Mira que me había propuesto no escribir ni una sola línea más sobre las bravuconadas y disparates que periódicamente sueltan nuestros representantes legítimos -a mí cada vez me representan menos, dicho sea de paso-. Pero, por mucho que lo he intentado, y a pesar de que hay otros temas que merecen ser comentados en este espacio, finalmente no he podido resistirme a la tentación de disertar sobre las polémicas declaraciones del último hombre de moda en los medios de comunicación nacionales: Paulino Rivero. El presidente canario, adalid de las causas perdidas, decidió el pasado lunes que se había hablado demasiado en las últimas semanas sobre el colapso en los hospitales, la gripe o la falta de fondos para pagar a los dependientes isleños. Asesorado por alguno de los rapsodas que trovan a su alrededor, decidió dar un golpe encima de la mesa y soltar aquella famosa epístola sobre "los 400 pacientes sanos que, a pesar de tener el alta médica, no son recogidos por sus familiares". Y se quedó tan ancho.
Aunque en el fondo, muy en el fondo, Paulino expuso una realidad invisible que suele pasar desapercibida -y que no es nueva-, en las formas se equivocó desde la primera a la última letra. Para empezar, porque ni la cifra era correcta ni su explicación fue lo suficientemente acertada, como tampoco su argumentación, lo que ha provocado críticas dentro y fuera del Archipiélago y ha obligado a los responsables de la Consejería de Sanidad a matizar las declaraciones de su jefe. A toro pasado, Rivero se desdijo apelando al tópico de "se me ha malinterpretado", lo que le hizo quedar incluso peor ante el sufrido pueblo canario, que según él no recoge a los enfermos sanos de los hospitales por una mera "cuestión cultural".
En su alocución, al presidente del Ejecutivo regional quizá se le pasó por alto que sus castigados vecinos no pueden, aunque quieren, cuidar de todos esos pacientes que desbordan los centros hospitalarios, a los que el sistema no les consigue cama en un recinto sociosanitario; donde tampoco hay personal suficiente para ofrecerles una mínima calidad asistencial, porque ni la buena fe ni la dedicación de los profesionales permite unos cuidados especializados que se han quedado sin fondos, porque una ley mal hecha ha perdido el sentido para la que fue creada. Quizá por eso, por todas esas noches en vela pasadas junto a una cama de hospital, muchos canarios deciden que sean Paulino y sus adláteres los que continúen cuidando de esos enfermos sanos a los que el sistema maltrata y encima echa la culpa de todo.
Aunque en el fondo, muy en el fondo, Paulino expuso una realidad invisible que suele pasar desapercibida -y que no es nueva-, en las formas se equivocó desde la primera a la última letra. Para empezar, porque ni la cifra era correcta ni su explicación fue lo suficientemente acertada, como tampoco su argumentación, lo que ha provocado críticas dentro y fuera del Archipiélago y ha obligado a los responsables de la Consejería de Sanidad a matizar las declaraciones de su jefe. A toro pasado, Rivero se desdijo apelando al tópico de "se me ha malinterpretado", lo que le hizo quedar incluso peor ante el sufrido pueblo canario, que según él no recoge a los enfermos sanos de los hospitales por una mera "cuestión cultural".
En su alocución, al presidente del Ejecutivo regional quizá se le pasó por alto que sus castigados vecinos no pueden, aunque quieren, cuidar de todos esos pacientes que desbordan los centros hospitalarios, a los que el sistema no les consigue cama en un recinto sociosanitario; donde tampoco hay personal suficiente para ofrecerles una mínima calidad asistencial, porque ni la buena fe ni la dedicación de los profesionales permite unos cuidados especializados que se han quedado sin fondos, porque una ley mal hecha ha perdido el sentido para la que fue creada. Quizá por eso, por todas esas noches en vela pasadas junto a una cama de hospital, muchos canarios deciden que sean Paulino y sus adláteres los que continúen cuidando de esos enfermos sanos a los que el sistema maltrata y encima echa la culpa de todo.
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