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lunes, 18 de junio de 2012

Catástrofe humanitaria en Sudán del Sur

Los dos señores de la guerra apretaron sus manos y se llamaron mutuamente "hermano". Fue el verano pasado. A partir de aquel gesto entre Salva Kiir, presidente del recién nacido Sudán del Sur, y su homólogo Omar al Bashir, de la República de Sudán, todo han sido amenazas, asaltos armados y bombardeos en una frontera en la que se mezclan sangre con petróleo. Estos días, la huida masiva de aldeas enteras, que escapan de la guerra y el hambre, está provocando la muerte por agotamiento y sed de cientos de personas, que avanzan por un territorio seco y baldío hacia campos de refugiados como el de Yida (50.000 almas) o Jamam (35.000), dónde ya no quedan recursos, según denuncia Médicos sin Fronteras. El agua se ha agotado en distintos puntos y ya son 200.000 los refugiados que han cruzado la frontera desde que comenzó la crisis, 35.000 de ellos en las últimas semanas. Su situación es desesperada.


La doctora Erna Rijnierse, que atiende sobre el terreno a las víctimas de esta tercera guerra sudanesa, advierte: "Dispensar atención médica no basta cuando no hay cobijo, agua ni comida para unas personas que ya llegan en un estado lamentable". "El panorama es dantesco, los más débiles mueren mientras caminan, tan deshidratados que ni la asistencia puede ya salvarles". La crisis alimentaria que afecta a todo el Sahel también alcanza esta región fronteriza con Etiopía.

Desde los primeros días de la independencia, nacida del referéndum de enero de 2012, se vio que las fronteras y el crudo que bajo la tierra se esconde iba a ser fuente de conflictos entre ambos países. Uno de ellos, el norte de Bashir, ansioso con conservar las grandes reservas de petróleo de la región de Abyei; el otro, el sur de Bashir, deseoso de poder disponer por fin de una riqueza que se le ha negado durante dos décadas de devastadora guerra civil.

"Mi hija sufre de malaria y ha estado en el hospital cuatro días. Sólo tiene un mes. Venimos de las montañas de Nuba. Mi marido y yo huimos de la guerra con nuestros diez hijos. No había comida, ni medicinas, ni dónde llevar a mi bebé enfermo a recibir atención médica. Estábamos escondidos en las montañas desde el pasado mes de junio, pero hemos estado esperando por la paz, y no ha venido", declaró una mujer en el campamento de refugiados de Yida, donde se vive una gran crisis humana. Pocas organizaciones internacionales se han implicado de momento en la ayuda de estas personas.

Esa frontera, la de Sudán y Sudán del Sur, es el límite entre el mundo musulmán y el cristiano, pero también entre tribus de origen árabe y pueblos nilóticos de raza negra como los dinka y los nuer, la población mayoritaría del empobrecido sur. Los tres puntos que sufren los combates entyre el poderoso ejército del general Bashir y las guerrillas rebeldes son Abyei, las montañas del Kordofán y la región del Nilo Azul, todas en disputa, con China y Estados Unidos como principales 'patrocinadores' de los intereses de uno y otro bando. Mientras, el sur cristiano, el país más joven del mundo, se desangra sin poder enfrentarse a los enormes desafíos que tiene por delante.

El tablero de este nuevo y sangriento ajedrez es el siguiente: restos humeantes de aldeas arrasadas, muertos sin enterrar y un silencio estremecedor sólo roto por el sonido de los tanques del Ejército del Norte, que han barrido a las fuerzas del Sur o SPLA (Ejército de Liberación del Pueblo del Sudán, en sus siglas en inglés) y a la población civil, desparramada por los caminos llevando lo poco que tienen entre despistados cascos azules de la Unión Africana que se limitan a mirar. "Llevamos dos meses huyendo. Intentamos establecernos en varias aldeas pero fueron bombardeadas también, así que tuvimos que seguir caminando", dice otra de las mujeres, de 28 años de edad y seis hijos, que llegan exhaustas a estos campos. "Algunos días no teníamos nada que comer. Tuve que dejar un hijo por el camin, porque estaba enfermo y no tenía sentido seguir con él. Ahora estamos comiendo hojas de los árboles".

Como ya han denunciado organizaciones de derechos humanos como Human Right Watch, estos bombardeos se realizan contra poblaciones civiles no sólo con cazas de combate, sino con viejos aviones de transporte Antonov, que arrojan bidones llenos de gasolina para quemar poblaciones enteras. No es de extrañar que Tribunal Penal Internacional tenga a Omar al Bashir en busca y captura por crímenes contra la humanidad en regiones como Darfur, donde usa los mismos métodos.

Publicado en el diario El Mundo
Texto: Alberto Rojas
Foto: AFP

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