Ocho un día, cinco otro, nueve el siguiente... El reguero de inmigrantes que llegan a la costa andaluza a bordo de balsas de plástico, de juguete, como las que se usan en las piscinas, es una de las constantes de este verano. No es algo habitual, pues son dos o tres los casos que se contabilizan cada año, no más.
Ahora parece que jugarse la vida con una barquilla de playeo y un par de remos es la nueva moda que propician la desesperación y el hambre. Ayer mismo, 10 inmigrantes más –todos ellos varones marroquíes, uno menor de edad– fueron detenidos al intentar tocar suelo en Tarifa (Cádiz), cuatro en una balsa, seis en otra.
Como explican desde la Guardia Civil de Algeciras, hay tres razones fundamentales por las que se está fomentando el uso de estas pateras de goma. La primera y principal es que, al ser de pequeño tamaño, el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) las detecta con mucha más dificultad. Aunque el dispositivo es muy potente, las constantes alertas por una barquilla de recreo serían imposibles de verificar. Si no tienen forma de patera ni van muy cargadas, no llaman la atención.
Segunda razón: cualquiera puede hacerse a la mar con una balsa así sin pedir ayuda a un patero, un patrón de la mafia, y sin pagar la mordida de la travesía, que no baja de 1.500 euros. Y la última: es verano, hace buen tiempo, el mar está relativamente tranquilo y hay menos riesgo de naufragio, “o eso piensan, porque el mar es traicionero y puede volcar una lancha tan endeble en cualquier momento”, apuntan desde el Instituto Armado.
Los inmigrantes ven su sueño truncado normalmente en alta mar, porque la precariedad de la embarcación les hace parar, quedar a la deriva y ser descubiertos por los controles. Pisar tierra no es garantía de éxito, sin embargo, como demuestra la detención, ayer, de 20 argelinos que habían desembarcado en las playas de Níjar (Almería).
Publicado en el diario El Correo de Andalucía
Autor: C. Rengel
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