Buceando hace unos días por ese invento maligno de
nuestro tiempo llamado Internet, me encontré con una de esas noticias que se
sitúan rápidamente en los titulares de todos los medios no sólo por su
trasfondo humano, también porque ayuda a tomar conciencia de dónde nos
encontramos. La noticia en cuestión contaba la desesperada historia de Manuel (no recuerdo los
apellidos, si es que realmente estaban en la información), un honrado
trabajador de Granada que se había puesto en huelga de hambre delante del
Rectorado de la Universidad de la ciudad andaluza para denunciar que su hija no
se iba a presentar a las pruebas de Selectividad porque no podía hacer frente
al pago de las tasas, que venían a ser unos 180 euros. Su sueldo, de poco más
de 600, no le da para más a pesar de que trabaja 12 horas al día, seis días a
la semana. Aunque yo encontré la noticia en Twitter gracias a un par de
compañeros de profesión y -algún artículo mejor escrito que este-, ya debía
haber caducado, porque el texto que me llegó hablaba de que el pobre Manuel
llevaba ya varios días de huelga.
Tras un paso fugaz por casi todos los
programas matinales y telediarios varios, amén de alguna página de periódico
(local, por supuesto, porque historias así no interesan en la capital ni a las
afueras), Manuel contaba que un familiar suyo lo había convencido para que
abandonara su protesta, con la promesa de facilitarle a su hija el emigrar a
Canadá –donde residen estos pudientes familiares- para poder continuar allí sus
estudios. Entre las búsquedas que realicé, que acotaban el hecho en apenas una
semana –el tiempo máximo que suelen durar para los medios estas historias-,
encontré otra noticia que hacía relación a este héroe anónimo de nombre tan
genuinamente español. Y es que, al parecer, esta era su segunda huelga de hambre, ya que hace 4 años la precariedad le llevó a perder
su casa por no poder pagar la hipoteca. Resuelto el problema de la hija,
aparentemente, la epopeya de este hombre se fue diluyendo entre los problemas
de Grecia, la confrontación entre Rajoy y Pablo Iglesias y la salida de
Casillas y Sergio Ramos del Madrid. Como decía Juan José Millás, que de
periodismo sabe bastante más que yo, lo de Manuel y su futura universitaria en
Canadá, fue una de esas noticias que se pueden calificar de “débiles”.
Como
llegan, se van, sin nadie que se interese por el antes ni el después; ni el
cómo ni el por qué. En el fondo de esta cuestión, sin embargo, habitaba una
realidad tan fea y preocupante como la vida de este sujeto, una realidad que
habla de miles de estudiantes que tendrán que abandonar sus estudios porque sus
familias no pueden pagar unas matrículas y tasas concebidas solo para unos
pocos. Una educación al alcance de unos cuantos bolsillos que deja a cientos de
jóvenes sin presente ni futuro, a pesar de que un día gente como Manuel demuestra
que ellos, le pese a quien le pese, también existen y cuentan.
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