Qué tiempos aquellos en los que Fernando Alonso gana
grandes premios de Fórmula Uno; o cuando las selecciones españolas de fútbol y
baloncesto se codeaban con lo más granado del panorama mundial y levantaban
trofeos por doquier; o incluso cuando Aznar se fotografiaba tomando copas con
George Bush y Tony Blair, justo antes de tomar una decisión cuasi planetaria.
De todo eso, como de Carlos III, de la conquista de América o de los Reyes
Católicos poco o nada queda ahora, cuando esta nuestra España, alabada allende
los mares durante siglos, se ha convertido en burla internacional a cuento del
primer contagio por ébola fuera del continente africano. Como creo que se ha
escrito ya lo suficiente sobre el tema, simplemente me limitaré a exponer mi
particular versión sobre el ridículo nacional liderado por la ministra Ana Mato
y sus acólitos. Estos, lejos de salir al paso del desastre y exculpar a la
pobre enfermera que ahora trata de salvar la vida en el hospital Carlos III de
Madrid, se han empeñado en convencer a la sociedad española de que esté
tranquila, que podemos confiar en ellos porque estamos en las mejores manos
posibles.
En esto, precisamente, es en lo único en lo que coincido con la
inefable Mato –un nombre que ya la condenaba al frente de un ministerio tan
sensible como el de Sanidad-, en que nuestros profesionales están capacitados
para hacer frente a situaciones como las que se pueden presentar en un
escenario como el actual. Otra cosa será que los chupatintas, asesores y politicuchos
de tres al cuarto los dejen trabajar y les ofrezcan los medios necesarios para
llevar a cabo una labor poco o nada reconocida desde hace años. Especialmente
en lo que se refiere a enfermedades olvidadas como las tropicales, que muchos
están descubriendo ahora que se han exportado algunos casos a Europa y Estados
Unidos. Porque antes, cuando en los 80 morían miles de africanos afectados por
extrañas patologías como el ébola, el marburg, la malaria o incluso el sida
–que también se descubrió en el continente negro-, nadie ponía el grito en el
cielo por todas esas víctimas.
Tampoco los gobiernos se afanaban por invertir
en investigaciones que llegaran a convertirse en vacunas; y, por supuesto, los
medios de comunicación no dedicaban ni una línea o un minuto de informativo a
contar lo que en esas aldeas pasaba. Solo ahora, cuando medio mundo mira con
estupor lo que está ocurriendo en Madrid, el ébola y España vuelven a situarse
en el epicentro del planeta, aunque sea porque un pobre perro ha sido sacrificado
no se sabe bien por qué; o porque una enfermera cansada de guardias y contratos
precarios se tocó la cara mientras se quitaba un traje que le quedaba estrecho.
Bendito país. Si Felipe II levantara la cabeza…
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