A poco más
de dos meses de que se celebren las elecciones municipales -y algunas
autonómicas-, anticipo de lo que serán los comicios generales del mes de
noviembre, los partidos y sus distintos candidatos se afanan fundamentalmente
en dos cuestiones: las inauguraciones y las promesas. Las primeras son ya
habituales en los años electorales, porque no hay político que se preste que no
quiera salir en una fotografía o tener sus minutos de gloria televisivos a
costa de un edificio que llevaba décadas parado y que, milagrosamente, revive cual
ave Fénix justo a solo unos meses de que los ciudadanos depositen sus votos en
las urnas. Como dato, los propios presupuestos del Estado y de los
ayuntamientos de todo el país, que en 2014 incrementaron prácticamente un 40% las
licitaciones de obra pública.
De las
inauguraciones y los estrenos, mis preferidos son los hospitales, aunque sean
con camas prestadas y sin electricidad, como ocurrió recientemente en un centro
sanitario abierto en la Comunidad Valenciana. En esto, el Gobierno de Canarias
es todo un especialista, porque en las últimas cuatro elecciones han estado
presentes, o más bien ausentes, los hospitales del norte y el sur de Tenerife.
Este año parece que será ya el definitivo, porque los edificios al menos están levantados,
lo que permite fotos de todo tipo y a color, aunque luego los enfermos mejor
que vayan a otro sitio a curarse, porque en esos supuestos hospitales no hay ni
para que te hagan una radiografía.
En cuanto a
las promesas, las hay también para todos los gustos, desde una ciudad del
placer a un parque temático sobre elfos. Hay quien incluso ha prometido que si
resulta elegido hará todo lo posible para que el dominó se convierta en deporte
olímpico, algo que imagino le permitirá captar muchos votos entre el colectivo de
jubilados aficionados a esta disciplina. Y es que prometer es tan fácil como
inaugurar, porque basta con lanzar un discurso en tono grandilocuente, a ser
posible con muchos medios de comunicación delante. Lo complicado llega luego,
cuando hay que pasar de las promesas a los hechos y poner en marcha esos
proyectos que pacían olvidados en un cajón. Hoy en día, sin embargo, cada vez
son menos los ciudadanos que se creen a pies juntillas lo que dicen esos rapsodas
de tres al cuarto, que se mueven por encima del bien y del mal y no acostumbran
a bajar a la tierra.
Por eso, no
es de extrañar que cerca de un 30% de la población lleve años sin pronunciarse
(la participación a duras penas llega al 70% y la abstención supera el 25%),
porque no encuentra a nadie que le represente dignamente; porque no conoce políticos
honrados que trabajen honradamente para el pueblo que los escogió; porque cada
vez son más los adláteres del poder que se lucran a manos llenas a costa del sufrimiento
de una mayoría que solo sueña con llegar a fin de mes; porque las promesas,
como las inauguraciones, se las llevará el viento y sólo regresarán cuando
dentro de cuatro años haya que pasar de nuevo por las urnas, para lograr que
ese nutrido grupo de tontos vuelva a confiar en esa oscura minoría de listos.
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