Cruzan la frontera con gente a la que no conocen, prácticamente solos. Algunos vienen en busca de sus padres, otros con la esperanza de un empleo, hasta que un día los detiene la autoridad de inmigración. Y entonces empieza un proceso que, en ocasiones, representa la parte más difícil del viaje. Un documento publicado recientemente por un grupo de trabajo del Congreso mexicano reporta que 90 mil niños de esa nacionalidad fueron deportados de Estados Unidos a México durante los primeros siete meses del 2008. De ellos, un 15%, cerca de 13,500, se quedaron viviendo en la franja fronteriza del lado mexicano, sin ningún tipo de protección gubernamental. Los que corren con mayor suerte son atendidos por instituciones religiosas o no gubernamentales.
El problema data de tiempo atrás. Si bien la norma internacional establece que los niños indocumentados deben pasar por un proceso de repatriación, mediante el cual la autoridad del país expulsor debe asegurarse de que el menor será recibido por alguien en el país de origen –a diferencia de la deportación-, en la práctica algunos niños quedan simplemente abandonados a su suerte. “Este es un problema que ha ido creciendo en los últimos años; se ha dejado ver un incremento en cuanto a los menores repatriados, que de 7,620 en 2001, creció a cerca de 20 mil en 2006”, comenta Rodolfo Cruz Piñeiro, profesor del Colegio de la Frontera Norte especializado en temas de Migración. Cifras del programa gubernamental mexicano “Camino a Casa” indican que en 2007 esta cifra habría superado los 35.000.
De acuerdo con Cruz Piñeiro, en los últimos años el gobierno mexicano ha realizado esfuerzos notables para asegurar que los menores que llegan a México en estas condiciones puedan ser recibidos adecuadamente y reintegrados a sus comunidades de origen. En términos generales ha dado resultado; sin embargo el problema rebasa las herramientas con las que se cuenta hasta hoy.
“Es un tema al que tanto el gobierno de México como el de Estados Unidos le deben prestar mayor atención, porque ya se está reflejando en las ciudades fronterizas”, asegura el académico. “Cada día es más común encontrar en la calle a niños solos, a expensas del tráfico de personas, de la explotación sexual, incluso de bandas de narcotraficantes”. Uno de los lineamientos que se han acordado entre las autoridades de ambos países, es que por razones de seguridad las deportaciones no pueden ser realizadas durante la noche cuando los casos involucran a niños o mujeres. En el caso de los niños, es obligación de la autoridad migratoria estadounidense dar aviso a una representación consular, a una autoridad de inmigración mexicana, o a cualquier otra instancia gubernamental.
Si bien en los puertos de entrada concurridos esta práctica suele ser la norma, todavía existen puntos en la frontera en los que las deportaciones ocurren sin regulación, dejando a la deriva a los menores de edad. “En ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez o Nogales se está dando un seguimiento más preciso, debido a la presencia de grupos organizados que se dedican a monitorear las repatriaciones”, explica Uriel González, coordinador de la Casa YMCA de Menores Migrantes en Tijuana.
Publicado en el diario La Opinión (México)
Autor: Eileen Truax
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