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lunes, 25 de agosto de 2014

La trágica realidad que esconde el ébola

África siempre estuvo ahí. Su historia, su tradición, su vasta cultura y la impronta que ha dejado sobre el resto del planeta han hecho del continente negro uno de los ejemplos a seguir para el resto. Sin embargo, sus páginas están escritas con el dolor de las guerras, el hambre y la desesperación, lo que la ha convertido en un codiciado objeto de deseo para unos pocos y, lo que es todavía peor, ha provocado que sea rechazada y olvidada por la mayoría. Todo este contexto bien sirve para explicar por qué el mundo mira ahora con tanto temor el avance del desconocido virus del ébola, que se ha cobrado la vida ya de más de 1.500 personas en cinco países. Identificado por primera vez en 1976 en una población cercana al río Ébola, en la República Democrática del Congo, se trata de una de las enfermedades tropicales más mortíferas que existen en la actualidad, ya que no tiene tratamiento ni vacuna. 

Pese a su alta mortalidad, que supera el 90% en sus cepas más peligrosas, el virus solo se transmite por contacto directo con líquidos corporales infectados, como la sangre, la saliva, el sudor, la orina o los vómitos, de animales o humanos, vivos o fallecidos. Ello, como señalan todos los estudios, las sociedades científicas y los expertos en este tipo de patologías, hace bastante improbable que la enfermedad pueda instalarse lejos de las fronteras donde se desarrolla, ya que por sí sola tiende a  autocontrolarse. Así ha sido en las epidemias más mortíferas que se conocen del ébola en las últimas tres décadas, localizadas en Gabón, Congo y Uganda. Esta última guarda ciertas similitudes con la que padecen en estos momentos países como Liberia, Nigeria, Sierra Leona y Guinea Conakry, donde se detectaron los primeros casos allá por el mes de abril.

El contagio, no obstante, llegó esta vez con relativa facilidad hasta las capitales de los estados, lo que permitió al virus expandirse y escapar en avión al control de unos sistemas sanitarios que, dicho sea de paso, son extremadamente débiles y carecen de los recursos necesarios para atajar plagas de este calibre. De este modo, en muy poco tiempo empezaron a aparecer afectados en Europa, Estados Unidos e incluso Asia, la mayor parte de ellos viajeros de paso procedentes de países afectados. Para evitar que el ébola pueda seguir su escalada mortífera, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró recientemente –demasiado tarde, según confesaron algunos de sus miembros- la “emergencia sanitaria internacional”, no con el objetivo de alarmar a la población mundial, sino para ofrecer una respuesta coordinada y aportar los recursos necesarios para controlar el virus. Este, como ha apuntado uno de los mayores expertos en enfermedades tropicales y director de uno de los centros de referencia a nivel mundial en el estudio de estas patologías (el Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales), Basilio Valladares, puede llegar a España y a Canarias a través de algún infectado, pero es casi imposible que escape al control de unos servicios sanitarios robustos, que cuentan con todos los especialistas y medios necesarios para atajar cualquier eventualidad.

La alarma que se ha generado, por tanto, no está fundada ni tiene base científica, y responde más a ciertos intereses mediáticos, que poco o nada tienen que ver con la realidad clínica. La epidemia, que seguirá causando víctimas en África Occidental, sí debe servir, en todo caso, para rescatar una realidad mucho más mortífera y dañina que el propio ébola, como es el sistemático abandono que padecen miles de millones de personas al otro lado del planeta. Porque el ébola, como la malaria, el dengue o el propio VIH llevan décadas demandando más recursos para la investigación, las infraestructuras y los profesionales sanitarios del continente negro, ayudas que sólo aparecen puntualmente cuando las epidemias, sean médicas o humanitarias, se han llevado por delante ya miles de vidas, cuyo único pecado fue nacer en el lugar equivocado.

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