Alrededor de la antigua catedral, de la que queda solamente la estructura, miles de personas comienzan a reconstruir el barrio poquito a poco. "Ven, ven, ven, dice Ronald. Estamos rescatando a la madre de Susane". En lo alto de una pila de escombros, Ronald y sus amigos sacan cadáveres de las entrañas de una casa. Allí vivía la madre de Susane. Le han preparado un ataúd con cuatro tablas y se la llevan Dios sabe dónde.
Se las ingenian como pueden. Los plásticos de los coches les sirven para tomar la sombra. Los alimentos van llegando a la calle y se ven frutas, verduras y hortalizas. El plato que está de moda son las salchichas Frankfurt. Se ve a alguno tirando un perro con una cadena. ¿Un perro encadenado en Haití? Al puchero. A su vez los perros comen lo que pueden, cualquier cosa con la que sobrevivir. Mientra tanto, cunde la desesperanza. Un bombero de la Comunidad de Madrid asegura ante la catástrofe: "Nosotros nos vamos de aquí, no queda mucho por hacer. Ya no salen más que cadáveres. Hoy hemos visto una imagen muy fuerte. Un perro le estaba pegando mordiscos a un cadáver. Nos vamos".
A unos kilómetros de la catedral, se encuentra uno de los cuatro hospitales que Médicos sin Fronteras tenían en Puerto Príncipe. Paul McMastir, el encargado del hospital, comenta que: "No sabemos nada de los cooperantes belgas que trabajaban en este hospital antes del terremoto. La situación está bastante mal, el material está en el aeropuerto". El hospital son cuatro paredes sin techo en las que los haitianos se niegan a entrar. "La población está traumatizada por el terremoto. Cuando disminuyan los casos por traumatismo tenemos que empezar a traer psicólogos", manifiesta Anja Wonz, una alemana encargada de la coordinación de emergencia.
Los pacientes se apilan dentro y fuera del hospital. En el mismo sitio, en la calle. Esperan pacientes a que los bondadosos belgas les echen una mano. No dan abasto. El hospital le pone los pelos de punta a cualquiera. Amputaciones, cirugía, partos, cura de quemaduras, todo se hace a la intemperie. Le están tratando de curar una quemadura. Menos mal que se trata de la estación seca y en cinco días no ha llovido absolutamente nada. Un niño pequeño, de unos cinco años, llora desconsolado y llama a su mamá.
"Agua, por favor, agua". La frase más repetida además de la de "ayuda". Mientras pronuncian las letras para referirse al líquido elemento, tres en francés, los haitianos hacen un gestito con la mano como si tuvieran una botella y bebieran de ella. El mismo en el resto del mundo. Pedir agua se ha convertido en Puerto Príncipe en algo tan natural como pedir la hora. El que tiene aunque sea unas gotas, comparte. También es algo común en esta bellísima ciudad por los suelos. Dar para sobrevivir. Recibir porque se da.
Publicado en el diario El Mundo (Jorge Barreno)
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