Hace apenas dos años, cuando Margaret vivía en la calle y se dedicaba a robar para sobrevivir, nunca se hubiera imaginado que un día saldría del túnel de la pobreza gracias al yoga, una técnica que le abrió la mente y le ayudó a encontrar una misión en su vida. Margaret es una más de los tantos jóvenes keniatas que desde 2007 se benefician de un programa pionero en el continente que alienta la práctica del yoga como un arma para la superación y el estímulo, como un arma para, en definitiva, salir de la trampa del subdesarrollo al que muchos africanos se ven condenados desde que nacen. "Tenía problemas de estrés en mi casa. Mi madre no podía mantenerme así que me mandó a vivir con mi tía. Pero mi tía me trataba como a una sirvienta, no como a una hija. Me maltrataba y tenía que dormir muchas noches fuera de casa", cuenta Margaret, con los ojos vidriosos, pero orgullosa de ser ahora monitora y una de las impulsoras de los beneficios de la técnica hindú.
"Ahora me levanto por la mañana. Hago estiramientos, luego meditación. Me ayuda a pensar cuál es el objetivo del día, quién soy y adónde quiero llegar", afirma esta joven atlética, mientras no pierde la concentración de la clase de yoga que imparte a niños de entre siete y 14 años, que se mueven con una flexibilidad envidiable, al ritmo de inhalar y espirar. La ONG Africa Yoga Project es la impulsora de un novedoso programa destinado a todo aquél que quiera imaginarse en una mejor vida.
Pobres, vagabundos, personas con sida u otras enfermedades, todos pueden beneficiarse sin coste alguno del yoga, una técnica que, por ejemplo, se ha demostrado eficaz para mejorar la calidad de vida de las personas con sida, un virus que deja anuladas las defensas del organismo. "Gracias al yoga, un niño infectado con el virus empezó a sentirse mejor, a estar más fuerte y a verse como miembro de una comunidad", explica Margaret a ELMUNDO.es, tras la clase de yoga para niños en la escuela de primaria Valley Bridge, en Kiamaiko, poblado chabolista situado al este de Nairobi, capital de Kenia.
La sesión de yoga en la escuela acaba con un aluvión de abrazos, besos y carcajadas entre los alumnos, y también entre monitores, que enseñan así a los niños a compartir, a entenderse, a estrechar lazos y, en última instancia, a ayudarse unos a otros en la no siempre fácil vida cotidiana africana. "El yoga también es cuestión de compartir, de amar y respetar al otro", explica Margaret que se despide de mí con un "te quiero".
Publicado en el diario El Mundo
Texto y foto: Joana Socías
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