Mientras el Ayuntamiento de Barcelona no cesa de promover el «exito» del nuevo distrito tecnológico del 22@, en las calles de Poblenou centenas de subsaharianos y galaico–portugueses malviven en los asentamientos de antiguas fábricas y solares abandonados. En la misma zona, dónde se han instalado en los últimos años 1.441 empresas que generan 5.300 millones de euros, contrastan con decenas de inmigrantes que deambulan en busca de chatarra para sobrevivir con 3 euros diarios. «Pasa, pasa. Vigila que no tropieces que nos han cortado el agua y la luz».
Una pequeña puerta metálica, con pintadas de una antigua fábrica, es la entrada al cuarto mundo. Un impregnante fuerte olor a orina, que invade los poros de todos el cuerpo, da la bienvenida y se convierte en la primera pista de lo que uno se encontrará ahí dentro. En el asentamiento en la calle Badajoz, malviven decenas de subsaharianos en extrema situación de insalubridad. Ratas, objetos abandonados por el suelo, ropa vieja, una zapatilla y carros llenos de chatarra se amontonan en el patio interior de la antigua fábrica Tisa.
Instalados en seis espacios, decenas de sin papeles han convertido esas cuatro frías paredes en sus «viviendas». «Hace más de dos años que vive gente aquí», explica Jack, de 34 años, que llegó de Mauritania. «Yo vivo en la parte de arriba», continúa el joven mientras señala su habitáculo en el que se perciben los restos de un incendio y al que accede para cocinarse en un camping gas un trozo de carne y una zanahoria. «Nadie nos echa un cable», dice C. que está acabando de cumplir su condena en la Modelo. «Aquí hay gente de todos los lados, la mayoría inmigrantes», explica. Fuera los vecinos aseguran que «hay unas 80 personas, de todos los colores, viviendo allí dentro». A pocos metros se cruza Mamadu, un joven senegalés de 25 años que lleva 2 años en Barcelona. Desde entonces, ha sido chatarrero y diariamente recorre la ciudad para venderla en las Glorias. «Ahora con la crisis por el carro lleno me dan unos 3 euros, está a 0,4 euros el kilo», lamenta mientras empuja su carro de la compra atiborrado de desperdicios.
En la calle Llacuna, una madre de etnia gitana con sus dos hijos recoge la chatarra de la basura y la carga en el cochecito del pequeño. En la zona viven desde hace más de 15 años, unas 150 familias galaico–portuguesas que se han instalado con sus roulots, furgonetas y camiones en los solares abandonados. En la calle Ávila habitan 15 miembros de una familia de Ourense, 6 de ellos niños. «Allá no ganaba un duro», dice Jose, chatarrero a sus 24 años. «Hay que andar desde las 16.00 hasta la 1 de la noche y ahora nos dan 20 euros por 1.000 kilos». «El Ayuntamiento no ayuda», se queja rodeado del nuevo chabolismo del siglo 21. Bienvenidos al Miseria@, distrito de la chatarra.
Publicado en el diario La Razón
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