"Sin papeles no hay trabajo, no hay dinero y no podemos ir a ver a nuestras familias", lamenta Moussha, un guineano que lleva más de tres años en España. Llegó en cayuco a Fuerteventura y, tras pasar por Madrid, recaló en Zaragoza, donde decidió empadronarse, a la espera de los documentos oficiales que regularicen su situación. "Si pasan tres años del padrón y no tienes problemas con la Policía, puedes pedir el arraigo y ya puedes trabajar", dice.
Hasta ese momento, la precariedad que viven miles de chicos y chicas que se encuentran en la misma situación en Aragón es extrema. "Los inmigrantes sin papeles son los más vulnerables ahora mismo", asegura Gustavo García, director del albuergue municipal de Zaragoza. "Antes encontrábamos trabajo sin papeles en obras o en el campo, aunque solo pagaban entre 3,5 y 4,5 euros a la hora", explica Sekou, un joven senegalés que forma parte de la Red de Apoyo a Sin Papeles. "Con la crisis, los empresarios tienen miedo y ya no te cogen", añade.
Él tuvo algo de suerte porque logró regularizar su situación en el 2005. Eso le ha permitido recibir la prestación por desempleo durante unos meses pero se le termina en breve. "Ahora me piden el libro de familia para pedir los subsidios pero solo me quedan 200 euros y no puedo volver a Senegal", relata.
Venta de cedés
Ante esta situación, una de las pocas opciones que les queda a muchos es vender cedés o piezas ornamentales en la calle. "Si dejamos de pagar nuestros pisos, tendremos que irnos a vivir a la calle", explica Ibrahima, de origen senegalés. La mayoría ha pasado por el albergue municipal, pero muchos ya han agotado el derecho de estancia. El apoyo solidario que se dan unos a otros es la clave que les ayuda a salir adelante cada día, aunque no tengan ingresos. "Vivo con un amigo que me da comida, pero no por mucho tiempo porque él tiene que enviar dinero a su familia", asegura Saer, también de Senegal.
La solución a su problema, opinan, pasaría por modificar la ley. "La ley te permite entrar pero luego aquí no puedes hacer nada. No puedes ni sobrevivir. Es la muerte", denuncia Ibrahima. Por su parte, hacen lo posible para borrar entre sus amigos y familiares la idea de que en Europa mejorará su situación. "A mi hermano le dije que no viniera, que iba a ser un problema más", asegura Sekou. "Les digo que aquí no hay nada y preguntan: ¿por qué no vuelves? Porque no puedo moverme", dice Ibrahima. Y es que a todas sus dificultades económicas hay que sumar la de tener la libertad de movimientos restringida. "No podemos ir a ver a nuestra familia sin permiso de residencia, porque luego no nos dejan volver", dice Moussha.
Publicado en El Periódico de Aragón
Texto y foto: M. C.
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