Una de las principales demandas de los padres de familia de hoy en día es la conciliación de la vida laboral y familiar. En Nueva Zelanda, como en otros muchos países del mundo (España, por supuesto, es una excepción), esta cuestión está superada ya desde hace mucho tiempo. Sin embargo, y ahí radica lo ejemplar de los kiwis, toda la población -incluidas los 40 millones de ovejas, que aquí son mayoría- cumple a rajatabla con la máxima de cerrar el chiringuito a eso de las 5.
Hay excepciones, claro que sí, pero yo todavía no he podido tomarme un café más tarde de las 6. Ni tampoco comprar pilas, regalos, ropa, cortarte el pelo, ir al dentista o visitar un museo. De hecho, excepto en Auckland, la capital oficiosa del país –que no oficial, que es Wellington-, a esas horas no están abiertos ni los puntos de información turísticos, a pesar de que por las calles lo único que hay al caer la tarde es precisamente eso, turistas.
Menos mal que el Mercadona de aquí (llamado Countdown) cierra a las 10, que si no te quedas sin cenar. Bueno, no es exactamente así, porque también puedes acudir a los siempre recurrentes chinos, los únicos especímenes para los que nunca hay horarios. Los McDonald’s tampoco cuentan, porque para este imperio, como para el de Felipe II, nunca parece ponerse el sol, ya que están por todas partes.
De la marcha nocturna, ni hablamos. Yo ya vine concienciado de que el único whiskey que me iba a tomar en un mes sería viendo una serie americana frente al televisor en alguno de los moteles donde nos hospedamos. Sin embargo, confiaba en desafiar a la lógica y encontrar algo de ambiente en ciudades supuestamente universitarias como Auckland o Wellington. Pero no, definitivamente los estudiantes neozelandeses deben montarse las fiestas en casa, como un servidor, porque ni siquiera en sábado por la noche los bares parecen tener vida.
Y es que aquí se toman muy en serio eso de trabajar para vivir, y no al revés, como ocurre en nuestro bendito país. Porque, con horarios que suelen oscilar entre las 8.30 y las 9.00 hasta las 4.30 o 5.00 de la tarde, uno tiene todo el tiempo del mundo para recoger a los niños del colegio, ir al gimnasio, sacar al perro, hacer la compra e incluso entrar al cine, actividades que en España sólo logran llevar a cabo entre semana unos pocos privilegiados. Dicho así, bien podría parecer una exageración propia de mis raíces cordobesas. Pero nada más lejos de la realidad. Hasta las vacas cogen el camino del establo a la hora del té en Londres, y mi mujer y yo podemos dar fe de ello. Prometo documentos gráficos al respecto.
Hay excepciones, claro que sí, pero yo todavía no he podido tomarme un café más tarde de las 6. Ni tampoco comprar pilas, regalos, ropa, cortarte el pelo, ir al dentista o visitar un museo. De hecho, excepto en Auckland, la capital oficiosa del país –que no oficial, que es Wellington-, a esas horas no están abiertos ni los puntos de información turísticos, a pesar de que por las calles lo único que hay al caer la tarde es precisamente eso, turistas.
Menos mal que el Mercadona de aquí (llamado Countdown) cierra a las 10, que si no te quedas sin cenar. Bueno, no es exactamente así, porque también puedes acudir a los siempre recurrentes chinos, los únicos especímenes para los que nunca hay horarios. Los McDonald’s tampoco cuentan, porque para este imperio, como para el de Felipe II, nunca parece ponerse el sol, ya que están por todas partes.
De la marcha nocturna, ni hablamos. Yo ya vine concienciado de que el único whiskey que me iba a tomar en un mes sería viendo una serie americana frente al televisor en alguno de los moteles donde nos hospedamos. Sin embargo, confiaba en desafiar a la lógica y encontrar algo de ambiente en ciudades supuestamente universitarias como Auckland o Wellington. Pero no, definitivamente los estudiantes neozelandeses deben montarse las fiestas en casa, como un servidor, porque ni siquiera en sábado por la noche los bares parecen tener vida.
Y es que aquí se toman muy en serio eso de trabajar para vivir, y no al revés, como ocurre en nuestro bendito país. Porque, con horarios que suelen oscilar entre las 8.30 y las 9.00 hasta las 4.30 o 5.00 de la tarde, uno tiene todo el tiempo del mundo para recoger a los niños del colegio, ir al gimnasio, sacar al perro, hacer la compra e incluso entrar al cine, actividades que en España sólo logran llevar a cabo entre semana unos pocos privilegiados. Dicho así, bien podría parecer una exageración propia de mis raíces cordobesas. Pero nada más lejos de la realidad. Hasta las vacas cogen el camino del establo a la hora del té en Londres, y mi mujer y yo podemos dar fe de ello. Prometo documentos gráficos al respecto.
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