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viernes, 13 de noviembre de 2009

Vidas anónimas

(I)
Mientras tiritan a media voz,

y los abrazos rotos del mar

a la cáscara de papel

van acunando mi miedo,

tu albor desaparece,

y dudo si es mejor callar

o avivar los rescoldos del sol

con la tintura oscura de tu preñez

que me devora el sueño.

Las sombras se deshacen

bajo macabras sonrisas

en el lupanar, húmedo de ti,

que desespera y se debate

a cuerpo abierto para arañar

de las brasas del cielo

un retazo de la libertad

de la gaviota al volar,

de la hoja que danza libre,

del viento cuando acaricia el mimbre

de mis manos al rozarte.

Y entretanto, cierro los ojos,

y sueño con la tibieza,

luz de una vela compañera

que otea el paupérrimo horizonte

relevando a mis ojos cegados

de cansancio y hambre.

El gemido continuo,

inmenso, infinito,

de las ninfas de sal

intenta alcanzarme.

Noto las salpicaduras

y esputos de su aliento.

Cerca las siento,

pero me resisto,

pues separan la vida

sin contemplaciones,

por capricho.

Madre multípara que me cobijas

y guías a un nuevo alumbramiento

que ansío, y en el que cuando

llegue el momento, yo mismo

cortaré la maroma

umbilical que te retenga,

y no aguardaré a los besos.

Correré junto a Selene

para sentir clavados,

en mis pies, los guijarros

de la áspera libertad prometida.

Todo el mundo tiene derecho

a poder empezar de nuevo.

Tú al frente, dos más

entre bultos, y ¿mientras?

………

Mientras, sueños.

(II)

Como el sauce, tiemblo con la brisa,

esquálida predecesora de tormenta,

sobre el áureo cielo que la sombra

alarga eliminando el brillo sobre el agua

posado y que en infinitas esquirlas se parte

con el agudo beso, fruto cristalino de oscuro vientre;

como sus lenguas tan pequeñas que lamen

las cicatrices de mis extremidades

ya casi totalmente descubiertas

y en las que a duras penas se sostienen

los hilachos de algodón como mis brazos

y dos muletas de mimbre, mis piernas.

Y ante la sombra del alcor revelado

tras la pesada bruma que se disipa,

cegadas mis grietas miradoras

por una claridad horizontal que penetra

hasta el fondo de mis aciagas cuevas,

no quiero perecer de cansancio y fiebre,

después de haber masticado y tragado

el ambarino y estéril polvo de mi tierra,

y los pies tachonados de guijarros,

sin haber probado el sabor del viento

colmado del ansiado polen doselado

¡y que se filtre hasta mi estigma!

¡y que germine!

mi sueño

tras aquella delgada línea.

(III)

Aturdido por el eco de acantilados

y turbias escolleras tatuadas

de sombras que me llaman,

crucé sin dudarlo el hondo – mar -

y ancho estrecho que es el mañana,

con un sol que dulcemente levita – sal -

y asciende lento sobre un océano

con brillos de un ligero gris plata – paz -

árboles verdes oliváceos,

y en mis pies cicatrizados,

bambas de color azul claro.

Y al cerrar los ojos un momento,

soñar, un sonido secreto susurrante,

como un viento, sin saber descubrirlo,

salvo por el sabor salobre y siniestro

que me deja en la boca, y despierto.

En ese solo instante, súbito abismo incierto,

encontré tu sombra, se la robé al tiempo,

y aun si el silencio eterno inundara mis oídos

permanecería tu verbo.

Por Manuel Jesús Estévez Vargas

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