Aunque no lo parezca, justo al lado de los privilegios, siempre hay gente oprimida que mantiene a los terratenientes. Justo al lado de los cristales tintados de los coches oficiales, se agolpan en las puertas de las oficinas del INEM miles de parados que combaten el frío con un abrigo que los Reyes dejaron hace años y unos zapatos de suelas desgastadas.
Justo al lado de ese pantagruélico tren de vida de los despachos y los parlamentos, de ese devenir incesante de asesores y jefes de prensa, de esas conspiraciones de instituto en los cuarteles de los partidos, la crisis despliega cada mañana, cada tarde y cada noche todas sus miserias. La recesión económica escribe en la calle sus propias crónicas, las barras de colores de un abismo de facturas impagadas, la ventanilla de un banco que se alimenta fagocitariamente de nuevas preocupaciones, la curva ascendente de los números rojos en las cuentas corrientes.
Justo al lado de los deslumbrantes escaparates de Zara y El Corte Inglés, hay cientos de hogares que no ven la luz al final del túnel, que viven literalmente a oscuras porque les cortaron el suministro por impago. Justo al lado de esa voz que le responde con descaro "vuelva usted mañana", al lado del absentismo o el desayuno de media mañana de los que tienen el sustento asegurado de por vida, asoma un tinglado de empresas que funcionan sólo en negro, al margen de los méritos profesionales, la capacidad y el esfuerzo. Son cientos de chiringuitos que crecen como parásitos adosados a la teta del Estado, donde se mezclan funcionarios de carrera con mediocres asalariados públicos que entraron por la puerta de atrás del amigo político o sindicalista.
Justo al lado de esa biblioteca donde jóvenes y mayores se dejan los ojos día tras día para sacarse unas oposiciones, se esconde una Administración paralela, una interminable cadena de favores que corrompe cuanto de noble tiene la función pública. Justo al lado de esos ojos llorosos de los que fueron despedidos por el ERE, o de los que perderán la mísera ayuda de 426 euros, discurre como un mundo paralelo la picaresca del enchufe, la política del chalaneo, la cultura de la subvención, la dieta de la sopa boba.
Justo al lado de esa España oficial que quiere enterrar los tópicos del torero y la flamenca y pasear con garbo por Europa, asoma un drama humano que sólo se mide en cifras y gráficos. Al lado de todo eso, transcurre en toda su crudeza la vida diaria, sin eufemismos ni maquillajes, de un país que ya no puede soportar más el dolor que le siguen generando. Justo al lado, ahí mismo, de esos cuatro millones de parados sin futuro ni esperanza, hay siempre un señorito de traje y corbata, de mujer esculpida y niños con uniforme, un caradura que no conoce la crisis ni la padecerá nunca.