Mientras tiritan a media voz,
y los abrazos rotos del mar
a la cáscara de papel
van acunando mi miedo,
tu albor desaparece,
y dudo si es mejor callar
o avivar los rescoldos del sol
con la tintura oscura de tu preñez
que me devora el sueño.
Las sombras se deshacen
bajo macabras sonrisas
en el lupanar, húmedo de ti,
que desespera y se debate
a cuerpo abierto para arañar
de las brasas del cielo
un retazo de la libertad
de la gaviota al volar,
de la hoja que danza libre,
del viento cuando acaricia el mimbre
de mis manos al rozarte.
Y entretanto, cierro los ojos,
y sueño con la tibieza,
luz de una vela compañera
que otea el paupérrimo horizonte
relevando a mis ojos cegados
de cansancio y hambre.
El gemido continuo,
inmenso, infinito,
de las ninfas de sal
intenta alcanzarme.
Noto las salpicaduras
y esputos de su aliento.
Cerca las siento,
pero me resisto,
pues separan la vida
sin contemplaciones,
por capricho.
Madre multípara que me cobijas
y guías a un nuevo alumbramiento
que ansío, y en el que cuando
llegue el momento, yo mismo
cortaré la maroma
umbilical que te retenga,
y no aguardaré a los besos.
Correré junto a Selene
para sentir clavados,
en mis pies, los guijarros
de la áspera libertad prometida.
Todo el mundo tiene derecho
a poder empezar de nuevo.
Tú al frente, dos más
entre bultos, y ¿mientras?
………
Mientras, sueños.
(II)
Como el sauce, tiemblo con la brisa,
esquálida predecesora de tormenta,
sobre el áureo cielo que la sombra
alarga eliminando el brillo sobre el agua
posado y que en infinitas esquirlas se parte
con el agudo beso, fruto cristalino de oscuro vientre;
como sus lenguas tan pequeñas que lamen
las cicatrices de mis extremidades
ya casi totalmente descubiertas
y en las que a duras penas se sostienen
los hilachos de algodón como mis brazos
y dos muletas de mimbre, mis piernas.
Y ante la sombra del alcor revelado
tras la pesada bruma que se disipa,
cegadas mis grietas miradoras
por una claridad horizontal que penetra
hasta el fondo de mis aciagas cuevas,
no quiero perecer de cansancio y fiebre,
después de haber masticado y tragado
el ambarino y estéril polvo de mi tierra,
y los pies tachonados de guijarros,
sin haber probado el sabor del viento
colmado del ansiado polen doselado
¡y que se filtre hasta mi estigma!
¡y que germine!
mi sueño
tras aquella delgada línea.
(III)Aturdido por el eco de acantilados
y turbias escolleras tatuadas
de sombras que me llaman,
crucé sin dudarlo el hondo – mar -
y ancho estrecho que es el mañana,
con un sol que dulcemente levita – sal -
y asciende lento sobre un océano
con brillos de un ligero gris plata – paz -
árboles verdes oliváceos,
y en mis pies cicatrizados,
bambas de color azul claro.
Y al cerrar los ojos un momento,
soñar, un sonido secreto susurrante,
como un viento, sin saber descubrirlo,
salvo por el sabor salobre y siniestro
que me deja en la boca, y despierto.
En ese solo instante, súbito abismo incierto,
encontré tu sombra, se la robé al tiempo,
y aun si el silencio eterno inundara mis oídos
permanecería tu verbo.
Por Manuel Jesús Estévez Vargas
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