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lunes, 17 de marzo de 2014

Más de 300 sirios han llegado a Melilla desde enero con pasaporte falso

Hace unos días la Policía detuvo en el paso fronterizo de Beni Enzar, la principal aduana de mercancías y personas de Melilla, a una mujer árabe. Llevaba pasaporte marroquí pero era siria. En su cuerpo camuflaba medio kilo de oro y 40.000 euros, en esta moneda y en dólares. A mediados de febrero los agentes marroquíes tuvieron que cerrar la frontera durante varias horas ante el intento de un grupo de unos 400 sirios de colarse en la Ciudad Autónoma. Son dos episodios de la creciente presión que está viviendo el paso entre Nador y Melilla, al margen de la foto fija de la valla y las tentativas de salto de subsaharianos.

Ningún sirio ha tratado de saltar la valla hasta ahora, pero solo desde enero más de 300 ciudadanos de este país devastado por la guerra han accedido a España por esa frontera, según datos de Interior. Lo han hecho a pie o en coche y con pasaporte marroquí, tanto con documentos legales, comprados en Nador y en otros puntos de Marruecos a sus propietarios, como con documentación falsa. Esos papeles son casi imposibles de detectar en unos controles manuales atravesados a diario por miles de personas. "Tienes delante a un árabe, con un pasaporte aparentemente bueno. Por los rasgos es muy difícil distinguir si es marroquí o no. Pasa lo mismo con los argelinos. Lo saben y lo aprovechan", explica un policía del control fronterizo a ABC.


El éxodo comenzó en septiembre del año pasado. Entre ese mes y diciembre unos 250 sirios llegaron a Melilla, según fuentes oficiales. En lo que va de año esa cifra se ha superado con creces. Una vez en la ciudad acuden a la Policía y posteriormente al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) y se identifican con su verdadera nacionalidad, que goza de protección debido a la guerra. Pero curiosamente la mayoría no recurre a la opción de pedir asilo como refugiados de guerra. La razón es que si se acogen a esa figura en Melilla tendrán que quedarse ahí hasta que se resuelva su petición (el procedimiento es largo y complejo). La opción mayoritaria es pedir su traslado a la Península a cargo de las ONG que colaboran con el Gobierno y una vez en España solicitar el asilo, lo que les permite libertad deambulatoria por todo el país. Desde enero más de 200 personas de esa nacionalidad han sido conducidas a centros colaboradores de Andalucía sobre todo, en un régimen abierto, en detrimento de solicitantes de asilo de otros países que siguieron el cauce normal. Es el caso del egipcio Jamal Hsin Ahmed, quien atravesó Libia, Argelia y Marruecos. Su tarjeta roja le identifica como peticionario. Se queja amargamente de que él lleva seis meses esperando respuesta y, en cambio, sirios que llegaron al CETI hace un mes ya están en la Península.

De los casi 1.300 inmigrantes que que alberga ahora mismo este centro (donde no cabe ya ni un alfiler tras los últimos saltos de subsaharianos), unos 220 son sirios, miembros de unas sesenta familias. De ellos hay cerca de 60 menores. Rukian y Yasmeen Ahmed, que no levantan un metro del suelo, corretean junto a las faldas de su madre en la puerta del centro. Ella, Sanaa Al Marandi, con chilaba azul y pañuelo violeta cubriendo su cabeza, relata en árabe que su marido espera en Nador, al otro lado de la frontera para reunirse con ellas. Cuenta que ya no tiene dinero, que lo gastaron todo en el viaje y en los papeles para cruzar. Asegura que pagó 600 euros por cada pasaporte y las lágrimas asoman a sus ojos cuando evoca la travesía del infierno con dos niñas tan pequeñas.

Jouma Ackala, que no es pariente suyo, pero parece mandar mucho en el grupo de sirios que aguardan su viaje a la Península, interrumpe con malos modos exhibiendo la tarjeta que lo identifica como nacional de ese país. Dice que él no pagó nada y luego que entregó cien euros. A simple vista, los sirios muestran un poder adquisitivo superior al resto de inmigrantes que se apelotonan en el CETI. Toman taxis desde ese alejado lugar para trasladarse al centro de Melilla; hacen compras y, desde luego sus ropas lucen mucho mejor que las de aquellos con quienes se ven obligados a convivir. Todos son muy muy jóvenes.

La Policía ha detectado, gracias a la información facilitada por Marruecos, que durante su estancia en Nador muchos se alojan en pensiones y hostales, en lugar de en los infernales campamentos del Gurugú, en los que aguardan los subsaharianos. Las joyerías de la región marroquí compran oro y joyas con los que estos refugiados han cargado a través de varios países. "Creemos que lo han vendido todo huyendo de la guerra y la pobreza para empezar de nuevo aquí. Antes de cruzar necesitan el dinero para comprar los documentos y vivir", señalan fuentes policiales. Policía y Guardia Civil asisten con preocupación a esta nueva vulneración de la frontera, más sofisticada y casi "líquida", imposible de detectar. El efecto llamada está en boca de todos y se transmite a través del móvil.

Publicada en el diario ABC
Autor: Cruz Morcillo
Foto: Jesús Blasco (Reuters)

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