El factor humano (Seix Barral, 2009). En 1985, cuando Nelson Mandela llevaba veintitrés años en prisión, se propuso conquistar a sus enemigos, los más fervientes defensores del apartheid. Así obtuvo su libertad y consiguió convertirse en presidente. Pero la inestabilidad de un país dividido por cincuenta años de odio racial cristalizó en la amenaza de una guerra civil. Mandela comprendió que tenía que conseguir la unión de blancos y negros de forma espontánea y emocional, y vio con claridad que el deporte era una estrategia extraordinaria para lograrlo. John Carlin ha descubierto el factor humano que hizo posible un milagro: la capacidad innata de Mandela para seducir al oponente y su tenaz deliberación de utilizar el mundial de rugby de 1995 para sellar la paz y cambiar el curso de la Historia. La final de aquel mundial culminó con la victoria sudafricana en el último minuto, y fundió en un abrazo a negros y blancos en el ejemplo más inspirador que ha visto la humanidad.
Testigo de raza (Global Rhythm, 2009). Cuando una hermosa mañana estival de 1934 llegué a la escuela, Herr Grimmelshäuser, nuestro maestro de tercer grado, comunicó a la clase que el director, Herr Wriede, había dado la orden de reunir en el patio al alumnado y el cuerpo docente. Allí, ataviado con el pardo uniforme nazi que solía vestir en las grandes ocasiones, anunció que «el más esplendoroso momento de nuestras jóvenes vidas» era inminente, que el destino nos había escogido para estar entre los agraciados por la fortuna de contemplar a «nuestro amado führer Adolf Hitler» con nuestros propios ojos. Era ése un privilegio, nos aseguró, que nuestros hijos aún no nacidos y los hijos de nuestros hijos envidiarían en tiempos venideros. Yo tenía entonces ocho años y no había advertido que, de los casi seiscienseiscientos chicos congregados en aquel patio, era el único a quien Herr Wriede no se dirigía. Así se inician las apasionantes memorias de Hans J. Massaquoi, director durante muchos años de Ebony, la más prestigiosa revista «negra» de Estados Unidos. Nieto de un cónsul africano cuyo hijo contrajo matrimonio con una enfermera alemana y criado durante su primera infancia en el bienestar propio del universo diplomático, el triunfo del nazismo trastocaría dramáticamente su existencia.
Viaje al amor (Lumen, 2009). A la vez que Wallace Stevens hacía seguros en Hartford para el ganado, William Carlos Williams (1883-1963) atendía a diario su consulta de médico en Rutherford, otra ciudad industrial del nordeste. Los dos fueron amigos y tuvieron tiempo para renovar la poesía norteamericana contemporánea desde presupuestos estéticos parecidos que hundían sus raíces en Emerson y Withman y enriquecían esa herencia autóctona con la influencia de los románticos ingleses, los simbolistas franceses y la pintura. Con traducción y prólogo de Juan Antonio Montiel, Lumen edita uno de los libros que contribuyeron a esa renovación. Nieto de Emily Dickinson, amigo de Hilda Doolittle y Ezra Pound y precursor de Ginsberg y Kerouac, William Carlos Williams buscó la precisión de la palabra poética, la exactitud de lo concreto, la transcendencia de lo cotidiano, la fuerza conceptual del habla coloquial.
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