Como en la copla, ellos vinieron en un barco de nombre extranjero, aunque no estaba escrito en la proa porque era un cayuco o una patera. Son los inmigrantes que huyeron de sus inestables patrias creyendo que aquí iban a encontrar otra. Les acogimos con los brazos abiertos y los bolsillos semicerrados. Nos creíamos tan ricos que desdeñamos oficios dignos, pero no dignos de nosotros. Con la excusa de que no sudaban, los empleamos en lo cultivos de fresones o de los claveles y les proporcionamos una vivienda con techo de plástico o bien les metimos en la cocina para que fueran haciéndose una idea de cómo se come en los países desarrollados.
El caso es que ahora sobran. Más de 3.000 inmigrantes están en lista de espera para volver a eso que se llama «sus sitios de origen». Un lugar que nunca se escoge. Les estamos dando si no toda clase de facilidades, sí algunas. Nos faltan fondos, aunque no nos falten ganas. Los programas de retorno voluntario para extranjeros con derecho a paro se están reduciendo a dejarles la puerta abierta para que salgan cuando antes por orden alfabético y apague la luz el último. Después de los que Gabriel Albiac denomina «ocho años de utopía iletrada», ha llegado el atolladero. Hay que decirle adiós y buena suerte, que Alá os ampare, o que os eche una mano cualquier otra divinidad solícita, porque aquí se acabó lo que se daba. ¿De verdad les dimos algo? Nuestra hospitalidad era una forma de contraprestación y ahora nadie presta nada, ni siquiera la banca, así que tendrán que volver. Con la frente marchita, eso sí, con gran nostalgia de la Seguridad Social.
La pérdida de empleos en servicios ha batido su plusmarca en enero y hay 4,23 millones de parados. Algunos no pueden calificarse de desempleados, ya que jamás han tenido un empleo anterior, pero muchos buscan trabajo y no lo encuentran. Tampoco lo encontrarán cuando se vayan nuestros involuntarios huéspedes.
Por Manuel Alcántara
El caso es que ahora sobran. Más de 3.000 inmigrantes están en lista de espera para volver a eso que se llama «sus sitios de origen». Un lugar que nunca se escoge. Les estamos dando si no toda clase de facilidades, sí algunas. Nos faltan fondos, aunque no nos falten ganas. Los programas de retorno voluntario para extranjeros con derecho a paro se están reduciendo a dejarles la puerta abierta para que salgan cuando antes por orden alfabético y apague la luz el último. Después de los que Gabriel Albiac denomina «ocho años de utopía iletrada», ha llegado el atolladero. Hay que decirle adiós y buena suerte, que Alá os ampare, o que os eche una mano cualquier otra divinidad solícita, porque aquí se acabó lo que se daba. ¿De verdad les dimos algo? Nuestra hospitalidad era una forma de contraprestación y ahora nadie presta nada, ni siquiera la banca, así que tendrán que volver. Con la frente marchita, eso sí, con gran nostalgia de la Seguridad Social.
La pérdida de empleos en servicios ha batido su plusmarca en enero y hay 4,23 millones de parados. Algunos no pueden calificarse de desempleados, ya que jamás han tenido un empleo anterior, pero muchos buscan trabajo y no lo encuentran. Tampoco lo encontrarán cuando se vayan nuestros involuntarios huéspedes.
Por Manuel Alcántara
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