Aunque el ébola solo ha causado unas 1.500 muertes desde que se identificó por primera vez en 1976, sigue ligado a historias de horror más propias de películas o libros de ciencia-ficción. Un enfermero ugandés de 42 años, Kiiza Isaac, parece decidido a acabar con el mito de esta fiebre hemorrágica incurable, pero a la que muchos logran sobrevivir. En 2007, contrajo el ébola en su distrito natal, Bundibugyo. No solo vivió para contarlo. Hoy trabaja en el distrito de Kibale, foco de un nuevo brote en el oeste de Uganda, para ayudar a otros a superar la enfermedad.
A veces se necesita un tiempo para identificar los brotes de ébola, porque los síntomas pueden ser muy similares a los de otras enfermedades. ¿Cómo fue el inicio del brote de Bundibugyo?
En agosto de 2007, se detectó una extraña enfermedad en Bundibugyo. Las muertes en la comunidad iban en aumento y la gente llegaba a los centros de salud con fiebre muy alta, dolor abdominal, vómitos, diarrea y fatiga. No respondían al tratamiento contra la malaria.
¿Qué estabas haciendo en esa época?
Estaba trabajando como enfermero en el centro de salud de Kikyo, en el distrito de Bundibugyo. El Ministerio de Salud informó sobre esta extraña emergencia en la zona. Vinieron epidemiólogos del ministerio y aconsejaron llevar a los pacientes afectados a centros hospitalarios.
¿Cuál fue la reacción de la gente?
La comunidad no sabía qué estaba ocurriendo y pensaba que los enfermos habían sido embrujados. Esta situación continuó hasta octubre. Para entonces había 18 personas ingresadas en el centro de salud de Kikyo.
¿Y estabas en contacto con los pacientes?
Yo recogía muestras de sangre de los enfermos. Contraje el ébola porque no disponíamos de suficiente equipo de protección. Pero en ese momento yo no lo sabía. Desarrollé los mismos síntomas que los pacientes. Me hicieron análisis de sangre, pero la prueba de la malaria fue negativa. Seguía con fiebre y estuve enfermo durante tres semanas. El 19 de noviembre recibí la confirmación del laboratorio: había contraído el ébola. Era una nueva cepa, no el ébola-Sudán, no el ébola-Zaire... lo llamaron ébola-Bundibugyo.
¿Cómo fueron esas difíciles semanas?
Médicos Sin Fronteras llegó a Bundibugyo y abrió un centro de aislamiento y tratamiento como el que gestiona actualmente en Kagadi, en el distrito de Kibale. Muchos pacientes fueron atendidos en ese centro. Gracias a Dios, yo sobreviví. Una vez recuperado, me uní a MSF y al Ministerio de Salud para gestionar los casos de ébola hasta el 2 de febrero de 2008, cuando Bundibugyo fue declarado libre del virus.
¿Y qué pasó con tu familia? Ya que el virus se transmite por contacto con fluidos corporales y al principio no sabías que lo tenías, ellos podían contagiarse...
Era el cabeza de familia y todavía no me habían confirmado la infección. Tres de mis hijos y yo contrajimos el ébola. Todos sobrevivimos. Pero un primo, que también era enfermero en Kikyo y me había cuidado a mí, contrajo el virus. Lo llevaron rápidamente al hospital, donde murió el 3 de noviembre, antes de que se confirmaran mis resultados.
¿Cómo cambió tu vida después de esta experiencia?
Cuando me recuperé, seguí cuidando a otros y dando apoyo psico-social hasta que el distrito de Bundibugyo fue declarado libre de ébola. Actualmente estoy trabajando como enfermero en el hospital del distrito. Cuando se declaró el brote en Kibale a finales de julio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió al distrito que enviara un equipo de siete personas que hubieran trabajado en el centro de aislamiento en el año 2007. Así que ahora estoy ayudando al Ministerio de Salud y a la OMS.
¿Qué pueden aprender los pacientes de tu historia? ¿No es difícil evitar el estigma?
Les decimos a los pacientes que esto es una enfermedad. No tiene nada que ver con la brujería. No hay que asustarse. Cuando hay un brote, la gente solo tiene que evitar tener contacto con los fluidos corporales de los afectados. Y si se recuperan, después de 21 días ya no son enfermos, están libres del virus del ébola. La gente no debe tenerles miedo. Pueden tener una vida normal.
Fuente y foto: Médicos Sin Fronteras
A veces se necesita un tiempo para identificar los brotes de ébola, porque los síntomas pueden ser muy similares a los de otras enfermedades. ¿Cómo fue el inicio del brote de Bundibugyo?
En agosto de 2007, se detectó una extraña enfermedad en Bundibugyo. Las muertes en la comunidad iban en aumento y la gente llegaba a los centros de salud con fiebre muy alta, dolor abdominal, vómitos, diarrea y fatiga. No respondían al tratamiento contra la malaria.
¿Qué estabas haciendo en esa época?
Estaba trabajando como enfermero en el centro de salud de Kikyo, en el distrito de Bundibugyo. El Ministerio de Salud informó sobre esta extraña emergencia en la zona. Vinieron epidemiólogos del ministerio y aconsejaron llevar a los pacientes afectados a centros hospitalarios.
¿Cuál fue la reacción de la gente?
La comunidad no sabía qué estaba ocurriendo y pensaba que los enfermos habían sido embrujados. Esta situación continuó hasta octubre. Para entonces había 18 personas ingresadas en el centro de salud de Kikyo.
¿Y estabas en contacto con los pacientes?
Yo recogía muestras de sangre de los enfermos. Contraje el ébola porque no disponíamos de suficiente equipo de protección. Pero en ese momento yo no lo sabía. Desarrollé los mismos síntomas que los pacientes. Me hicieron análisis de sangre, pero la prueba de la malaria fue negativa. Seguía con fiebre y estuve enfermo durante tres semanas. El 19 de noviembre recibí la confirmación del laboratorio: había contraído el ébola. Era una nueva cepa, no el ébola-Sudán, no el ébola-Zaire... lo llamaron ébola-Bundibugyo.
¿Cómo fueron esas difíciles semanas?
Médicos Sin Fronteras llegó a Bundibugyo y abrió un centro de aislamiento y tratamiento como el que gestiona actualmente en Kagadi, en el distrito de Kibale. Muchos pacientes fueron atendidos en ese centro. Gracias a Dios, yo sobreviví. Una vez recuperado, me uní a MSF y al Ministerio de Salud para gestionar los casos de ébola hasta el 2 de febrero de 2008, cuando Bundibugyo fue declarado libre del virus.
¿Y qué pasó con tu familia? Ya que el virus se transmite por contacto con fluidos corporales y al principio no sabías que lo tenías, ellos podían contagiarse...
Era el cabeza de familia y todavía no me habían confirmado la infección. Tres de mis hijos y yo contrajimos el ébola. Todos sobrevivimos. Pero un primo, que también era enfermero en Kikyo y me había cuidado a mí, contrajo el virus. Lo llevaron rápidamente al hospital, donde murió el 3 de noviembre, antes de que se confirmaran mis resultados.
¿Cómo cambió tu vida después de esta experiencia?
Cuando me recuperé, seguí cuidando a otros y dando apoyo psico-social hasta que el distrito de Bundibugyo fue declarado libre de ébola. Actualmente estoy trabajando como enfermero en el hospital del distrito. Cuando se declaró el brote en Kibale a finales de julio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió al distrito que enviara un equipo de siete personas que hubieran trabajado en el centro de aislamiento en el año 2007. Así que ahora estoy ayudando al Ministerio de Salud y a la OMS.
¿Qué pueden aprender los pacientes de tu historia? ¿No es difícil evitar el estigma?
Les decimos a los pacientes que esto es una enfermedad. No tiene nada que ver con la brujería. No hay que asustarse. Cuando hay un brote, la gente solo tiene que evitar tener contacto con los fluidos corporales de los afectados. Y si se recuperan, después de 21 días ya no son enfermos, están libres del virus del ébola. La gente no debe tenerles miedo. Pueden tener una vida normal.
Fuente y foto: Médicos Sin Fronteras
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