Luisa trabajaba como secretaria en una modesta compañía de seguros de la capital tinerfeña. Con sus 1.100 euros netos al mes, tenía que pagar una hipoteca de 600 y múltiples facturas. No siempre, pero a veces le daba para darse algún capricho, fundamentalmente una escapada de pocos días a alguna capital europea. Todo eso cambió hace ahora año y medio. Su empresa quebró, y Luisa, a la que sólo tenían contratada a media jornada, agotó su subsidio de desempleo. Desesperada, y sin poder recibir ayuda de unos padres jubilados que apenas pueden sobrevivir con una pensión, decidió hacerse escort, que en lenguaje coloquial viene a ser prostituta de lujo.
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