Nunca han subido en un cayuco. Tampoco han necesitado arriesgar sus vidas para escapar del hambre. Jamás serán tratados como delincuentes ni encerrados en un centro de internamiento antes de ser repatriados. Sin embargo, ahora ya saben qué se siente siendo un inmigrante irregular. Este es el objetivo de una de las actividades del II Campo de Trabajo Intercultural Abona 2009 (InterCulturAbona), que se celebra estos días en Granadilla.
Organizado por el Observatorio de la Inmigración de Granadilla de Abona (Omigra) de Tenerife, e impulsado por la Concejalía de Inmigración del municipio, en él participan 20 jóvenes de entre 18 y 30 años procedentes de distintas regiones españolas. Su objetivo principal, explica a este periódico Jorge Fariña, técnico de Inmigración del Consistorio granadillero, es "que los chicos experimenten la acción social como compromiso de desarrollo vital". Bajo esta premisa, Fariña ideó el pasado año una curiosa dinámica vivencial que se lleva a cabo en La Tejita, y que consiste en un simulacro de atención a sin papeles recién llegados en cayuco. Así, por unas horas, los jóvenes sienten en sus propias carnes las dimensiones y el drama del fenómeno migratorio, situándose en la piel de los miles de personas que se embarcan en busca de El Dorado europeo.
Es el primer día del campo de trabajo, los participantes, en su mayoría chicas en esta edición, han ido llegando a la Isla a lo largo de la jornada. Las primeras tareas han consistido en acondicionar, limpiar y organizar los espacios de alojamiento y trabajo en el centro educativo que sirve de campo base. Tras la cena comienza la sorpresa, y con ella la incertidumbre, la expectativa.
Los chicos, con los ojos vendados, son conducidos hasta la citada playa granadillera, donde varios monitores los ponen en situación. "Ha llegado el día en que se decide nuestro destino. Nos jugamos la vida. Somos la esperanza de África y de nuestras familias", les espetan.
Expectación
En La Tejita, el grupo camina casi a tientas hacia la orilla. La ruta se hace extremadamente dificultosa, añadiendo más confusión a la experiencia las frases en wolof y pular que les susurran dos colaboradores senegaleses que participan en el simulacro. "Cuidado. Silencio, nos pueden detectar; si nos ven y nos atrapan, el sueño se acaba", les recuerdan.
Sobre la fina arena, y envueltos por la brisa del Atlántico, el grupo se hace una piña en el suelo. A lo lejos se escucha el sonido de unas sirenas y voces que gritan "hemos llegado. La travesía ha terminado. Estamos agotados, pero hemos salvado la vida". Tras quitarles las vendas de los ojos, los jóvenes descubren, en un lugar desconocido e inhóspito para ellos, hasta seis vehículos de emergencia de la Cruz Roja. Comienza el despliegue de atención humanitaria. Focos. Mantas. Desconcierto. Fotos de periodistas. La gente no sale de su asombro. "Traductor, necesitamos al traductor", se oye. "Posible menor", resuena en otro punto de la playa. La actividad sigue escrupulosamente todos los pasos y detalles de una intervención real, con la diferencia de que la realidad siempre supera a la ficción.
Tras el simulacro, los participantes ponen en común las sensaciones vividas. "Miedo", "vergüenza" o "emoción" son algunos de los calificativos que emplean los chicos para definir lo que han padecido. Para completar la actividad, tres jóvenes subsaharianos relatan su experiencia. "Nunca volvería a hacerlo. Fue duro, muy duro. No sabía que Tenerife estaba tan lejos de Europa. Pensé que Madrid o Barcelona estaban cerca", asegura uno de ellos. "Mi futuro está en África, yo estoy aquí para buscar una oportunidad de ayudar a mi familia y a mi pueblo", expone otro. Él, a diferencia de los adolescentes que participaron de este trepidante juego en La Tejita, no vivió ningún simulacro. Su travesía en cayuco fue real como la vida misma, y además pudo vivir para contarlo. Otros, en cambio, no corrieron su misma suerte.
Publicado en el Diario de Avisos
Foto: Esteban Pérez
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