De repente, el mundo descubrió que Nepal existía. Ha tenido que ser un
devastador terremoto y miles de víctimas las que han puesto a este pequeño país
asiático en las primeras páginas de los medios de comunicación de todo el
mundo. Resulta curioso cómo ahora muchos se echan las manos a la cabeza cuando
ven cómo poblaciones enteras han quedado arrasadas; cómo familias que ya vivían
bajo el umbral de la pobreza, han perdido lo poco que tenían; cómo miles de
niños se han quedado huérfanos y desamparados, lo que será terreno abonado para
las mafias que trafican con personas y se lucran con la explotación infantil.
Ha tenido que ser la tierra la que remueva no solo los cimientos de una
sociedad subdesarrollada a la que todos ignoraban; también el seísmo ha
removido las conciencias de gobiernos que llevaban años obviando un país donde
tres cuartas partes de la población subsiste con una renta inferior a los 30
dólares al mes; donde solo un 10% de los menores están escolarizados o donde se
venden órganos para salir adelante.
Lo peor de todo, además, ha sido comprobar
cómo países como España descubrían que Nepal existía porque unos pocos
centenares de sus residentes estaban perdidos en las montañas infinitas de la
cordillera del Himalaya. Daba igual que los muertos se contaran por decenas en
Katmandú; o que el norte del país perdiera aldeas y pueblos que nadie echará de
menos. No, nada de eso importaba a los responsables del Ministerio de Asuntos
Exteriores, que enseguida pusieron en marcha unaoperación de búsqueda y rescate
de sus turistas perdidos. Algunos de ellos, todo hay que decirlo, sí han sabido
reconocer la magia de un país donde nadie pierde nunca la sonrisa, aunque lo
hayan perdido todo. Pero la mayoría, los que caminaban por las faldas del
Everest o soñaban con alcanzar algunas de las cumbres más inabordables del
planeta, solo estaban de paso en Nepal, a donde la tragedia y el drama vividos
harán que no regresen jamás. El Gobierno español, mientras, procurará sacar
pecho por haber sacado del abismo a sus conciudadanos, y quizá hasta envíe unas
cuantas toneladas de ayuda humanitaria para limpiar su recato y arañar algunos
votos.
En dos meses, tres como máximo, la actualidad habrá pasado página y
nadie se acordará ya del terremoto, de Nepal ni de sus muertos de hambre. Pasó
lo mismo con Chad, Congo o Haití, afectados por catástrofes naturales de
dimensiones similares. Porque a nosotros, los de este lado del planeta, nos
bastará con apagar la televisión o pasar la página del periódico para negar
que, más allá de sus valles, sus ríos y su vasta riqueza natural, en Nepal hay
personas que tuvieron la desgracia de nacer en el lugar equivocado.
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