar con la vida de millones de mujeres. Una de las principales activistas contra la ablación femenina, la keniata Agnes Pareyio, visitó ayer Madrid para explicar su lucha contra esta lacra dentro de la comunidad masai, en la que nació y a la que desafió al negarse a ser mutilada, lo que no pudieron evitar muchas de sus compañeras de escuela cuando sólo tenían 10 o 12 años.

Aunque sus medios son limitados, Pareyio recorre cada día las escuelas de Narok, un distrito situado en el suroeste de Kenia, con una vagina de madera en la mano y unos gráficos para explicar a los niños las terribles consecuencias que puede tener esta práctica. Está convencida de que la clave para erradicar la mutilación genital es la educación.

Peligro de muerte
A través del programa de información y acogida Rescate de la mujer, Pareyio expone a niñas y adolescentes la situación para que tengan la capacidad y la madurez de enfrentarse a ello. Y es que, según la keniata, la ablación supone un trauma físico, riesgos de infecciones, posible contagio por VIH, incontinencia, frigidez, dolor menstrual, infertilidad y problemas en el parto que pueden provocar la muerte.

Según datos facilitados por la ONG Mundo Cooperante, que ha invitado a Pareyio a Madrid para que aporte su testimonio en el Día Mundial contra la Mutilación Sexual, más de 100 millones de mujeres han sufrido esta práctica en el mundo, la mayoría de África. Y es que la ablación consta de diferentes tipos, a cual más agresivo: la suna, que consiste en el corte de parte o de todo el clítoris; la clitoridectomía, que supone la extracción del clítoris y de los labios mayores y menores; y la infibulación, en la que además de seccionar clítoris y labios, a la mujer se le cose con un hilo de fibras vegetales, como un sedal de pescar, los dos lados de la vagina y sólo se le deja una «abertura pequeña» para que pase la orina y la sangre menstrual y así asegurar la virginidad de las niñas hasta el matrimonio.

«Las niñas comienzan a rebelarse y a decir que no a la ablación, pero nuestro trabajo debe incluir también a los padres, ya que sólo ellos tienen el no definitivo, que es el que pretendemos conseguir», explica Pareyio. Lograrlo es difícil, y ella lo sabe porque lo experimentó por sí misma. Se negó a ser cortada después de enterarse en la escuela de que otras compañeras, de tribus diferentes a la suya, no sufrían este rito y su rebeldía le causó ser despreciada por su familia, cuyos miembros la llamaron cobarde por no seguir la tradición y le dijeron que su única opción sería la prostitución.

Advertir y sensibilizar
Sin embargo, ella es el mejor ejemplo de que otra opción es posible. Con cuatro hijos, tres niños y una niña, se ha convertido en el referente para toda una generación, y por ello fue elegida por Naciones Unidas Mujer del Año en 2005.

Consciente de que tan importante como advertir y sensibilizar sobre las dañinas consecuencias de las mutilación es conservar las tradiciones culturales, Pareyio propone un «rito» de cinco días que se celebra dos veces al año y en el que las niñas que pasan a ser mujeres reciben regalos que marcan su llegada a la edad adulta. Pareyio no estuvo sola ayer. Tuvo dos actos cargados de emotividad. Uno con la delegada de Familia y Servicios Sociales del Ayuntamiento, Concepción Dancausa. Otro con el consejero de Inmigración y Cooperación de la Comunidad de Madrid, Javier Fernández-Lasquetty.

Publicado en el diario ABC
Autor: Leticia Toscano

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