Tan antiguos como la propia historia de la humanidad, los predicadores llegaron incluso a fundar una orden religiosa, la de los dominicos, allá por el siglo XIII. Sus hazañas, en forma de novela gráfica creada por el guionista Garth Ennis y el dibujante Steve Dillon, se convirtieron en un fenómeno de masas en Estados Unidos a finales de los 90. Su verdadero origen, sin embargo, se remonta muchos lustros atrás, porque ya en el antiguo Egipto había constancia de la existencia de ministros y pastores que asesoraban a las personas de más alto rango social. Desde entonces, estos teólogos de la realidad cotidiana han adquirido diversas formas y pelajes, aunque ahora poco o nada tienen que ver con aquellos de épocas pretéritas, que hicieron de sus sermones un ideal que en muchos casos los llevó a la muerte. Hoy en día, estos gurús de lo ajeno suelen disfrazarse de entrenadores académicos sin currículum ni experiencia, que lo mismo te asesoran para montar una empresa o para comprar una tostadora.
Son los denominados coach, término anglosajón que define a estos caraduras que acompañan, instruyen y entrenan a una persona o a un grupo con el objetivo de conseguir alguna meta o de ayudarles a desarrollar habilidades específicas. Salvando contadas excepciones, que las hay, todavía nadie ha podido certificar sobre hechos de base científica ni humana la eficacia de las doctrinas del siglo XXI que propugnan estos rapsodas de dudosa capacitación y ánimo de lucro. Para empezar, nunca utilizan una metodología claramente definida. De hecho, el gran y rápido crecimiento de esta singular disciplina ha tenido como consecuencia la aparición de individuos que ofrecen sus servicios como entrenadores cuando en realidad no cuentan con la apropiada formación para ello. Además, y aunque insisto en que hay coaches y coaches, la inexistencia de regulaciones académicas y certificaciones apropiadas dificultan el control de una práctica en la que confluyen muchas corrientes y una oferta demasiado heterogénea y poco seria.
Por si esto fuera poco, el enfoque y la superficialidad del método que emplea, tiende a exacerbar los sentimientos de superación y competitividad en el corto plazo, pero rinde resultados estériles a la larga. Porque el coaching, por su propia definición, trabaja directamente con los individuos, sus procesos mentales y emocionales. Y en el caso de que dicho proceso no se encuentre bien guiado, las consecuencias pueden ser de un impacto negativo importante. La ética, responsabilidad y cuidado del entrenador no siempre están salvaguardadas cuando no existen marcos regulatorios, y la fe, aunque mueva montañas, hace tiempo que no sirve para pagar la hipoteca o alimentar a la familia.
Son los denominados coach, término anglosajón que define a estos caraduras que acompañan, instruyen y entrenan a una persona o a un grupo con el objetivo de conseguir alguna meta o de ayudarles a desarrollar habilidades específicas. Salvando contadas excepciones, que las hay, todavía nadie ha podido certificar sobre hechos de base científica ni humana la eficacia de las doctrinas del siglo XXI que propugnan estos rapsodas de dudosa capacitación y ánimo de lucro. Para empezar, nunca utilizan una metodología claramente definida. De hecho, el gran y rápido crecimiento de esta singular disciplina ha tenido como consecuencia la aparición de individuos que ofrecen sus servicios como entrenadores cuando en realidad no cuentan con la apropiada formación para ello. Además, y aunque insisto en que hay coaches y coaches, la inexistencia de regulaciones académicas y certificaciones apropiadas dificultan el control de una práctica en la que confluyen muchas corrientes y una oferta demasiado heterogénea y poco seria.
Por si esto fuera poco, el enfoque y la superficialidad del método que emplea, tiende a exacerbar los sentimientos de superación y competitividad en el corto plazo, pero rinde resultados estériles a la larga. Porque el coaching, por su propia definición, trabaja directamente con los individuos, sus procesos mentales y emocionales. Y en el caso de que dicho proceso no se encuentre bien guiado, las consecuencias pueden ser de un impacto negativo importante. La ética, responsabilidad y cuidado del entrenador no siempre están salvaguardadas cuando no existen marcos regulatorios, y la fe, aunque mueva montañas, hace tiempo que no sirve para pagar la hipoteca o alimentar a la familia.
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