Estadísticas

Buscar este blog

lunes, 10 de octubre de 2011

Fred Shuttlesworth, la voz negra que no callaron

Las calles de Birmingham, Alabama, fueron, en los años sesenta, su campo de batalla. Sufrió agresiones, ataques con dinamita, atentados con bombas y más de 30 detenciones. Se enfrentó al Ku Klux Klan y al racismo institucional de Eugene Bull Connor, el comisario de seguridad pública de aquella ciudad. El reverendo Fred Shuttlesworth vivió una vida que hoy suena a novela, pero que fue muy real. Tan real que, gracias a su lucha, los negros de Estados Unidos lograron derechos tan básicos como el de la no discriminación o el voto. Shuttlesworth falleció el 5 de octubre, como quería, en la ciudad en la que luchó por los derechos civiles, a los 89 años de edad.

“El mensaje que le queremos transmitir al viejo Bull Connor es que no vamos a abandonar las protestas hasta que se nos garanticen nuestros derechos”, dijo Shuttlesworth en un encuentro nocturno en la iglesia de la que era pastor en 1963. Si su vida fue un duelo, Connor fue un formidable adversario: era el capo blanco de los cuerpos de policía y bomberos de Birmingham, un sheriff de opereta, matón despiadado que no dudaba en cargar contra cualquier manifestante que osara pedir el fin de la discriminación contra los negros. En los años sesenta, Shuttlesworth era un insurgente y Connor, el statu quo.

Nacido en el condado de Montgomery (Alabama) en 1922, Shuttlesworth era de familia muy pobre. Estudió de pequeño en escuelas segregadas. Aprendió teología en una facultad para negros cuyos títulos ni siquiera estaban homologados. Posteriormente obtuvo una licenciatura en Ciencias por la Universidad de Alabama. Durante varios años ejerció de pastor baptista en la localidad de Selma. Eran los años del inicio de las revueltas raciales y de la desobediencia civil. Pronto se afilió a la Organización Nacional para el Avance de las Personas de Color, que fue ilegalizada en Alabama en 1957. Entonces conoció a un joven reverendo de Georgia que predicaba la oposición al racismo por medios pacíficos. Era Martin Luther King Jr.

Con él y otros dos reverendos cristianos fundó la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur, que le sirvió para canalizar el descontento racial y crear una oposición de dimensiones nacionales a la segregación institucional. Si King era conciliador y moderado, Shuttlesworth era apasionado y, a veces, incendiario. Se necesitaban, porque eran la otra cara de la misma moneda. “A los negros no se nos respeta”, decía en sus mítines Shuttlesworth. “Se nos trata peor que al ganado”. Y entonces, en 1963, el Ku Klux Klan bombardeó una iglesia en Birmingham y mató a cuatro niñas negras. Fue el verano del descontento racial, de la angustia de un país que se veía obligado a admitir que, años después del final de la esclavitud, el racismo seguía imperando en el sur. Shuttlesworth fue el abanderado de un movimiento que, en parte, pedía libertad con ira.

Connor cargaba contra los manifestantes de Birmingham. Les atacaba con mangueras que soltaban chorros de agua a presión. Una de ellas dejó inconsciente al reverendo. “Esperé toda una semana para presenciar aquello y me lo perdí”, dijo Connor. “Una pena”. Encarcelado, agredido, arrestado, atacado con bombas en dos ocasiones, Shuttlesworth siempre volvía a por más. En las navidades de 1956 atacaron su residencia con seis cartuchos de dinamita. Fue el KKK, cuyos miembros, un año después, le dieron una paliza con barras y cadenas de acero porque intentó inscribir a sus hijos en una escuela para blancos. Las afrentas solo le daban más fuelle. Finalmente, en 1964, él y otros líderes negros lograron que el Congreso y el presidente Lyndon Johnson aprobaran la Ley de Derechos Civiles, que acabó formalmente con la segregación.

“El suyo fue un testimonio de la fuerza del espíritu humano”, dijo esta semana de él Barack Obama en un comunicado. “Como uno de los fundadores de la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur, el reverendo Shuttlesworth dedicó su vida a promover la causa de la justicia para todos los estadounidenses”. Lo decía el primer presidente negro de Estados Unidos, solo 46 años después de que se les permitiera votar por ley.

Publicado en el diario El País
Autor: David Alandete
Foto: AP

1 comentario:

Diego Escribano dijo...

Interesante texto.Un buen ejemplo