Me divierte mucho hablar de política, por dos
razones fundamentales: en primer lugar, porque no soy un experto y nunca he
estado afiliado a ningún partido; y en segundo lugar, porque no me interesa lo
más mínimo el tema. Por eso, creo que soy una voz más que autorizada para
opinar acerca de temas como la corrupción, los gobiernos municipales y
autonómicos o las elecciones. Ustedes, ávidos e intrépidos lectores, se
preguntarán entonces por qué un sujeto al que no le gusta este tema puede dar
una opinión formada sobre asuntos de tal calado. La razón es muy simple:
diariamente asistimos en los medios de comunicación, fundamentalmente en radio
y televisión (la prensa todavía es un coto algo más reservado y permite menos
intromisiones), a una cascada de intervenciones de tertulianos y opinadores que
debaten sobre lo humano y lo divino de los partidos políticos, sus decisiones
y, especialmente, sus errores. Juzgan porque sí, con o sin razón, con
argumentos o sin ellos. Tienen barra libre y, aunque lo diga el refranero
popular, nunca serán esclavos de sus palabras.
No seré yo quien defienda a los miles de vendedores
de humo que campan a sus anchas en este país acomodados en la poltrona que les
facilitó el partido. Ni mucho menos. Pero tampoco me parece lógico que otros
personajes igual de sonrojantes, que lo mismo hablan de un partido de fútbol
como de una película de Buñuel, impartan lecciones morales por un puñado
(importante) de euros. Les pongo un ejemplo bastante descriptivo. Hace apenas
un mes escuché en una de esas tertulias que la época dorada del PSOE en
Andalucía había pasado. Que formaciones como el PP le habían comido la moral a
Susana Díaz y que Podemos se iba a convertir en la única alternativa de
gobierno. Pues bien, aquel sujeto, cuyo nombre prefiero no dar por respeto
hacia su familia, no dio ni una. Yo, que ni me alegro ni me dejo de alegrar, sí
recordé el pasado domingo aquella sucesión de disparates cuando vi a la ínclita
Susana Díaz celebrar el resultado socialista, justo en medio del fregado de los
ERE y los cursos de formación.
El PP, mientras tanto, bastante tenía con aguantar
el chaparrón, no sólo el que le cayó a su desconocido candidato, también el
aguacero que se prevé caerá sobre los populares entre mayo y noviembre. Y
Podemos, por su parte, no se convirtió en esa única alternativa de gobierno de
la que hablaba el tertuliano, pero sí logró un rotundo éxito en su primera
comparecencia en unos comicios regionales, en una comunidad tan peculiar como
la mía (sí, lo confieso, soy andaluz; me gusta la siesta, las sevillanas, las
corridas de toros y el flamenco, como a miles de chinos que nos visitan cada
año). Por eso, desde aquí les animo y les conmino a opinar todo lo que quieran
de política, porque están igual de legitimados que aquellos que cobran por ello
sin tener demasiada idea. Porque detrás de cada ciudadano se esconde un
opinador.
Basta con aprovechar las redes sociales o cualquier
otro medio impreso o digital para demostrarlo. Seguro que la mayoría incluso lo
haría gratis, y además con bastante más coherencia que esos cuyas columnas van
firmadas y sonríen orgullosos en las fotos que los identifican. Acertar o no en
los pronósticos o dar una opinión versada sobre el tema es lo de menos, porque
las palabras, como decía el poeta -andaluz, para más señas-, se las lleva el
viento.
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