Estadísticas

Buscar este blog

martes, 4 de agosto de 2015

El tiempo



Quién no ha escuchado cada verano eso de: “Hacía años que no hacía tanto calor”; o aquello de: “Creo que las temperaturas de este mes de julio son las más altas de los últimos 75 años; o mi preferida: “Yo nunca había pasado tanto calor en mi vida”. Los tópicos del tiempo y la temperatura son, como los amistosos de la pretemporada futbolera o las siestas durante las etapas ciclistas del Tour de Francia, un clásico veraniego, igual que lo son en otoño las quejas por la lluvia o por el frío en invierno. Porque la ciudadanía, que hoy en día está sobreinformada y demasiado condicionada por lo que se dice y se cuenta, pierde la memoria con excesiva facilidad, olvidando algo tan real como la vida misma: que en verano suele hacer calor y en invierno, frío. Que en otoño, como en marzo o en abril, es más que probable que a uno le caiga un chaparrón en cualquier momento; de la misma forma que en el norte de España, como en el centro de Europa y en buena parte del planeta, hay una alta probabilidad de que nieve en los meses de diciembre y enero. 

Es verdad, porque tampoco se puede negar la mayor, que son pocos los capaces de soportar 45 grados a la sombra en Córdoba o Sevilla durante tres semanas seguidas; de la misma forma que no es habitual que en Palma de Mallorca o Murcia pueda llover ininterrumpidamente durante un mes. Pero de ahí a proclamar que el mundo se va a acabar por la acción del controvertido cambio climático, va un abismo. De hecho, no hay más que escuchar a los abuelos para darse cuenta de que el calor, el frío, la lluvia, el viento o la nieve estaban ahí mucho antes de que llegáramos nosotros. El problema, en mi modesta opinión, radica en que nos creemos el centro del universo, cuando realmente apenas somos un grano de arena en el desierto. El agua, el fuego, la tierra y el aire nos tienen a su merced, por mucho que nos empeñemos en predecirlos y controlarlos.

La naturaleza, tan sabia como desconocida, nos ha permitido establecernos con una serie de condiciones, unas premisas que hemos olvidado con la facilidad de quien despierta de un mal sueño. Solo nos acordamos de ella cuando vamos a la playa en verano o a la montaña en invierno; cuando sentimos temblar la tierra y nos acogotamos al ver las grietas en el suelo; cuando temporales y relámpagos nos enseñan que lo único que podemos hacer es intentar ponernos a salvo y rezar para que no nos toque; cuando nos tapamos los oídos cada vez que se escucha el rumor lejano de un árbol talado o un bosque quemado. Porque el futuro, cierto es, no está escrito, pero por mucho que intentemos modificar el curso de los acontecimientos, no seremos nosotros quienes decidamos qué ocurrirá mañana.

No hay comentarios: