Ha nacido
una raza superior, unos superhéroes del siglo XXI que nada tienen que envidiar
a los de la Patrulla X, Superman, Batman y compañía. Estos seres, capaces de
llegar a todas partes y atender cualquier necesidad en las peores condiciones,
no tienen unos poderes especiales; carecen de vehículos extraordinarios y
mayordomos singulares; tampoco poseen la capacidad de provocar tormentas ni
lanzar fuego; ni siquiera son significativamente fuertes ni veloces, pero sí
pueden realizar varias tareas a la vez sin la más mínima ayuda. Estos titanes
son de carne y hueso y responden a nombres como Paco, Mari, Juani o Rafael. Son
los vilipendiados y poco reconocidos matrimonios trabajadores con hijos.
Se
trata de sujetos a los que la sociedad actual no comprende. Todo el mundo los
anima a fomentar la natalidad nacional, símbolo de progreso y ejemplo en las
sociedades más desarrolladas; les dicen incluso que está bien visto, porque así
ha ocurrido a lo largo de la historia y es fundamental para mantener viva la
especie. Pero luego, una vez que el bebé llega al mundo, especialmente cuando
ese niño nace en un país como España, todo son problemas y trabas. Para
empezar, la madre dispone de una de las bajas laborales más pírricas de todo el
continente, un escaso tiempo en el que apenas puede adaptarse a la nueva
realidad que se le viene encima. En el caso del padre, la situación es todavía
peor. A pesar de que desde hace unos años (pocos) se pueden compartir los 4
meses de baja con la mamá, tampoco está demasiado bien visto que el varón
cambie pañales, dé biberones o lleve a su vástago al médico. Aun así, esos
primeros días se pueden considerar como un juego comparado con lo que tendrá
que afrontar a medida que el pequeño crece.
En concreto, la cosa se complica si
el nene tiene que ir a la guardería porque nadie puede hacerse cargo de él la
mayor parte del día. Es en ese momento cuando el superhéroe tiene que desplegar
todo su ingenio para ir solventando los retos que le van imponiendo los malos
de turnos. Estos, virus, bacterias, resfriados, bronquitis y otros especímenes,
atacan sin piedad a la criatura desvalida, que entre los meses de octubre y
marzo (especialmente) suele enfermar con frecuencia. Los padres, si ambos
trabajan, deben lidiar con un menor asustado y lloroso al que periódicamente
hay que darle medicinas. El trabajo, aunque sea necesario para darle de comer
al propio bebé, pasa entonces a un segundo plano, porque es imposible hacer
algo en una casa donde solo hay pañuelos con mocos, medicamentos varios, vómitos
por limpiar y excrementos que recoger. El superhéroe, pese a todo, saca fuerzas
de flaqueza y, ayudado por uno o varios compañeros con más experiencia que él
(los llamados abuelos -siempre que estén jubilados, claro está-), termina imponiéndose al malvado y ganando la batalla.
La guerra, en cualquier caso, no ha hecho más que comenzar.
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