Decenas de prostitutas camboyanas han conseguido escapar a las redes del tráfico sexual gracias a la confección de moda, en un proyecto que cuenta con la ayuda de la ONG española Diseño para el Desarrollo y la Universidad Politécnica de Madrid. "Me siento orgullosa de lo que hago. Ahora, cuando regreso a mi pueblo, soy feliz cuando explico que tengo un trabajo que me da para comprar suficiente arroz", explicó Kong Monica, líder de uno de los grupos de trabajo de Afesip Fair Fashion, una pequeña empresa que ha formado y empleado a 60 chicas desde 2003 con ese proyecto.
Casada, con un hijo y un sueldo que ronda los cien dólares al mes, los treinta años de vida de Kong Monica no han sido fáciles hasta llegar a la confección. Sin formación ni estudios, la única oportunidad laboral que le llegó recién cumplidos los veinte fue trabajar en las labores domésticas, una oferta que resultó ser una trampa. "Me dijeron que mi trabajo sería cuidar de unos niños pero me encerraron en un karaoke donde me prostituían. Una vez me escape, pero sabían donde vivía. Amenazaron a mi familia y mi abuela me obligó a regresar", recuerda la mujer.
El problema del rechazo
La ONG dedicada a la atención de prostitutas Afesip la rescató del karaoke y, tras pasar unos meses en un centro de acogida, empezó a trabajar en el taller de moda. Al dejar la industria del sexo, las chicas como ella se enfrentan a un problema mayor que la superación de lo vivido: aprender a convivir con un estigma que provoca el rechazo de su comunidad. La vergüenza llega incluso al círculo más próximo, pese a que en algunos casos es la propia familia quien vende a la joven a las redes de prostitución. "La ley no acepta la prostitución. En nuestra cultura y en la comunidad de estas chicas, tampoco está bien vista. Pero si consiguen un trabajo pueden regresar a su pueblo", añade Rotha.
"Hablamos mucho entre nosotras, nos damos consejos. Especialmente, cuidamos a las que llegan nuevas porque no es fácil adaptarse. Hace falta tiempo para ver que aquí tenemos una buena oportunidad para empezar de nuevo", cuenta Kong Monica. "Lo primero que les enseñamos es a asumir responsabilidades en el trabajo y a cooperar. Luego,aprenden a trabajar en confección. Pero lo más difícil es ayudarlas a dominar las emociones, a superar la presión y el bloqueo mental cuando se equivocan", explica Rotha Tep, director del centro.
Estados Unidos, Australia, Japón, Alemania y España son los principales destinos de la producción del taller, que emplea los beneficios para sustentar el proyecto y pagar el salario de las chicas. La ONG española se dedica a orientar la producción e introducir la mercancía en los mercados desarrollados. "Utilizamos materiales y telas locales como la seda o el bambú. También les enseñamos patrones con medidas y gusto occidental", explica Judit Hurtado. "Hacemos un poco de todo: complementos, ropa para niño. Cualquier cosa que se nos ocurra que sea fácil de vender", añade Rocío Zubiaga.
Con cada nuevo diseño se desarrollan las habilidades de las trabajadoras aunque el aprendizaje no es siempre fácil. "Saben coser muy bien pero les cuesta darse cuenta de que pueden hacer cosas nuevas con pequeñas modificaciones en el patrón", asegura Hurtado. "Les es difícil desarrollar todo lo que sea imaginativo. Una vez ven que el patrón está listo, cuando tienen una regla fija, les resulta muy fácil", concluye Zubiaga.
Fuente: EFE
Foto: AP
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