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lunes, 22 de abril de 2013

La ayuda humanitaria de la UE no es negociable

Si hay algo que no se le puede reprochar a Europa es su papel como actor global a la hora de prestar ayuda humanitaria. En 2011 tendimos la mano a 117 millones de personas afectadas por diversas crisis en más de 90 países fuera de nuestras fronteras. Estas cifras son prácticamente desconocidas para la población europea. Ni aparecen en las cabeceras de los telediarios ni en las portadas de los periódicos. Y la necesidad de reforzar esta asistencia es cada vez mayor: el cambio climático, el crecimiento poblacional y la escasez de recursos cada vez más acentuada son factores que propician el aumento de los desastres naturales y los conflictos bélicos.

Hace unas semanas la Comisaria Europea de Cooperación Internacional, Ayuda Humanitaria y Respuesta a las Crisis, Kristalina Georgieva, relataba que el mes anterior, mientras supervisaba sobre el terreno la asistencia que la Unión Europea estaba prestando para luchar contra una terrible sequía en el Chad, un periodista le preguntó cómo podría garantizarle que si volviese en junio no tendría que grabar niños muriendo de hambre. La Comisaria, además de remarcar que estaban trabajando en la prevención de dicha situación, respondió al reportero que él cómo podría garantizarle a ella que si no hubiese niños muriendo de hambre volvería en junio al Chad para mostrar que la ayuda humanitaria de la UE había evitado una catástrofe.

Esta es sólo una anécdota que muestra lo invisibles que son ante los ojos de los ciudadanos los resultados y la eficacia de la ayuda humanitaria de la UE. Una ayuda que, al contrario de lo que suele ocurrir en los Estados Miembros, es desinteresada, independiente e imparcial, y llega hasta los lugares olvidados, hasta donde los Gobiernos nacionales no tienen capacidad o interés en llegar. Una ayuda cuyo presupuesto el Consejo de mayoría conservadora propone congelar, en contra del Tratado de Lisboa por el cual los Estados miembros se comprometen a fortalecer la acción exterior europea. Igualmente, si hay algo que no se les puede reprochar a los ciudadanos europeos es su solidaridad y su concienciación de que la UE tiene el deber de cooperar fuera de sus fronteras. Según datos de distintos Eurobarómetros de 2012, un 88% de los ciudadanos europeos apoya la financiación de la ayuda humanitaria y el 85% está a favor de la continuidad del compromiso de la Unión Europea.

Y si nuestra ayuda humanitaria funciona, si es efectiva, si las estadísticas muestran que a pesar de los estragos de la crisis los ciudadanos europeos están a favor de continuar este compromiso, ¿por qué el Consejo hace caso omiso a estas cifras y se empeña en recortar un 15% el Instrumento de Cooperación al Desarrollo en el presupuesto Marco Financiero Plurianual 2014-2020? ¿Por qué también disminuye casi un 10% la propuesta de la Comisión para la partida destinada a Ayuda Humanitaria? ¿Por qué la Reserva para Ayudas de Emergencia también será víctima de estas tijeras? El afán de la Europa conservadora que domina las principales instituciones de salir de la crisis a base de medidas de austeridad ha llegado a las partidas del presupuesto que salvan millones de vida en zonas de conflictos bélicos, que han sido asolanas por una catástrofe natural o que viven la pobreza extrema como mal endémico. En los últimos tres años la ayuda humanitaria y la cooperación al desarrollo de la UE han salvado de la desnutrición a un millón de personas, han proporcionado educación primaria a 9 millones de niños y han asegurado más de 4 millones de nacimientos en las condiciones médicas necesarias. En seis años 31 de personas han tenido acceso al agua potable gracias a nuestra asistencia.

Si aun así, la derecha que predomina en la UE no está convencida del deber moral que tenemos, cabe destacar también que este tipo de ayuda promueve la estabilidad y la seguridad, intensificando los flujos comerciales. Recientes estudios señalan que este hecho podría suponer para la Unión Europea un beneficio neto de 11.500 millones de euros. La ayuda humanitaria, al contrario de lo que cree que el Consejo Europeo, no es negociable. Es una partida que sólo supone el 0,62% del total del presupuesto y que mejora anualmente las condiciones de vida de aproximadamente 150 millones de personas, es un deber moral que la Unión Europea tiene como actor global y es un compromiso que los políticos hemos adquirido con la sociedad civil más allá de nuestras fronteras. 

Ricardo Cortés Lastra, eurodiputado solcialista. Coordinador del Grupo S&D en la Comisión de Desarrollo de la Eurocámara.

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