Un niño de unos siete años se pasea entre tiendas de campaña con unos
guantes de látex y una bolsa de basura que va llenando con lo que
encuentra. Junto a más de 5.000 refugiados malvive en el puerto de El
Pireo, donde las condiciones higiénicas apenas merecen ese calificativo. En
la E2, uno de los muelles del puerto, la terminal que servía de sala de
espera para aquellos que tenían que coger un ferry, es ahora una gran
habitación comunal para más de un centenar de refugiados que hacen vida
en ella. Un servicio para hombres y otro para mujeres, con cuatro váteres cada uno, es el único lugar donde estas personas pueden asearse. De
los lavabos sale agua helada y tras cada puerta hay colas eternas. Esto
es, además de una toallita húmeda o una botella de agua mineral, lo más
parecido a una ducha a lo que pueden aspirar en este campamento
improvisado.
Maaria, afgana y madre de tres hijos, lleva 20 días
aquí y solo se ha duchado una vez, y eso solo gracias a que un
matrimonio griego les ofreció a ella y a su familia asearse y lavarse el
pelo en su casa. De eso ya hace muchos días. Ahora quisiera
volver a lavarle el pelo a su hijo Ahmed, el más pequeño, de seis años,
pero teme que el agua gélida le haga enfermar. "Ya ahora está bastante
débil", cuenta. Fuera, rodeados de tiendas de campaña y charcos
que dejó la lluvia la noche anterior, unos diez baños portátiles están a
su disposición, pero ahí la cola es mucho menor porque no tienen agua y
normalmente están sucios. "Es inadmisible que todo este
sufrimiento y miseria en el puerto del Pireo esté teniendo lugar con el
sello oficial de los líderes de la Unión Europea (UE)", afirma Eva
Cossé, especialista en Grecia de Human Rights Watch, en un comunicado.
"Cuánto
tiempo harán la vista gorda los gobernantes de la UE ante las
violaciones de los derechos humanos que están creando", se pregunta. La
organización no gubernamental defensora de los derechos humanos ha
denunciado las "condiciones miserables, insalubres e inseguras" de los
campamentos informales del puerto. Todo el que llega al puerto
recibe de los voluntarios de Cruz Roja una bolsa de aseo individual con
un cepillo y pasta de dientes, champú, gel, una pequeña toalla,
tiritas... Pero el espacio y la intimidad no se la pueden proporcionar. La
misma manta hace de suelo, silla y mesa. Sobre estas mantas grises con
el logotipo de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)
las familias pasan el día, los niños juegan, guardan todas sus
pertenencias y, por supuesto, comen. Eso, unos con otros, sin paredes ni
puertas que otorguen algo de privacidad.
Junto a los servicios
hay una puerta con un dibujo de un biberón, tras la cual los voluntarios
que organizan la vida aquí almacenan material de aseo para niños e
higiene íntima. Cuando en la terminal solo había turistas de camino a alguna isla era la cantina. No
faltan compresas o pañales cuando alguien las necesita, pero para
cambiarse tienen que esperar en las largas colas de los servicios o
pedir a sus familiares que les tapen con mantas. "Nunca pondría a
mi familia en esta situación si se pudiera vivir en mi país. La
situación sanitaria e higiénica aquí es horrible", afirma Maaria.
Mientras,
la bolsa que arrastra el niño de los guantes de látex, varias tallas
grandes, está casi llena. A su alrededor un grupo de niñas corretea,
persiguiéndose. Una de ellas tiene la cabeza rapada a causa de los
piojos. Él las mira, coge otro papel del suelo, y sigue su camino.
Fuente: Ana Mora Segura (EFE)
Foto: Marko Djurica (Reuters)