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martes, 18 de noviembre de 2008

El drama del que busca el 'sueño europeo'

Decenas de ellos mueren de frío, de sed o de hambre tratando de llegar a España. En una de esas duras travesías 'intentaban morderse unos a otros como si quisieran comerse', según espeluznante relato. El pasado 10 de noviembre, dos inmigrantes clandestinos africanos murieron mientras viajaban a las Islas Canarias a bordo de un cayuco, una pequeña y rústica canoa de madera en la que se acomodaron otras 121 personas, que prefirieron arriesgar la vida para llegar a Europa antes que resignarse a la miseria y morir de hambre en sus países. Esa historia se repite en costas españolas casi todas las semanas. Decenas de africanos mueren de frío, de sed, de hambre, o ahogados cuando los cayucos se voltean. Es el riesgo que deciden correr.

Tras cada travesía aparece un nuevo drama. "Estuvimos ocho días en el mar, comíamos, una vez al día, arroz mezclado con agua y azúcar. Algunos perdieron la cabeza por el hambre. Había que tener cuidado, porque intentaban morderse unos a otros como si quisieran comerse. Algunos se desesperaron tanto que se comieron la madera del barco e intentaron lanzarse al océano, por eso los amarraron". Así lo contó a EL TIEMPO, Waly Ndiaye, de 27 años, el tortuoso viaje que vivió entre Senegal y España, a bordo de un endeble cayuco atestado de subsaharianos. "Pagué 2.000 euros por el viaje. En la barca íbamos 61 personas, pero cinco no resistieron y murieron antes de llegar a Tenerife. Echaron sus cuerpos al mar", le dijo a este diario el marfileño Ndiaye, quien vive ilegalmente en España hace un año y actualmente está desempleado.

Aunque no hay cifras exactas, la Asociación Andaluza pro-Derechos Humanos, Apdh-A, asegura que 921 inmigrantes africanos murieron en el 2007 tratando de ver cumplido el sueño de llegar a Europa. En el 2006, el mar se tragó la vida de 1.167. Los cálculos de la Asociación Marroquí de Comunicación son aun peores. Esa organización estima en 3.000 el número de muertos en el mar entre enero y julio del 2007. Las cuentas del 2008 aún no se totalizan, pero, según la Apdh-A, hasta julio los muertos ya sumaban más de 230, sin hablar de decenas de casos que no se reportan. En uno de tantos episodios trágicos, el pasado 11 de julio un grupo que llegó a Almería contó que tuvo que arrojar al mar los cuerpos de 9 bebés que no soportaron el viaje.

Según el ministerio del Interior de España, durante los primeros siete meses del 2008, 7.165 personas llegaron a España a bordo de cayucos y pateras, lo que supone una reducción del 9,11 por ciento con respecto al mismo periodo del 2007. "Los que más inmigran son africanos de países que están en situaciones de penuria: Malí, Gambia, Senegal y Mauritania, en donde actividades de subsistencia como la agricultura ya no producen", le dijo a este diario, desde Madrid, el padre Antonio Díaz Freijo, director de la ONG Karibu, que presta asistencia sanitaria, jurídica y formación para aprender castellano a inmigrantes africanos. Allí se han acercado a pedir ayuda, este año, 3 mil hombres y mujeres que salieron del continente negro.

Abordar el peligroso cayuco es la última etapa de un largo sufrimiento. Antes de eso, los ilegales parten de sus pueblos y dejan a sus familias, pero con la esperanza de volver a verlos algún día. Saben que pueden tardar hasta tres años para llegar a Europa y que algunos no volverán. "El viaje al Viejo Continente no es algo que se programa: 'mañana me voy' y listo. La gente sale de sus casas sin un centavo y primero llega a pueblos o a países vecinos. Buscan formas de ganarse la vida hasta que reúnen el dinero y encuentran cupo en uno de esos barquitos que van a las Canarias, en España, la puerta de entrada a Europa", cuenta el padre Díaz Freijo.

Mientras un barco normal gastaría un par de horas para ir de Marruecos a España, los rudimentarios cayucos pueden tardar entre 8 y 12 días. "Unos se pierden y se quedan dos semanas dando vueltas en el agua. Ahí es donde aparecen seres sobrenaturales que toman la apariencia de una mujer. Si uno les da el nombre, el mar se transforma en tierra y le entran a uno ganas de saltar", cuenta Yibril, marfileño de 26 años.

Al llegar a Europa
Algunos coronan, otros dejan sus sueños en un ataúd o en el fondo del mar. Pero los problemas no terminan al llegar a España. Pocos pueden conseguir documentos. La mayoría son detenidos y enfrentan un proceso de expulsión. Pese a todo, cada quien espera tener la oportunidad de probar suerte en el Viejo Continente. Con esa idea trabaja, a solo unos metros de la bahía de donde parten los cayucos en Mauritania, Issa, un hombre de 32 años, que partió hace un par de años de Guinea Bissau, en donde dejó a su esposa y a sus hijos. Issa labora desde las seis de la mañana hasta la medianoche secando pescado. Gana seis euros diarios. Junto a él un grupo de malíes cortan las aletas de tiburones que se exportan a Hong Kong. Uno de ellos dice que apenas reúna lo del viaje regresará a su país, que ya se olvidó de irse a Europa. Sin embargo, nadie se lo cree.

Publicado en el diario El Tiempo (Colombia)
Autor: José Giovanni Martínez
Foto: EFE

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