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lunes, 17 de septiembre de 2012

Honduras, el país de los excesos y la infancia olvidada

Miles de kilómetros de selva prácticamente virgen, helechos y arbustos como árboles gigantes, montañas y valles de un rabioso verde que contrastan con el inmenso azul de un cielo que a menudo se cubre de nubes en un país tropical donde los excesos no son sólo geográficos. Es sorprendente que en la carretera te encuentres una señal que avisa de la presencia de mariposas y no es para menos dado que su tamaño supera al de muchos de nuestros pájaros y así un sinfín de datos que afectan como no podía ser de otra manera a las estadísticas relativas al país.

Una de las zonas del mundo con más alto nivel de violencia, de inseguridad y de malnutrición que afecta al 25% de la población. Muchos de los pequeños que vimos en nuestro viaje sólo tienen acceso a una comida al día, consistente en un plato de frejoles, un puñado de arroz y una de sus tortillas (pasta de maíz). Un país joven donde la tradición procedente de la cultura maya fuertemente arraigada, especialmente en la zona de Copán, hace que la tierra sea el principal sustento y el espíritu de sacrificio la seña de identidad. Donde los niños tienen que andar horas y horas por lugares inhóspitos para llegar a la escuelita y donde las niñas con 14 años ya están listas para ser casadas y formar su hogar.

Una educación que reciben, cuando tienen acceso a ella, con materiales enviados desde otras zonas del mundo que les hablan de trajes, sastres, pasos de peatones y guardias urbanos en una zona donde el único camino por atravesar es el de la jungla y el único vestido que conocen es el de su propia piel o el heredado de alguno de los muchos hermanos que componen la familia. Escuelitas donde el profesor apenas supera la adolescencia y tiene una formación mínima para poder desarrollar su labor en una edificación semejante a una chabola donde en ocasiones ni siquiera tienen una silla ni un pupitre donde sentarse.

Niños que no pueden mirar hacia el futuro con esperanza porque nos hemos encargado de robarles hasta los sueños, su malnutrición desde la lactancia hace que en muchas ocasiones sufran lesiones que no permiten su crecimiento normal, su falta de acceso a una escuela hará que no puedan recibir la mínima formación educativa, el no tener posibilidad de recibir una sanidad elemental hace que sus dientes, su piel, su cabello, su vista tenga una serie de problemas para la mayoría de nosotros absolutamente erradicados. Y por si esto fuera poco también queremos robarles su vida, mediante el secuestro para la extracción de órganos. Muy cerca de Copán en una aldea perdida entre las montañas, un grupito de niños nos observaba desde la lejanía, escondidos , tratando de ver sin ser vistos, sorprendidos por nuestra presencia y asustados por la posibilidad de que quisiéramos hacerles daño. A cambio de unas galletas nos devolvieron lo único que tenían y que nadie les puede robar: su sonrisa.

Fuente: May Chaparro, presidente de Solidaridad Globalizada-ACOES.

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