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jueves, 18 de junio de 2015

Reinas



Durante algunos años, ocho en concreto, un servidor se dedicaba a escribir sobre eso que muchos denominan deportes minoritarios; es decir, aquellos donde apenas se gana para andar tirando y solo ocupan un pequeño hueco en los diarios, al menos hasta que alguien hace una machada y logra algún campeonato del que los españolitos de a pie puedan sentirse orgullosos. Uno de esos deportes que yo trataba y de los que disfrutaba, paradójicamente, era el fútbol femenino, condenado al ostracismo en un país donde hasta hace poco solo parecían vivir machos. Mi afición al balompié y varios encargos de mi jefe de entonces me permitieron conocer a algunas de esas heroínas anónimas que trataban de hacerse un hueco en una disciplina tradicionalmente de hombres, donde los propios varones vilipendiaban a aquellas “machonas” que según ellos apenas sabían tocar la pelota con criterio. 

Recuerdo, con mucho cariño, una entrevista que le hice a Vanesa Gimbert, una guipuzcoana criada en Córdoba que durante un tiempo fue la jugadora más joven en debutar con la selección española absoluta, con solo 17 años. Cada día, su padre la llevaba a unos 40 kilómetros de la ciudad para entrenar con el equipo del Montilla, porque en la capital cordobesa no había equipo de chicas. Con 14 años despuntó con la selección andaluza de fútbol, ​​de donde dio el salto a la Roja. Antes de cumplir la mayoría de edad fichó por el Levante, donde ganó 2 Superligas, 2 Supercopas de España (antes se jugaba este torneo entre el campeón y el subcampeón de la Liga) y 3 copas de la Reina. Llegó incluso a jugar la Champions, contra equipos con mucha más tradición y recursos económicos como el Arsenal inglés o el Frankfurt alemán. Me confesó que empezó a cobrar algo de dinero cuando llegó a Valencia, porque antes apenas le sufragaban los desplazamientos y alguna que otra comida de bar de carretera. Algo parecido le ocurrió a María del Mar Prieto, una de las primeras jugadoras españolas en salir fuera del país para ganarse la vida con el balón. 

Marimar, como se la conocía en el mundillo, se marchó a Japón, donde llegó a recibir 4.000 dólares al mes en el Takaarazuka, un conjunto de medio pelo de la Superliga nipona. En Asia, como en Brasil, Estados Unidos y buena parte del continente europeo, la tradición del fútbol femenino nos lleva medio siglo de ventaja, hasta el punto de que España, actualmente, todavía es de las pocas ligas que continúan siendo completamente amateur. Pese a las trabas y el nulo interés mediático, la selección –formada en su mayoría por jugadoras no profesionales- ha logrado por primera vez en su historia jugar un Mundial, una heroicidad que ha coincidido en el calendario con el ascenso a Primera del Granadilla McDonald’s de Tenerife. Ambos conjuntos, el combinado nacional y el granadillero, son agasajados ahora por sujetos de todo pelaje que se vanaglorian en posar con unas chicas que no les deben absolutamente nada. De hecho, antes de las recepciones oficiales y los ágapes, a más de uno de estos ínclitos le tienen que explicar de qué va la historia, porque para ellos el fútbol fue y seguirá siendo el deporte rey… de los hombres. Bendito país.

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