Después de haber visto el sentido homenaje que los kiwis de Ohakune tributan a su zanahoria gigante, no podíamos ni imaginar que algo tan magno pudiera repetirse con tan pocos kilómetros de distancia, ni tan siquiera en un mismo país. Pero, como ya he repetido hasta la saciedad, Nueva Zelanda no deja de sorprendernos a cada nuevo paso que damos.
Así, mientras transitábamos plácidamente hacia Queenstown, de la que tiempo tendré para hablar largo y tendido, nos encontramos algo todavía más sobrecogedor que aquella exuberante hortaliza: una macedonia de frutas en versión XXL, un empacho de compota sólo apto para estómagos anchos.
Lo peor no fue el susto que nos llevamos, porque ya estábamos avisados por nuestra particular Biblia del camino (la Lonely Planet), sino el no haber podido hallar indicio alguno de tan magno reconocimiento. De hecho, el curioso monumento en cuestión se erige en símbolo de bienvenida de un entrañable pueblecito llamado Cromwell, que supongo que se llamará así por algún descendiente del histórico líder político y militar inglés del siglo XVII (desde el capitán Cook, aquí los ingleses están detrás de casi todo).
Pues a lo que íbamos. Que Cromwell, además de por una oveja disecada que no tuvimos el mal gusto de ver, no es famoso precisamente por sus frutas de tamaños desorbitados, sino por un trágico suceso que lo ha convertido hoy día en uno de los enclaves más visitados de toda Nueva Zelanda. Se trata de la inundación que en 1992 se llevó por delante 280 viviendas, 6 granjas y 17 huertos. El motivo, un error de cálculo de un listillo que dio el visto bueno a la puesta en marcha de una presa en el vecino villorrio de Clyde, otra singular localidad que también parece sacada del decorado de una película del oeste.
Tras el suceso, nuestra admirada Cromwell logró rescatar a cerca de una docena de sus edificios históricos más antiguos (varios de ellos de principios de 1800) y los situó unos metros colina arriba, justo donde se ubica ahora el actual municipio. Una vez restaurados, forman el llamado Old Cromwell Town, ocupado fundamentalmente por jóvenes artesanos y decoradores que ofrecen interesantes trabajos a precios competitivos. Que sepamos, ni los unos ni los otros tienen algo que ver con nuestra singular macedonia gigante que, al menos como reclamo, sí consiguió que dos turistas algo despistados lograsen detenerse en un pueblo digno de unas cuantas líneas en un modesto blog.
1 comentario:
Fe de erratas... =) José no será 1900?
Un abrazo, seguid disfrutando el viajazao y no dejeis de escribir! =)
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