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martes, 21 de julio de 2009

"Soy striper y algo más..."

Tengo 28 años y soy un profesional en administración de empresas graduado de una universidad privada y trabajo en una empresa en donde mi salario mensual no supera los 700 dólares. Tengo un carro año 2008, vivo en un apartamento por el que pago $350 mensuales, soy soltero, mido 1.76 metros, peso 182 libras, practico el físico culturismo y tengo un oficio extra que es el que me mantiene a flote en mi economía personal... Soy striper y algo más, soy prostituto. Siempre me gustó bailar por lo que a los 18 años me inscribí en una escuela de baile. Ahí conocí a jovencitas bailarinas con las que salía a bailar sanamente los fines de semana a las discotecas de la colonia Escalón y la Zona Rosa. Estudiaba bachillerato en la mañana y en la tarde iba a clases de baile. Por la noche siempre salía con alguna compañera. Un día de noviembre de 1999 una de las alumnas bailarinas le dijo al profesor de danza que una amiga suya se iba a casar y que habían decidido organizarle una fiesta de despedida de soltera. La intención de la joven era que el profesor le ayudara a buscar uno o dos striper.

Al profesor se le hizo imposible hallar al striper y apenas 12 horas antes de la fiesta le dijo a la alumna que le era imposible. Yo era amigo de la compañera y me ofrecí a ser el striper. Nunca había bailado frente a mujeres, pero lo intentaría por dinero. Dicho y hecho, me pagó 300 colones y me dio la dirección de la residencia donde sería la fiesta. Yo tenía que estar a las 8:00 de la noche en punto de aquel viernes para que me encerraran dentro de una caja de cartón de la cual debería de salir con una chonga roja rodeando mi cuerpo. Yo era la sorpresa de la fiesta.

Llegué puntual, nervioso y con ganas de arrepentirme. Me encerraron en la cocina y cuando comenzó a escucharse la canción "La Bala" de los Hermanos Flores, me sacaron a la sala, donde la joven agasajada rompió la caja y salí yo en calzoneta de baño y con un antifaz. Los gritos y los aplausos de las mujeres me pusieron nervioso y todas comenzaron a tocarme. Hubo una que me bajó la calzoneta y me desnudó. Tuve que bailar sobre una mesa y dejar que me tocaran. La futura señora se emocionó y me tocó mis genitales ante la algarabía de todas. Solo fueron dos horas, pero ellas, unas 15 mujeres, gozaron a costa de mi. Me pidieron mi teléfono celular y me dejaron marchar. A mi amiga le pedí que me guardara el secreto.

Pasó un mes y hasta ya me había olvidado de mi debut como striper, cuando de repente sonó mi celular. No identifiqué el número, pero igual contesté. Era la voz de una mujer que me preguntó cuando años tenía y yo le contesté que acababa de cumplir los 19 años. Ella había estado en la fiesta de despedida y le había gustado el show que había ofrecido, por lo que me quería contratar para otra despedida. Me ofreció 300 colones, pero como yo no quería ir le dije que cobraba 600 colones por dos horas. Aceptó, me dio la dirección y me dijo que llegara el siguiente día a una residencia en una colonia del norponiente de la capital.

Miedo

Con miedo llegué a la cita. Me recibieron dos señoras de unos 40 años cada una y me pasaron a una habitación para que me cambiara. Cuando salí para bailar me dí cuenta que solo eran cuatro mujeres, todas mayores de 40 años. Tenían lícor y muchos quesos. Estaban celebrando el divorcio de una de ellas. Al final de las dos horas, y luego de que me tocaran por todas partes, una de ellas me llamó a parte y me dijo que quería hacer el amor conmigo. Me ofreció 200 colones extras. Me disculpé y le dije que no tenía tiempo porque a las 11:00 de la noche tenía otra presentación. Le mentí por dos razones; porque estaba ebria y porque mi intención no era prostituirme. Había aceptado más por curiosidad que por otra cosa.

Cerca de la navidad de 1999 recibí una llamada de la misma mujer que quisó tener una relación sexual conmigo. Me ofreció 500 colones y ropa si yo accedía. Necesitado de dinero nos pusimos de acuerdo para que ella me llegara a recoger a un centro comercial. Ella estuvo en punto a la hora pactada y me llevó a su casa. Era divorciada, propietaria de varios negocios y tenía 45 años. Me cumplió con lo prometido y por lo menos nos vimos, en las mismas circunstancias, unas diez veces más. Un día me pidió que llevara a un amigo porque había invitado a una amiga. Cuando llegamos a su residencia nos dimos cuenta que era falso lo de su amiga. Ella quería tener relación con los dos, por lo que nos marchamos. Desde entonces no le volví a contestar sus llamadas. Yo ya estaba en la universidad, había dejado la academia de baile y me había metido a un gimnasio. Ahí conocí a un amigo que se ufanaba al narrar que trabajaba de striper. Le conté mi experiencia y me metió al negocio. Mi amigo tuvo un accidente y perdió una pierna que lo retiró del negocio. Yo ya no quise seguir y también me retiré.

Esclavo del pasado

En 2004, ya con 25 años de edad y a punto de egresar, me encontré a la señora que fue mi clienta. Intenté esquivarla, pero fue imposible. Ella iba acompañada de un señor de su edad y me lo presentó como su esposo. Me pidió mi número telfónico y como la vi casada accedí a dárselo. No había pasado ni una semana cuando me llamó para contratarme como striper de una fiesta de un club de señoras que ella frecuentaba. Necesitaba dinero para ahorrar para mi tesis, por lo que acepté. Me llevé una sorpresa cuando llegué a la casa y quien me salió a recibir fue el esposo de la señora. Tuve que bailar para alrededor de diez mujeres y para el esposo de la anfitriona. Al siguiente día aquella mujer me volvió a llamar porque supuestamente su marido quería presentarme a un amigo suyo que podía manejar mis contratos con clientas. Llegué y efectivamente me presentó a un ex militar que por el 30% de comisión me podía conseguir clientas los viernes y sábado. Hasta tres clientas por día.

Desde entonces estoy metido oficialmente en el negocio de los striper. Mi negocio incluye la prostitución, pero cuando me contratan para bailar es para bailar y nada más. Siempre me piden el teléfono y recibo llamadas de las mujeres que han visto mi show. Ellas me piden una relación sexual a cambio de dinero. Una vez una señora de unos 50 años y más de 200 libras me contrató para llevarme a un hotel. Me pagó $600 y me regaló ropa. Su marido trabaja en el exterior y la mantiene, viene cada tres meses y en ese tiempo ella busca quien la satisfaga.

Si supieran quienes han sido o son mis clientes no me lo creerían, pero tengo en mi portafolios muchas clientas que en la vida pública pasan por mujeres honorables. Mujeres que engañan a sus maridos porque han sido engañadas por estos, mujeres insatisfechas, mujeres casadas con hombres mayores, mujeres con dinero pero que son feas (son las que mejor pagan), solteras maduras y profesionales, madres solteras y hasta lesbianas. Hubo una lesbiana que me contrató para que tuviera relaciones con una jovencita de 20 años mientras ella tenía relaciones con otra mujer mayor. Me pagó $1,500 y hasta me dio un reloj de marca.

Sigo trabajando como striper con mi "manejador", pero los contratos como prostituto los hago directamente. Nunca llevo mi carro a trabajar y creo que serán dos o tres clientas las que conocen mi nombre real. Para la mayoría soy Giancarlo, Luiggi, Luca, Hugo, Horse o Max. Hasta ahora solo conozco a otros diez o doce striper con los que hemos coincidido en el trabajo, pero con ninguno estoy asociado, la mayoría son universitarios o profesionales que cultivan su cuerpo para gustarle a mujeres deseosas de una fantasía sexual. Para ser honesto no me gusta esta vida, pero soy un profesional con un salario insuficiente y he encontrado en el baile exótico y en la prostitución una forma de vida, que a nadie recomiendo porque no deja de ser peligroso por las enfermedades y por los esposos celosos. Aunque suene irónico creo en Dios por sobre todas las cosas y Él sabe que soy striper y prostituto por necesidad.


Publicado en el diario La Página de El Salvador

Autor: Jaime Ulises Marinero


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