Miles de trabajadores de Europa del Este no han regresado a sus países de origen, mientras Irlanda sufre por todos ellos. Oifig Aitiuil Shoisialaigh (oficina de prestaciones sociales), reza el letrero en un destartalado edificio de un barrio céntrico pero nada opulento de Dublín. Es la frase gaélica que todos aprenden tras una subida del paro del 4% al 10% en menos de un año y la muerte súbita del Tigre Celta.
La oficina es destino obligado de miles de parados que recogen su cheque semanal de 205 euros. El ambiente el pasado jueves no era de alegría irlandesa. “El currante se ha llevado la peor parte y las grandes compañías norteamericanas no pagaban impuestos”, declaraba James McMahon, de 19 años, joven flaco de piel blanca salpicada de granos, que perdió su trabajo instalando persianas hace seis meses. “Vinieron unos polacos que ganaban 310 euros la semana mientras yo cobraba 460”, añadió Aaron Downey, de 19 años también, que ponía baldosines hasta hace dos meses.
“Somos cinco en casa y nadie trabaja. Pagamos 122 euros a la semana de alquiler y cuesta darles de comer”, añadió. Enfrente, una figura de Cristo de pintura desconchada asoma de un bloque de viviendas obreras de la posguerra. McMahon y Downey son víctimas del frenazo de la construcción en Irlanda, más devastadora, si cabe, que en España. El 12% del empleo del país correspondía a la construcción en el 2006, el pico del boom. Uno de cada cinco empleos estaba asociado al sector inmobiliario. Pero ya no se construye nada en Irlanda y se han destruido decenas de miles de empleos. No sólo trabajadores manuales como McMahon y Downey. “Me despidieron en diciembre y nadie contrata a arquitectos”, dijo Edward Walsh, de 35 años. Un 46% de los arquitectos en Irlanda han perdido sus empleos o trabajan horas mínimas. “En recesiones anteriores habríamos ido a Londres, Berlín o EE. UU., incluso a Barcelona; pero esta vez estamos jodidos en todas partes”, dice.
Tampoco tienen adónde ir medio millón de inmigrantes – la mayoría polacos-que en su país de origen ven una coyuntura peor que en Irlanda y optan por quedarse pese a una creciente xenofobia. “Se esperaba flujos hacia fuera de inmigrantes, pero tienen la costumbre desafortunada de sentirse en casa”, ironiza Alan Barrett, del Instituto de Investigación Económica y Social.
Para colmo, el modelo fiscal –bajos impuestos sobre rentas altas; solo el 12,5% de los beneficios tributa-dependía peligrosamente de tasas sobre la vivienda y plusvalías. “Si comprabas una casa por 400.000 euros, 30.000 iban al Gobierno”, explica Sean O'Riain, sociólogo irlandés afincado en la Universidad de Chicago. Tras el colapso inmobiliario, un 20% de la base tributaria se ha desvanecido. “Hay un enorme agujero presupuestario”, señala O'Riain. Lo más probable es que este año el déficit público rebase el 12% del PIB. Y las reducciones en gasto social están a la vuelta de la esquina.
Publicado en el diario La Vanguardia
Autor: Andy Robinson
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