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lunes, 10 de marzo de 2014

Intolerantes

Enfermo, solo y despreciado por su propia familia y sus vecinos. Así murió hace unas semanas el activista camerunés Jean-Claude Roger Mbede, símbolo de la lucha por los derechos de los homosexuales en su país. Como él, el ugandés David Kato, asesinado en 2011 por su condición sexual, ejemplifica la sinrazón retrógrada y discriminatoria que impera todavía en medio planeta. Mbede, de 34 años de edad, pasó más de un año en prisión por el ‘delito’ de ser homosexual, que en Camerún, como en otros países africanos, está castigado con penas de hasta cinco años de cárcel. Encerrado en una penitenciaría de Yaundé, sufrió malos tratos y humillaciones constantes hasta que se decretó su libertad provisional. Antes, desde que empezó su particular calvario, se vio obligado a vivir en la clandestinidad en su propio país, repudiado incluso por muchos de sus conocidos.

Su muerte ha sido un mazazo para los activistas que luchan contra la criminalización de la homosexualidad en Camerún y en todo el continente negro, donde en una veintena de países se castiga a gais y lesbianas con penas de cárcel. Uno de ellos es Uganda, cuyo Parlamento aprobó hace un mes una ley que prevé la cadena perpetua para los homosexuales. Igual que Nigeria, que sacó adelante otra norma que ilegaliza las muestras públicas de afecto y los matrimonios del mismo sexo. Estos, así como el acto sexual consensuado entre adultos de la misma condición, es ilegal en 79 países, incluyendo siete en donde se aplica la pena de muerte (Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Irán, Mauritania, Somalia, Sudán del Sur y Yemen). El triste final de Jean-Claude Roger Mbede comenzó cuando envió un SMS a un amigo en el que le decía: “Estoy muy enamorado de ti”. Esta persona le denunció y la policía le preparó una trampa. Cuando acudió a la supuesta cita, fue detenido. Sometido a torturas de todo tipo, le pegaron una paliza, lo tuvieron una semana prácticamente sin comer ni beber, desnudo en una celda. Finalmente, bajo la acusación de homosexualidad, fue condenado a tres años de cárcel.

Su estancia en prisión fue una pesadilla. Los otros reclusos lo rechazaban, no querían compartir espacio con él y sufrió agresiones y humillaciones constantes. Nadie fue a visitarlo, ni siquiera cuando enfermó de un problema digestivo que finalmente acabaría con su vida. Eso es, al menos, lo que relató la versión oficial. La otra, la que sólo Mbede conoce, dice que el joven africano falleció por el mismo pecado capital que infecta por igual a sociedades más y menos desarrolladas, la intolerancia, el odio visceral a lo distinto, a aquellas condiciones, pensamientos o formas de actuar diferentes a las establecidas.

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