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martes, 5 de abril de 2011

Orgullo patrio

Ahora que están tan de moda los nacionalismos, bien harían muchos países en aprender de sus vecinos cómo se articula un sentimiento nacional sin necesidad de apelar a cuestiones políticas o ideológicas. Basta con poner a 15 tipos grandotes y con cara de bestia sobre un tapiz de césped y unirse en torno a un cántico: “Go All Blacks”.

El rugby, ese deporte que, siendo de los más duros, es posiblemente uno de los más nobles que existen, es toda una religión en Nueva Zelanda. No en vano, la pasión que genera bien podría compararse con el fervor que le profesan los sevillanos a su Semana Santa (permítaseme la vanal comparación). Sólo así se puede explicar que los periódicos nacionales dediquen sus portadas o las televisiones inicien sus informativos con la crónica del último encuentro de la selección nacional.

Un equipo que además representa el carácter integrador del pueblo neozelandés, capaz de aglutinar a toda una maraña de nacionalidades bajo una misma bandera. Todo nació un 14 de mayo de 1870, cuando el Nelson Rugby Club y el Nelson Collegue disputaron el primer partido oficial de un deporte que trajeron consigo a las islas el capitán Cook (quien si no) y sus adláteres. Paradójicamente, ese emotivo encuentro tuvo lugar al pie de la Botanical Hill de Nelson, donde una aguja señala el centro geográfico del país.

Desde entonces, el deporte del balón ovalado no ha parado de crecer, situándose por delante de otros también vanagloriados aquí, como el cricket y la vela. Sí, oyen bien, crícket y vela, porque en este bendito lugar incluso hay personas que no saben quiénes son Messi o Cristiano Ronaldo, y además creen firmemente que 'Magic' Johnson es el propietario de una hamburguesería que le hace la competencia a McDonald’s.

Pero el rugby en Nueva Zelanda no sería nada de lo que es hoy por dos poderosas razones: los maoríes y los aficionados. Los primeros contribuyeron a forjar la actual leyenda de los All Blacks, posiblemente la mejor selección nacional de todos los tiempos. Los segundos, por su parte, hacen posible cada semana que este deporte se convierta en un espectáculo, no sólo en los estadios, sino en todos los rincones de las islas. Por ello, no es de extrañar que desde hace meses el país entero sueñe con la llegada del mes de septiembre, cuando arrancará en Auckland la Copa del Mundo. Ésta será si cabe más especial en esta edición, ya que los otrora invencibles neozelandeses buscarán un título que se les resiste desde hace más de dos décadas (ganaron la primera edición en 1987), y que incluso hace cuatro años provocó una trágica oleada de suicidios en el país después de una dolorosa derrota en los cuartos de final ante Francia.

La selección, no obstante, no es la única que levanta pasiones en tierras kiwis. La liga nacional (la llamada ‘Super 14’) constituye una auténtica guerra entre el Norte y el Sur. Así, ciudades como Auckland, Wellington, Queenstown o Christchurch sacan a sus huestes a la calle para empujar a sus escuadras, que llenan recintos de más de 40.000 personas. Mientras, la televisión contribuye al espectáculo ofreciendo cada semana varios partidos en abierto en horario prime time, algo reservado en Europa sólo a las grandes ligas de fútbol.

Por tener, el rugby tiene en Nueva Zelanda hasta un imponente museo nacional, ubicado en Palmerston North, en cuya impresionante sala central se exhiben, entre otros, un jersey de 1905 del primer jugador maorí que fue internacional y el silbato con el que se decretó el inicio de la primera Copa del Mundo hace un cuarto de siglo. En apenas cinco meses, ese mismo silbato quedará silenciado por un grito desgarrador y unánime en todo el país: “Go All Blacks”.







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