Siempre hay alguien que nos gane a penas, como a contento. Esta crisis sabe a abundancia cuando vemos las imágenes de los inmigrantes que alquilan un cayuco como quien va a la funeraria a tomarse medida de su ataúd. «Un ataúd con ruedas es la cama», escribió Lorca de un Ignacio sin salida posible del ruedo de su agonía. Un ataúd con remos es ese cayuco que se echa a la mar y a la noche alquilado a un Caronte deseoso de viajeros sin vuelta. Siempre hay una desesperación mayor que la nuestra. No sé si tendrán noticias de la situación crítica que atraviesa España, pero aunque lo supieran, ¿acaso pueden entender crítica la situación de un país con automóviles caros, viviendas de lujo, establecimientos de comidas, calor para el invierno, quienes no tienen absolutamente nada, quienes por no tener no tienen más patria que el hambre y el miedo? Para ellos, España es un paraíso, por más que a algunos de los nuestros les resulte un infierno. Todo es cuestión de comparar, y si ellos comparan su situación con la nuestra, todo aquí les resulta ventajoso, progreso, posibilidad de supervivencia, aunque al final todo quede en el intento, aunque mueran en el esfuerzo.
Nos parecen locos cuando los vemos llegar – noche que llega a la noche – con los ojos como dos luces desesperadas, madres con sus hijos pequeños, niños de pecho, muchachos que nacieron con amago de atletas, hombres sin más sueños que el pan. Nos parecen locos, pero hay que entenderlos, porque se trata de moverse o morir, y ellos, aunque a veces lo único que hacen es mudar de orilla el hambre, se aventuran a venir porque lo que para nosotros es un mendrugo de pan sin importancia, para ellos es la solución de un día de comida, o de dos. Para ellos el lujo es algo de nuestras sobras; ellos abrazan como luz la apagada claridad de nuestra tristeza; ellos, que vienen de mar en peor, saben que su salvación puede estar en un desembarco infame que casi siempre trae la red de arrastre de varios muertos. Duermen junto a los muertos como muertos que esperan turno. Sí, siempre hay alguien que nos gane a penas, pero no olvidemos que ellos no pueden decir lo mismo.
Antonio García Barbeito
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