¿Crisis? ¿Qué crisis?», se preguntaba el grupo Supertramp desde la cubierta de un famoso e irónico disco de 1975. Para los mil millones de almas que viven con menos de un dólar al día nuestro desasosiego es un sarcasmo. Son todavía pocos los que se atreven a decir en voz alta que nuestros hijos vivirán peor que nosotros porque, como señala Jeffrey G. Williamson, catedrático de Historia de la Economía en Harvard, «es el fin de la prosperidad que comenzó en los sesenta». Acostumbrados a imaginar un crecimiento constante, un progreso en forma de flecha hacia el cielo, la crisis sacude los fundamentos de un sistema insostenible en el que los ingresos de las 500 personas más ricas del mundo son superiores a los de las 416 millones más pobres.
Lo recordaba Intermón Oxfam en la presentación del libro De la pobreza al poder. Cómo pueden cambiar el mundo ciudadanos activos y Estados eficaces, de Duncan Green: «Hay recursos para todos, pero terriblemente mal repartidos. La desigualdad determina que un niño llegue a cumplir los cinco años dependiendo del entorno en el que nazca. La economía global produce cada año cerca de 9.550 millones de dólares en bienes y servicios per cápita, 25 veces más de los 365 dólares anuales que definen la pobreza extrema en la que viven mil millones de personas. O lo que es lo mismo, mil millones de seres humanos subsisten a diario con un 4 por ciento de la riqueza global». De esos mil millones sin rostro presentamos aquí las vidas y penurias de tres familias en tres continentes.
A la localidad de Rivas Vaciamadrid, a las afueras de la capital de España, se llega por un paisaje de autopistas y descampados, tierra removida donde trabajan excavadoras que trazan nuevas vías, orillando sombrías grilleras donde las familias se las ven y se las desean para llegar a fin de mes, y hasta un amasijo de chabolas en una vaguada con hogueras que tratan de ahuyentar el frío. El ayuntamiento de Rivas acoge estos días una exposición titulada «Puertas» que trata de mostrar pedagógicamente los estrechos lazos entre nuestro despilfarro y la miseria de los otros. El monitor que orienta a un grupo de jóvenes perplejos que se enzarzan en discusiones sobre qué hacer, sobre si consumir más, mejor o nada, recalca que si todos los habitantes de la Tierra tuvieran el nivel de consumo de Occidente harían falta diez planetas.
Con su libro, Green, un espíritu inquieto que abjura de grandes teorías (como el «Manifiesto comunista») y aboga por políticas correctoras del mercado y del capitalismo, esboza las «razones para el optimismo» que destilan países como Botsuana, «el mejor ejemplo contra la maldición de la riqueza, con su democrática gestión de los diamantes», o Corea del Sur, que hace medio siglo era más pobre que Sudán y hoy es un líder industrial. «Oxfam», escribe Green, «parte de la premisa de que la pobreza es un estado de relativa impotencia en el que se impide a las personas controlar aspectos cruciales de sus vidas. La pobreza es un síntoma de injusticias profundamente arraigadas».
Alfonso Armada (diario ABC)
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